viernes, 20 de julio de 2012

EL CARTERO LLAMA MUCHAS VECES



Siempre los carteros han ejercido en mí una especie de fascinación que los años, lejos de atenuar, han acentuado. Recuerdo siempre uno que, durante mucho tiempo, llevaba la correspondencia a mi casa y todos los anuncios los hacía de una forma peculiar. Siempre diciendo un refrán o una broma. Quienes conocieron aquellos carteros de Cuba que llevaban una gran bolsa de cuero, sabrán de quiénes hablo. Siempre mi madre tenía su pequeña conversación con el cartero, él preguntaba por personas cuyas direcciones no estaban muy claras y ahí empezaba el “¿Luisa? ¿Acaso será la señora que vive al doblar, que es costurera…?” Y luego la explicación de dónde vivía la señora para ver si era la destinataria de aquel sobre misterioso.
Escribo cartas desde que aprendí a escribir. Hace unos años recuperé una que guardaba mi tía Chacha como un precioso recuerdo, de cuando yo tenía 6 años, felicitándola por el año nuevo. Ella me la dio, para que la guardara, poco antes de morir. También mi mamá me dio una que le había escrito a ella estando yo en el Pre, pues estudié en la entonces Isla de Pinos y todas las semanas le escribía, pues solo iba de pase una vez al mes a casa. Mi hija la leyó y buscó la fecha, emocionada. Mami, me dijo, me parece que estás hablando ahora mismo. ¡Así mismo hablabas a los diecisiete años! Lo cual no me deja claro si es un elogio o debo preocuparme por ello. Me inclino por lo primero: sigo pensando y hablando como si tuviera diecisiete…
A veces yo misma recibía mi carta estando en la casa, pues el correo demoraba a menudo. Mi madre conserva la costumbre de escribir cartas y enviar postales a sus familiares, pues no usan, como nosotros, el correo electrónico. Yo guardo las que ella me manda, por manos propias, como solía decirse. Mis hijos y yo hacemos lo mismo, pero sin carteros como intermediarios. Ya los carteros no son lo que eran: aquellos personajes de enormes bolsas de cuero cargadas de mensajes y esperanzas.
En mi libro La niña que salió a buscar un cuento, ella dice cuando conoce a un cartero triste que ha perdido su casa: “Y con ese oficio tan bonito de hacer conversar a las personas a pesar de cualquier distancia”.
Cuando trabajaba en la Biblioteca de Cienfuegos, mi amigo y colega José Díaz Roque, se comunicaba de la manera tradicional con escritores y amigos de todas partes. No se me olvida cuando empezó a “cartearse” con Garrandés, a raíz de que este visitara Cienfuegos.
Hace algunos días un amigo me pidió la dirección, pues Jose quería enviarme unos libros, y dudé que pudiera hacerlo, pero se la envié. Hace dos días recibí un sobre amarillo con un ejemplar de la Revista Ariel, revista cienfueguera que hace 25 años trata de seguir el legado cultural del grupo llamado así por Carlos Rafael Rodríguez y que, al decir de mi amigo, suponía el antónimo de la posición de Roberto Fernández Retamar con su Calibán y tenía su propia teoría sobre la expresión sociocultural de los pueblos de América Latina que, defendía: América tiene más de Ariel que de Calibán (personajes de La tempestad de Shakespeare). Además de la revista me envió, con una emotiva dedicatoria, su libro de ensayos literarios El crepúsculo, la noche y el marinero, donde se refiere a tres grandes figuras de las letras hispanoamericanas: José María Chacón y Calvo, Federico García Lorca y Samuel Feijóo. Es una joya el libro por la manera tan sencilla de abordar las honduras de ellos, y en el caso de Federico y Chacón y Calvo, incluye los facsímiles de notas originales del poeta español. Recibí también una Biobibliografía de Florentino Morales, Historiador de Cienfuegos por mandato de sus compatriotas, y el Epistolario de José María Chacón y Calvo y Florentino. Todavía recuerdo cuando trabajaba, en la paz intranquila de la sala especial para niños ciegos y débiles visuales, la correspondencia entre aquellos dos grandes y me leía fragmentos, reía de alguna cita o me expresaba sus profundas reflexiones sobre la obra de uno de ellos o el significado cultural de aquella relación que cobraba vida en las cartas intercambiadas, con esa pasión encendida con la que siempre reacciona Jose ante el más mínimo suceso cotidiano.
Entonces hoy estuve en el correo de Plaza Central, y me atendió Josefa. (¡Qué coincidencia de nombre!). No puedo explicar la paciencia de aquella dulce señora, la forma en que habla de su oficio, de que los carteros existen en cualquier rincón del mundo, y que las cartas deben ser llevadas aunque sea hasta la última casa en el pico de una loma, y la veía pegar los sellos y pensaba en aquellos carteros que, desde los chasquis del Perú, han llevado y traído mensajes para comunicar a las personas, para que la posteridad descubra lo que pensaban los hombres a través de sus cartas, de las personas que hacen de ellas el testimonio de una época, una obra o el sentido de la vida de personalidades que pueden parecernos lejanas e inaccesibles y se vuelven humanas cuando leemos su correspondencia. Y entonces también llegué a la casa a escribir este artículo para recordar a ese amigo que es José Díaz Roque, entrañable, cercano y amadísimo… y me explico por qué cuando conocí a Ernesto Cardenal le presenté dos ejemplares de su Antología poética y le pedí, después de que me autografiara el mío, que dedicara el otro a Jose (como le decimos quienes lo queremos), porque sabía que sería una joya apreciada por él, porque desde ese mismo lugar, en el hermoso edificio que fuera antes el Ateneo de Cienfuegos, ha trabajado cada día con ese sentido fundacional que lo distingue, ya sea que oficie una misa como sacerdote de la iglesia católica liberal, labore como vicepresidente de la unión de escritores, sea el creador de las áreas especiales para ciegos y débiles visuales en las bibliotecas públicas cubanas, poeta exquisito o ensayista incisivo, orador lenguaraz e irreverente o escriba una carta para un amigo.
Como al martiano de pura cepa que es, solo le digo que es parte de la patria que va conmigo adonde vaya, habitante de mi isla íntima y personal donde el cartero del tiempo llama muchas veces para entregarme los mensajes de esos a quienes amo, sin palabras ni papeles: solo recuerdos, innombrables e imborrables, pero que hoy recibí uno con su nombre y el sello del cariño mutuo y amistad eterna.

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