Para quienes
pertenecimos a una beca (escuela interna) y tuvimos que compartir el baño, la
comida y la vida misma con otras personas; la vivencia, vista desde la
nostalgia, nos resultó mágica: más que una experiencia, fue una suerte estar
allí. Mirtha González Gutiérrez en su libro La noche en el bolsillo, nos lleva
a ese lugar maravilloso que es la adolescencia, al espacio que ocupa en nuestro
corazón para siempre el primer amor, porque ese texto, más que una historia
narrada en dos voces, es un encuentro con el mundo interior de los jóvenes, con
la experiencia de temer y fascinarse ante lo desconocido. Narran la historia:
la chica tímida, deportiva, con miedo a enamorarse; y el muchacho apuesto,
sociable, miembro de un grupo que nunca lo dejaría en paz si supieran que
escribe y lee poemas. Ambos se ven atraídos a una serie de desencuentros que se
resuelven solo con la ayuda de la noche: un tercer protagonista que sirve de
refugio a los personajes. Sin dudas, es el amor el hilo conductor de la novela,
y los nombres que se atribuyen los personajes: Luna Triste y Merlín, son el
reflejo de su forma de actuar y de pensar, de la mezcla entre inocencia y
coquetería que conforman sus sentimientos. Es un libro que puede leerse de una
vez, sin detenerse hasta descubrir el desenlace. La autora nos atrapa y nos enreda
en una historia de la que es imposible alejarse, pues nos identificamos con las
sensaciones. “¿Podrá una persona removerlo a uno por completo como me ha pasado
a mí?” , dice Merlín. Claro que sí, le (y me) respondo. Y también puede un
libro, como La noche en el bolsillo, removernos por dentro con el amor de
otros.
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