Estatua de La Sirenita en Copenhague |
En la cresta de las olas
con peine de agua salada
una sirena se peina
y mientras se peina, canta
con voz de dulces lamentos
y secretas añoranzas
al amor que nunca llega
aunque en la tarde le aguarda.
No ve llegar a la costa
el negro bajel pirata
con su bandera de luto
y la calavera blanca;
no ve los ojos que miran
(brillantes como una brasa)
el rico adorno de perlas
sobre su linda garganta.
Pero bien ve este bandido
─acostumbrado a mirarlas─
que ni las perlas mejores
con sus ojos se comparan
y con una red traidora
a la bella niña atrapa.
¡Maldito este caballero!
¿Qué caballero?!Pirata!
que a la inocente sirena
entre las cuerdas abraza.
El mar, con dolor y furia
enormes olas levanta
ayudado por el viento,
brisa airada que se inflama
soplando las velas negras
hasta que el mástil arranca,
hunde al barco entre las aguas
y la prisionera escapa.
Mientras, el mal caballero,
─sin bandera y sin espada─
contempla, ya desde el fondo
hacia donde el mar lo arrastra,
a la pequeña sirena
bañada de espuma blanca
que en la cresta de las olas
se peina, mientras le canta
al soñado caballero
que su corazón aguarda.
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