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La bruja concursa
La noticia alegró tanto a la bruja que se
puso a cocinar en una gran fogata la poción de la juventud eterna: cuarenta
cucarachas grandes y veintitrés chiquitas, dos murciélagos momificados, cuatro
orejas de ratón, hígado de musaraña y extracto de sangre de cocodrilo. Cuando
hubo hervido bien se llenó una jarra grande y… no se la tomó. “Siempre me pasa
lo mismo. Voy a ser eternamente vieja, como dice mi amigo el burro”, suspira la
narizona.
Pero no pierde el buen humor. Irá al museo para
concursar con su disfraz único y maravilloso: el de bruja. A fin de cuentas
ella es un personaje de cuentos y, por tanto, un personaje histórico por más de
una razón. Primero, porque aparece en casi todas las historias que se cuentan y
porque ha vivido una larguísima vida a lo largo de la historia. Por otra parte,
Cachita le había cosido noventa años antes su capa nueva, y hasta otro sombrero
negro y puntiagudo; sus zapatos con la punta retorcida hacia arriba que le
recetó el doctor Hugo Chiringa, después que le operara sus hermosos juanetes, y
su escoba.
Al llegar aquí las cosas no andan bien. ¡Su escoba! La
mira de una punta a la otra. Tiene casi 859 años y no se ve nada bien. Es la
misma que le entregaron como premio al graduarse con honores en la muy
respetable Escuela de Brujas. Aunque, cuando de volar y planear se trata, está
como el primer día que salió de la carpintería de Walfredo, el baboso. No
tendrá una escoba nueva pero tiene dinero, y no será difícil conseguir una
buena escoba de bruja con unas cuantas monedas de oro.
Sale con su bolsa muy dispuesta a comprarla. Va al
mercado de la ciudad y nada encuentra ni parecido. Se disgusta y piensa que en
el próximo Congreso Mundial de Brujas tendrá que discutir esta situación. ¿Qué
va a hacer una bruja que se respete sin una escoba auténtica? Sigue buscando
por cuanto agujero donde venden cosas y desiste. Vuelve al mercado y compra una
escoba plástica. Eso sí, negra.
En los minutos finales de los preparativos duda en si
lleva su vieja escoba o la nueva, pero se dice que los jurados cuando van a dar
un premio tienen muy en cuenta, además de la amistad con los concursantes, las
apariencias. Este último pensamiento la decide. Para no desentonar con el
resto, va caminando hacia el museo. Por las calles encuentra niñas y niños disfrazados,
el fantasma vestido de payaso, el ogro va de enanito sin Blancanieves y el
lobo, más conservador, va disfrazado de lobo feroz.
Los concursantes van y vienen por la sala del desfile.
Muestran su disfraz, abren sus capas los que las llevan y caminan en círculos.
Van eliminando concursantes hasta que solo quedan como finalistas la bruja y un
vendedor de periódicos que solo tiene un metro de altura. Los miembros del
jurado cuchichean y el presidente anuncia:
—¡Gran Premio al Vendedor de periódicos! Pierde la
bruja, por andar con una escoba plástica, que es un invento del siglo veinte y
en la cual no podría volar una verdadera bruja.
Indignada, la bruja agita la escoba, deja caer una
lluvia de sapos y culebras, mientras se aleja de aquellos ignorantes, a bordo
de su flamante escoba plástica que deja a todos boquiabiertos.
Al cabo y al fin (porque hasta las frases ya andan al
revés en este mundo loco, donde los burros mandan), es difícil que la gente
entienda esta gran verdad: para las brujas también ha llegado el progreso.
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