A Peruso y sus amigos les gusta ir al cine. Si la
película es de animados, mejor. Pero este sábado llegan al cine y en vez de
estar poniendo una película tienen a los muchachos buscando un tesoro
escondido. ¡Qué gente más loca!, y a eso le dicen ahora animación cultural.
Lazarito pregunta, sorprendido:
─Peruso, ¿al cine le dicen el séptimo
arte?
El otro ni contesta. Lazarito aclara:
─Vaya, porque puede ser que los tesoros
escondidos sean cultura, pero el arte también es cultura, ¿o no? Raulín lo tira
a relajo.
─Yo creo que es Peruso quien hace la
programación. ¿Por qué no vamos al parque de diversiones? A lo mejor allá están
poniendo películas.
Van a sentarse al prado, a pensar. Osvaldo
rompe el silencio para anunciar que su mamá va a comprar un equipo de video. La
pandilla no recibe la noticia con mucha alegría. Eso de pasarse horas delante
del televisor es como caer en una trampa. Esa misma tarde se enteran de que
trajeron el equipo a casa de Osvaldo, y él, hasta los llama para que suban a
ver una película, pero la pandilla se va al río para darse un chapuzón.
El tiempo les da la razón. Por el video ya
no se le ve el pelo a Osvaldo. Pueden invitarlo a cualquier cosa que no baja.
Eso los obliga a organizar el rescate, solo que no es tan sencillo como el caso
de la escoba. Aquí el trabajo es muy técnico y cuidadoso. Osvaldo no puede
sospechar que ellos quieren alejarlo del video.
En el cuarto piso, por la otra escalera,
vive Ramón el científico (así le dicen ellos). Tiene la azotea convertida en
una estación de satélites hechos con tubos, alambres y espejos. Esperan que
esté solo para contarle el caso de Osvaldo. Ramón todavía no entiende qué
quieren hacer ellos. Peruso le explica:
─Queremos hacerle interferencias. Hay que
tratar de virarle al revés el video, para que se aburra.
─Eso es bastante difícil ─explica Ramón─,
déjame pensar a ver cómo podemos hacerlo.
Pasan dos o tres días. Los de la pandilla
parecen disimular dando vueltas hasta la esquina del supermercado. Osvaldo es
el pitcher del equipo y lo han perdido. En vano el papá de Leonel trata de
convencerlos para que entrenen a otro. Por fin, Ramón les manda un aviso con
Dianamari. Ellos van a su casa como si fueran flechas disparadas por Robin
Hood.
El científico les explica la idea y se
ponen contentísimos. Osvaldo ha buscado por todas partes la película de El rey León y llega de la escuela a encender el video.
Ve los anuncios y le parece un poco rara la música. Ajusta el volumen y sigue
igual. Cuando la mamá de Simba empieza a hablar con el padre, Osvaldo se queda
boquiabierto:
─Mi amor, hoy va a llover y mejor nos
quedamos en la casa. ¿Quieres que compremos unas pizzas?
El rey león mira desde la colina hacia el
valle.
─Te estás poniendo vaga, o no sé si es
para que me quede en la cueva, pero a mí me encantan las pizzas… Osvaldo apaga
el video. “¿Me estaré volviendo loco? Esos leones no pueden estar hablando de
pizzas .No, y lo más bonito, las voces se me parecen a las de Ana Carla y
Peruso. Deben ser imaginaciones mías”. Adelanta un poco la película y vuelve a
encender el video. Hay una escena del pequeño Simba con Timón y Pumba. El mono
está cantando una canción, ¡no es posible! “Señora Santana, por qué llora el
niño…” Como si tuviera pesadillas, baja todo el volumen y deja solo la imagen.
Abre la puerta del bacón y se asoma. Abajo no hay nadie.
Después de coger un poco de fresco vuelve
a entrar. Le pone volumen a la película. Ahora es peor. Los tres amigos van por
la selva y se oye cómo discuten.
─Fue out, lo cantó el árbitro de
tercera ─dice Timón.
─¡Eso es tremendo descaro! Fue quieto, y
lo de ahorita, era bola y cantaron strike ─replica Pumba.
Ya no puede más. Apaga el equipo, lo
desconecta. Piensa que está roto. Como todavía está solo en la casa, coge el
guante y la pelota para bajar.
Los muchachos no se ven. Chifla varias
veces. Allá en el balcón del cuarto piso ve asomarse la cabeza de Leonel.
─Leonel, ¿dónde están los otros? ─pregunta.
Se asoman otras cabezas al mismo balcón.
¡Qué extraño! Ellos nunca habían subido a casa de Ramón. Les vocea para que lo
oigan.
─¡Vamos a echar un juego! ─grita y les
enseña el guante.
Cuando empiezan a jugar, Peruso le
pregunta, haciéndose el bobo:
─Osvaldo, ¿cómo está el vídeo?
─Regular, Peruso ─responde él─. Ustedes
tenían razón. Uno se aburre y se vuelve medio loco de estar mirando tantas
películas. Figúrate que yo oía hablar al rey León y su voz se me parecía a la
tuya.
Peruso hace un esfuerzo para aguantar la
risa.
─¡No me digas, chico! ¿Será que de verdad
tengo voz de actor de cine?
No hay comentarios:
Publicar un comentario