Pido perdón por no vivir en un pequeño asteroide, porque los volcanes que deshollino arrojan una niebla que aleja los sueños y apenas distingo los baobabs que despedazan la calma de estos días.
Confieso que he disculpado a los
borrachos y los vanidosos, sonrío al tonto que colecciona billetes y no
estrellas, miro sin permiso del rey este atardecer, respirando el tenue rojo de
su silencio.
Debo pedir perdón por estar tan
domesticada por todas las rosas y no por una sola. Tiemblo al escuchar sus
toses en la madrugada, después que las orugas devoran la noche con sus alas.
Sé que yo, como tú, soy frágil y amiga
de prender la luna en el farol de la palabra. Solo tengo una excusa: la
esperanza.
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