lunes, 12 de julio de 2021

NERUDA: LOS PUENTES QUE TIENDE LA POESIA





Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, más conocido como Pablo Neruda, nació el 12 de julio de 1904 en Parral (Chile) y murió el 23 de septiembre de 1973 por causas no completamente aclaradas, pero al parecer, fue envenenado.

Nos ha dejado una obra profunda y hermosa. En 1971 recibió el Premio Nobel de Literatura y ha sido admirado y reconocido por su obra. Poeta querido y admirado le cantó al amor, a la vida, al ser humano.

Recordar y leer su poesía es restaurar un poco los dolores del alma, por las injusticias, por las ausencias que gritan en las noches, por querer que además de hacerse el verso, se haga el pan para todos en este mundo desigual e injusto.

El monte y el río

En mi patria hay un monte.

En mi patria hay un río.

Ven conmigo.

La noche al monte sube.

El hambre baja al río.

Ven conmigo.

¿Quiénes son los que sufren?

No sé, pero son míos.

Ven conmigo.

No sé, pero me llaman

y me dicen "Sufrimos".

Ven conmigo.

Y me dicen: "Tu pueblo,

tu pueblo desdichado,

entre el monte y el río,

con hambre y con dolores,

no quiere luchar solo,

te está esperando, amigo".

Oh tú, la que yo amo,

pequeña, grano rojo

de trigo,

será dura la lucha,

la vida será dura,

pero vendrás conmigo.

    El mar

    Necesito el mar porque me enseña:

    no sé si aprendo música o conciencia:

    no sé si es ola sola o ser profundo

    o sólo ronca voz o deslumbrante

    suposición de peces y navíos.


    El hecho es que hasta cuando estoy dormido

    de algún modo magnético circulo

    en la universidad del oleaje.

    No son sólo las conchas trituradas

    como si algún planeta tembloroso

    participara paulatina muerte,

    no, del fragmento reconstruyo el día,

    de una racha de sal la estalactita

    y de una cucharada el dios inmenso.


    Lo que antes me enseñó lo guardo! Es aire,

    incesante viento, agua y arena.

    Parece poco para el hombre joven

    que aquí llegó a vivir con sus incendios,

    y sin embargo el pulso que subía

    y bajaba a su abismo,

    el frío del azul que crepitaba,

    el desmoronamiento de la estrella,

    el tierno desplegarse de la ola

    despilfarrando nieve con la espuma,

    el poder quieto, allí, determinado

    como un trono de piedra en lo profundo,

    substituyó el recinto en que crecían

    tristeza terca, amontonando olvido,

    y cambió bruscamente mi existencia:

    di mi adhesión al puro movimiento.

    No estés lejos de mí

    No estés lejos de mí un sólo día, porque cómo,

    porque, no sé decírtelo, es largo el día,

    y te estaré esperando como en las estaciones

    cuando en alguna parte se durmieron los trenes.


    No te vayas por una hora porque entonces

    en esa hora se juntan las gotas del desvelo

    y tal vez todo el humo que anda buscando casa

    venga a matar aún mi corazón perdido.


    Ay que no se quebrante tu silueta en la arena,

    ay que no vuelen tus párpados en la ausencia:

    no te vayas por un minuto, bienamada,

    porque en ese minuto te habrás ido tan lejos

    que yo cruzaré toda la tierra preguntando

    si volverás o si me dejarás muriendo.


    Me peina el viento de los cabellos

    Me peina el viento los cabellos

    como una mano maternal:

    abro la puerta del recuerdo

    y el pensamiento se me va.

    Son otras voces las que llevo,

    es de otros labios mi cantar:

    hasta mi gruta de recuerdos

    tiene una extraña claridad!

    Frutos de tierras extranjeras,

    olas azules de otro mar,

    amores de otros hombres, penas

    que no me atrevo a recordar.

    Y el viento, el viento que me peina

    como una mano maternal!

    Mi verdad se pierde en la noche:

    no tengo noche ni verdad!

    Tendido en medio del camino

    deben pisarme para andar.

    Pasan por mí sus corazones

    ebrios de vino y de soñar.

    Yo soy un puente inmóvil entre

    tu corazón y la eternidad.

    Si me muriera de repente

    no dejaría de cantar!

    • Tengo miedo

      Tengo miedo. La tarde es gris y la tristeza

      del cielo se abre como una boca de muerto.

      Tiene mi corazón un llanto de princesa

      olvidada en el fondo de un palacio desierto.

      Tengo miedo. Y me siento tan cansado y pequeño

      que reflejo la tarde sin meditar en ella.

      (En mi cabeza enferma no ha de caber un sueño

      así como en el cielo no ha cabido una estrella.)

      Sin embargo en mis ojos una pregunta existe

      y hay un grito en mi boca que mi boca no grita.

      No hay oído en la tierra que oiga mi queja triste

      abandonada en medio de la tierra infinita!

      Se muere el universo, de una calma agonía

      sin la fiesta del sol o el crepúsculo verde.

      Agoniza Saturno como una pena mía,

      la tierra es una fruta negra que el cielo muerde.

      Y por la vastedad del vacío van ciegas

      las nubes de la tarde, como barcas perdidas

      que escondieran estrellas rotas en sus bodegas.

      Y la muerte del mundo cae sobre mi vida.


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