miércoles, 10 de abril de 2013

NANAS PARA DIEGO




El 23 de abril del 2012, a las 5 y 22 minutos de la tarde habanera, llegaba al mundo Diego. Como todo recién nacido, llorando a grito pelado y los ojitos cerrados en medio de aquella cara rosada y gordita. Pesaba al nacer 8 libras y 14 onzas.
Su padre, por ser médico, pudo estar en el salón durante la cesárea que le hicieron a mi Esnorquita. Filmó todo el proceso. Afuera estábamos sus abuelos maternos, su abuela paterna, su tía abuela paterna, su tío materno Alejandro, su tía abuela Elvira, su prima Ana Carla, su tía Liana y otros familiares y amigos: toda una pandilla.
A pesar de las prohibiciones, entramos furtivamente de tanto en tanto a darle un besito a la mamá, sonriente y feliz. Su hermano, el estrenado tío, fue quien estuvo más tiempo con ella. Habíamos andado La Habana buscando dos ramos de flores para ella y un ramo de girasoles que pusimos en la iglesia de la Virgen de la Caridad del Cobre que está en Centro Habana. Fue pasada la medianoche que la llevaron a la sala y fuimos a buscar el bebé al salón que en Cuba llaman cunero. Ya por los cristales lo habíamos visto, gritando y pataleando a cada rato. A esa hora solo quedábamos en el hospital sus abuelos maternos, el papá de Diego, y sus tíos Liana y Alejandro.
La Esnorquita tenía puesto un suero, sonda, levin… no podía cargar al bebé, por eso tuve la dicha de acunarlo, y a cada rato lo ponía cerca de ella, a su lado, o en su pecho, aunque aún no tenía qué succionar.
Estuvo en el hospital hasta el 25 de abril, día en que salió para el que sería su hogar en Jaimanitas, pueblo costero del norte de La Habana, con su tío Alejandro al timón porque yo lo llevaba en brazos. Su abuela paterna y yo nos compartíamos la ayuda a la nueva mamá, cuya herida sanaba con los días, sin complicaciones. Pero desde entonces comprendimos que Diego se las traía y las llevaba también: tenía los ojos duros, que en Cuba le decimos así a los niños que duermen poco. También fue así su mamá. Lo lleva en los genes.
Me separé de él seis días antes de que cumpliera el mes y antes de subir al avión para regresar acá debí tomarme la presión, sufrí un ataque de pánico, tomé pastillas, lloré. Una parte de mí me halaba hacia ese bebé, mi niña que debía enfrentarse sin mí a su cuidado, con las angustias que conozco se sienten en esa etapa de inexperiencia y temores.
El 12 de abril había escrito el primer poema para Diego: Nana para despertar a Diego, pues era inminente su llegada y yo esperaba tan ansiosamente como todos en la familia, sobre todo su mamá, a quien aquella pancita enorme apenas le permitía caminar.
A mi regreso a tierra quisqueyana, con tiempo para escribir y añorarlo, seguí escribiéndole, porque era mi manera íntima y personal de comunicarme con ese pequeño ser salido también de mí, a través de mi hijita adorada. No dudo que mi voz le llegara en la distancia, con rumor de olas y graznidos de gaviotas.
Y le escribí otras nanas, un Canto para Diego cuando cumplió su primer mes de vida… y cuando me di cuenta, había escrito varias y temía que, cuando volviera a verlo, estuviera demasiado grande, no me reconociera… pero lo volví a ver en diciembre y él, que apenas dormía, durmió muchas veces en mis brazos, mientras le cantaba en el sillón de la bisabuela Irene, sus canciones preferidas (pues las tiene desde entonces) y otras. 
Se despertó en la madrugada en que yo regresaba acá. Reía, con esos enormes y hermosos ojos azules, ese color del cielo y a veces del mar, en esa isla infinita de mis amores.
Ya había empezado el libro, con un amigo que es entrañable para mí y que viajó conmigo a Cuba, conoció a Diego, “se enamoró” de él y supo captar la espiritualidad de ese pequeño para llevarla al libro. Nos propusimos publicarlo y mi deseo de que el libro fuera mi regalo para él cuando cumpliera su primer año seguía creciendo. Pero había muchos inconvenientes, sobre todo porque no estaba el dinero suficiente para realizarlo. Se unieron muchas voluntades. Tengo una familia hermosa, esos hermanos a quienes adoro y cuyo amor me sostiene y alienta; su tía Elvira fue la que más me animó y ayudó a conseguir el sueño. Pero mi amigo Ricardo trabajó incansablemente, con ese talento enorme que tiene; los amigos Bernal, Raquel, Zoe, Jose, Alicia, todos, me ayudaron.
Liana y Alejandro se han esmerado en tomarle fotos, vídeos, para que siga su vida cotidiana, para incorporarlas al libro. La que tiene en cubierta tiene mucho que ver con él: es voluntarioso, fuerte de carácter, en fin, un Tauro de pura cepa como esta abuela. 
Por fin, ayer Bernal me trajo el libro de la imprenta y, como un hada madrina, ya había aparecido Leibi Ng para decirme que coordinaba el pabellón infantil de la FIL de Santo Domingo. Le hablé del libro y que Diego cumple un año este 23 de abril y lo incluyó ese día en el programa.
Entonces agradezco a Dios y a la vida, que me ha rodeado siempre de personas lindas, capaces de ayudarme a convertir en realidad las quimeras, por lejanas que parezcan.
Por eso, cuando en la tarde del 23 de abril, abracen y besen a mi nieto en una casa de La Habana porque se cumpla el año de su nacimiento, en esta isla hermana del Caribe, también celebraré su llegada al mundo, presentando a todos mis Nanas para Diego.

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