Se rompe el
cascarón. Sale un cuello largo y una cabeza gris. Se incorpora y echa a andar.
No necesita más que el espejo de otros ojos para saberse despreciado. Un golpe
aquí, otro aletazo allá. Los otros ojos debían quebrarse como los espejos: sin
ojos que le vieran podría pasar inadvertido.
Ni siquiera
pretende compañía; sólo un poco de paz, oculto detrás de los matorrales en el
pantano. Ocultarse, hasta que ocurra el milagro. Lo había leído y se veía
hermoso y esbelto al final del cuento, sobre el agua. El agua es otro espejismo
de su vida, sólo el reflejo de la sed que no se calma. En el agua entiende por
fin. Ha muerto su esperanza junto a los cisnes. También mintió el danés ante el
espejo de la palabra. Sonríe. Delante de él unos ojos reflejan la sonrisa de
otra boca. El espejo parpadea, tímido, y él siente la caricia en sus plumas
sucias por el barro.
Ante el espejo
está su imagen. El mismo cuello gris y la cabeza larga. Después de la mirada de
aquellos ojos, estallan todos los espejos.
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