viernes, 5 de octubre de 2012

NOCHE SEXTA (La noche en el bolsillo)

(fotosamor.net)



No he podido resistir la tentación de venir. Claro, Estela también ayudó a convencerme. Hoy llegué primero que Merlín. Imagino que luego de su insistencia para encontrarnos no faltará a la cita. Escucho unas pisadas y luego su voz.
—Hola, ¿estás ahí, Luna?
—Sí, aquí estoy, hola.
—Gracias por venir. Me he pasado estos tres días pensando en nuestro encuentro de esta noche. ¿Estás bien?
—Sí. No tienes que dar las gracias. No he venido por ti —le digo y enseguida me arrepiento, porque creo oír a Estela diciendo “¡qué burra eres!” y trato de arreglarlo—: es decir, no solo he venido por ti. Recuerda que antes de conocerte venía aquí, para escaparme del dormitorio.
Se queda callado un momento. Pienso que, aunque traté de arreglarlo, le he querido decir que hubiera venido igual sin él.
—Soy un bobo. Cuando te escuché, pensé que venir hoy, después de habértelo pedido yo, era una manera de hacerme ver que te gusta hablar conmigo.
No cabe duda. Es inteligente, y sabe recuperarse rápido.
—También eso es verdad, no estás equivocado.
—¿Qué es verdad, Luna?
—Eso, que me gusta hablar contigo.
Otro silencio, esta vez más largo.
—Es cierto,  pero que no pase de largo —dijo y rió bajito.
Ahora sí no entendí lo que quiso decir.
—¿Quién no debe pasar de largo?
—El ángel. ¿No dicen que cuando hay un silencio entre dos es porque pasa un ángel? Solo que no quiero verlo partir. Lo quiero conversando conmigo, como ahora.
Entiendo, y como cada vez que la conversación toma ese giro, cambio el tono.
—Muy gracioso. Y nada original.
—Creo que contigo me va a costar mucho ser original. Todo lo cursi ahora me parece bonito para decírtelo.
No puedo evitar un estremecimiento. Ha hecho un pacto con el diablo. Es como si me leyera el pensamiento.
—Como te das cuenta de lo que digo, cambiemos el rumbo. ¿No estás estudiando para las pruebas?
—¿Sabes algo? Estudio poco. Para las pruebas, te digo. Me gusta leer y aprendo sobre lo que me gusta.
—¿Y qué te gusta, Merlín?
—La astronomía. Estoy al tanto de cualquier noticia, y cuando puedo entrar a Internet, busco información sobre el tema: los últimos descubrimientos, artículos interesantes…
—Es linda la astronomía. Yo quiero ser escritora. Solo que eso no es una profesión. Tú sí podrás ser físico y dedicarte a investigar. Claro, eso no tiene que ver con el baile.
—¿Por qué no, si me gusta la música?
—A mí me gusta la música, pero oírla, no bailarla.
—Esa es nuestra diferencia, pero me sigues gustando.
Menos mal que está oscuro, porque debo haberme puesto roja.
—¿Cómo puedo gustarte, si no sabes nada de mí, ni me has visto?
—Sí te he visto. En mi imaginación.
—¿Y si no soy como te imaginas?
—Serás como eres. Así me gustas.
— A ver, descríbeme.
—Eres sincera, apasionada e inteligente, además de una persona sensible: es suficiente. Te gusta la noche y es nuestro gusto común. Ahora mismo podría salir a enseñarte los nombres de las constelaciones que se ven desde aquí.
—¡Ni pensarlo! Siempre buscas la forma de verme.
Se ríe, para que yo me erice.
—Y tú siempre piensas mal. Pero es verdad que quiero verte. Y también me gustaría compartir contigo mi amor por las estrellas.
—Es muy temprano aún. Debemos esperar un poco más.
—¿Temprano para verte o para ver las estrellas?
Vuelve a enredar las cosas, con su sentido del humor que voy conociendo.
—Para las dos cosas.
—No siempre. Observa la noche y verás.
—¿Por eso me llamaste Luna?
—Claro, es inconsciente relacionarlo todo con la mayor pasión nuestra, ¿no crees?
—Puede ser. A Merlín también le fascinaba la astronomía.
—Y si pienso como tú, me llamaste Merlín por tu amor a la literatura, a la mitología, porque al final, Merlín es una leyenda.
—Puede ser —repito, haciéndole el juego—, y porque eres un misterio…
Me interrumpe:
—…o un mago. O es este un acto de magia: el encontrarnos por casualidad, conocernos.
—Mi abuela dice que la casualidad no existe.
—Sí creo en la casualidad. Pero nosotros luego seguimos un camino. Eso hicimos. Es raro que tu abuela no crea en la casualidad. Las personas mayores son supersticiosas y creen en muchas cosas.
Ahora soy yo quien ríe.
—No conoces a mi abuela. Es toda una científica. Se dedicó a la botánica porque vivía en el campo y ama la naturaleza. Todavía hoy, que está jubilada, pertenece a un grupo ecologista, escribe para revistas científicas y se mantiene al día en todo.
—Me va a gustar tu abuela. Es una lástima que no pueda conocerla. ¿Llegará ese día?
—No lo sé. Depende de muchas cosas.
—Depende de nosotros, Luna. De que no seas tan desconfiada. Y que dejes de tenerle miedo a la vida.
—No le tengo miedo a la vida. En eso te equivocas.
—Me tienes miedo a mí. Y la vida es eso: emprender, amar, equivocarse y hasta sufrir. Cada vez que te digo algo que pueda significar pensar en otra relación entre nosotros, huyes.
—Yo no huyo de ti. Vengo para encontrarme y hablar contigo.
—¡Al fin lo reconociste! —logra hacerme caer en la trampa—. Estás aquí y sin moverte, me huyes todo el tiempo. Nada más te digo algo que nos acerque y cambias el tema.
—Vinimos para hacernos compañía y tener con quien hablar. En eso quedamos la primera vez.
—Pero ha cambiado. Pienso mucho en ti. Quiero conocerte. No puedo decir que estoy enamorado —aquí respiro, porque una declaración de amor sí no la resistiría—, pero tampoco puedo decirte que no lo estoy. Me siento bien hablando contigo, respirándote…
—No te conozco. Y tienes razón en algo. No quiero sufrir. No ahora. Me tomo las cosas muy a pecho. Estoy en esta escuela para estudiar. Para mí es lo más importante.
—¿Sabes algo? Estás fuera de época. Ninguna chiqui… muchacha  piensa como tú ahora.
—Y tienen un novio todos los días. No pienso así. Y no sé si es por la forma en que he vivido, por mi familia, o por qué. Por lo menos, respeta que sea así.
—Lo respeto. Solo que eso no me hace sentir mejor, ni dejo de pensar en que ahora mismo quisiera poder hacerte mi novia, besarte…
Me levanto con rapidez.
—Por favor, está bien. Ya es muy tarde. Vete ahora, para irme luego yo.
Se queda en silencio. Por su voz no parece que esté bravo. Parece triste.
—Como quieras. Pero no te ofendas. Vamos a estar muchos días sin vernos. Ahora ni siquiera puedo preguntarte cuándo nos veremos. También le tienes miedo a algo más: a ti misma.
Voy a responderle cuando siento que sus pasos se alejan. Estoy furiosa conmigo. No puedo controlar mis impulsos.
Claro que en el dormitorio me espera Estela. Sabía que ahora iba a vigilar mis salidas.
—Ay, Estela, soy una boba. Lo he echado todo a perder.
Ella se asusta y me cuchichea «vamos para el baño». En el baño también tenemos que hablar bajito, para que no se despierte alguien.
Cuéntame qué pasó dice y me mira asustada—. ¿Te sorprendió algún profesor?
—Ojalá hubiera sido eso —respondo con voz trágica de telenovela.
—¿Peor que eso? Entonces la cosa debe ser grave. Acaba de decirme, niña, que me vas a matar del corazón, y a esta hora no hay ambulancias para correr conmigo.
Sonrío. Estela es única. No sé cómo logra tranquilizarla a una con sus disparates.
—No, Este. Es que armé tremendo lío y, al final, casi terminamos bravos. No puedo evitar ponerme nerviosa, decir lo que no quiero decir, o empeorarlo todo para que no vaya a pensar que me derrito por él.
—¿Y te derrites? —me mira como si tuviera un rayo láser en los ojos, para saber si le digo la verdad.
Muevo la cabeza como Steve Wonder al cantar Somos el mundo y soy sincera:
—Me derrito. No sé si como mantequilla o helado, pero me pasa. Entonces me enfurece sentirme así y soy brusca.
Ella no me contradice. Busca información, como moderna Sherlock Holmes que es.
—¿Qué hace él?
—Ser divino, qué puedo decirte. Se calla, me dice después palabras más tiernas todavía, se recupera y lo siento humilde, como si se arrodillara ante mí.
Estela da una palmada.
—¡Dios mío! ¡Qué mujer más burra esta! Tienes que dejar de ser así. No puedes cerrarte tanto. Los sentimientos son los sentimientos. El amor es lindo, mi ángel.
—Pero me da miedo. ¿Cómo crees que se va a enamorar de mí, y si se burla?
—Menos mal que las personas normales no piensan como tú, porque la especie humana no existiría ya en el planeta Tierra. Todos pasamos por eso, todos nos arriesgamos. De eso se trata. No puedes evitar el dolor, el desengaño. Por favor, ya no eres una niña. Crece.
Ahora me mortifica oírla decir esas cosas. Lo recuerdo a él.
—Hablas como Merlín.
—Merlín se enamoró, pero renunció al amor terrenal por su magia. Imposible que yo hable como él, aunque suena lógico. Merlín era muy sensato.
—Te hablo de mi Merlín. Eso fue lo que me dijo hoy. Y el tuyo no renunció al amor. Fue traicionado, que es otra cosa.
—Ay, chica, es que me has robado hasta el nombre del mago que adoro para dárselo a ese muchacho. Y que conste, procura que lo merezca. Cuenta, vamos, cuenta.
Le digo más o menos lo que recuerdo, y tengo que taparle la boca de vez en cuando porque sus exclamaciones van a despertar al dormitorio completo. A las personas que ahora duermen, claro.
—A ver si te he entendido. Te aguantó que hablaras de tu abuela y hasta quiere conocerla, dice que le gusta estar hablando contigo como un bobo sin saber quién eres, sin tocarte ni la mano y arriesgándose a que lo boten de la escuela por andar afuera de noche. Si lo sorprenden como el otro día, porque seguro fue él quien pasó la noche esperándote y lo vio el subdirector —no sé cómo puede deducirlo todo, coge aire y sigue—. Chica, ¡ese niño está enamorado! Mira: estar enamorado es un estado especial del alma, hija mía. Se ha enamorado de tu voz, de lo que le dices, está enamorado de un fantasma, pero lo está. Te toca ahora hacer que la verdadera tú sea el fantasma que él ama.
—A eso le tengo miedo. ¿Y si cree que soy más bonita? Si no soy su tipo,… en fin, si se desilusiona cuando me conozca.
—Entonces, ahí acaba todo. ¿Y si no? ¿Si por tu bobería estás perdiendo vivir un amor con ese tal Merlín? Además, ¿de dónde sacaste la bobería esa de preferencias por tipo? Si me entero que estás leyendo las revistas esas Hola o Vanidades que trae la sesohueco de Mariela, eso sí no te lo perdono. A mí me encantan los rubios y me enamoré de Roberto que no se sabe si es indio, mulato o tostado por el sol. El amor es otra cosa, piénsalo. Si es que tú en realidad pareces una monja del siglo quince cuando ya hay estaciones espaciales.
—No sé, Estela. Estoy tan confundida, que dentro de la cabeza tengo un torbellino y un ruido, como si hubiera alguien estrujando papeles.
Me hace la mueca de “no tienes remedio”.
—No voy a atormentarte más, pero eso de que estás aquí para estudiar nada más, no tiene que ver con lo otro. Mira la hora que es y nosotras aquí, hablando de Merlín. Mañana a nuestro grupo le toca el matutino, y tú tienes que leer las noticias. Así que te acuestas y duermes, porque después te pones más nerviosa y mueves el periódico como si tuvieras el mal de Parkinson.
—¡Ay, no! —digo desesperada—. Tienes que ayudarme. No puedo leer las noticias. Me va a reconocer la voz.
—¡Ahora sí está bueno esto! Vas a convertirte en una apática por ese chiquito. En mí ni pienses. Sabes que ayer se me rompieron los espejuelos. Casi estoy de oyente en las clases hasta el fin de mes. Ni pensar que pueda leer el periódico.
—¿Qué hacemos, Estela?
—Hablar con Flor. Ella sueña con ser locutora, así que mañana nos levantamos. Te quedas muda, y yo le digo que te quedaste sin voz. Eso sí, por lo menos hasta la tarde no puedes recuperar el habla, si no, quedo como mentirosa.
Me río al final. ¡Qué cosas se le ocurren! Pues sí, es una buena solución.
Salimos del baño y miro a la noche desde la ventana. Se ve una estrella grande, haciendo guiños desde lejos. ¿Será Venus, la diosa del amor?





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