Entonces la niña piensa que en las ciudades, llenas de ruido y humo de automóviles, no va a encontrar su cuento. Decide ir al pueblo de las calabazas y probar fortuna.
Se maravilla con las calabazas que cuelgan como pájaros
enormes sobre los tallos delgados de las plantas. Es una rareza, entre muchas.
Los vecinos esperan la maduración de las calabazas, para probar su sabor. Dicen
que una sola de ellas alcanzaría para hacer flanes durante un mes.
Las calabazas colgantes son un desafío a la lógica y he
visto a personas resecas y aburridas reírse a carcajadas sólo de escuchar
hablar de eso. Claro, esas son personas que llevan una calabaza hueca por
cabeza. No por gusto calabaza y cabeza empiezan y terminan con las mismas
silabas: caza.
Dejando a un lado a los cabeza de calabaza ( que son
bastante numerosos en algunos lugares) debemos seguir la historia. La llegada
de la niña coincide con la de un famoso científico, autor del invento de las
enredaderas de calabaza creciendo haciendo arriba. El otro invento era el
de convertir en zumo de frutas al agua. Bastaba echar una pildorita al pozo y
ya se tenia un pozo de jugo de naranja, tamarindo, melón, mango, qué sé yo.
Cuando los calabaceros se cansaban de tomar el jugo de la fruta escogida se
iban a casa del vecino y probaban otra de un sabor diferente. Daba gracia
verlos sentados en los portales con cubos enormes de jugo para tomar y brindar
a los demás.
Todo fue bien hasta que llegó el primer problema, que por desgracia
llegó rápidamente porque no necesitaba tren, autobús, auto, ¡ni siquiera
bicicleta! Pues si, llegó la sed: no quedaba un solo pozo de agua común,
fresquita y transparente.
Están locos, piensa la niña. ¡Cómo podrán vivir sin agua! Un calabacero le
había dicho que ahora sería ricos con esos pozos; cada cual vendería jugos de
sabores diferentes y hasta podrían llevarlos a otros pueblos.
Hubo una alarma grande en el pueblo. Salen emisarios para todos los lugares
cercanos porque el segundo problema es que el inventor ha desaparecido con
el dinero cobrado por las píldoras.
La suerte es que estamos en mayo y de pronto, sin aviso, comienza una
lluvia muy fuerte. Los habitantes corren por las calles para mojarse con
el agua dulce y se llenan la boca de gotas de lluvia. Recogen todas las vasijas
y las calles parecen un mercado de cubos y palanganas.
Por curiosidad, la niña se acerca a un pozo y saca un cubo del líquido. Lo
ve transparente y sospechando qué ha ocurrido lo prueba. ¡Qué desilusión!
Es agua, sí, pero de coco. Entonces una calabaza enorme cae de lo alto,
delante de ella y explota como un globo. ¡Qué tiene adentro la calabaza! Nada
de semillas o pulpa amarilla: agua simplemente.
¡Agua!
Es el grito unánime de los calabaceros. Todos se alegran y bailan bajo la
lluvia. Nadie piensa en buscar al inventor. Ahora, en vez de calabazas, son
pozos colgantes.
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