Una vez escapó
de su familia un caballo negro y se perdió en el monte, causando el asombro de
quienes lo vieron allí, pues no habían conocido otro igual. Cuando se vio en la
espesura quiso regresar y no encontró el camino. Por suerte, el pájaro
carpintero le enseñó cómo salir al llano.
Se fue
trotando y dejó entre los habitantes del monte el deseo de tener un caballo con
quien jugar. Por eso celebraron un Consejo y el cocuyo propuso construirlo:
tendrían un caballo de juguete. Quisieron empezar inmediatamente, pero
decidieron dormir primero para tener fuerzas después y hacer un buen trabajo.
Todos soñaron
con caballos en colores que corrían alrededor de los árboles, relinchando
canciones de campo y luna. Después se levantaron y ¡a trabajar! El cedro
ofreció su cuerpo resistente. El totí fue cubriendo poco a poco con sus plumas
la figura del caballo. El bejuco más flexible se colocó en el lugar de la cola.
Las alas de una mariposa se posaron en la cabeza para ser sus orejas. Cuatro
caracoles se convirtieron en los cascos. Sólo faltaban sus ojos. El jiquí
propuso ponérselos de cristal, pero la tojosa y el grillo se opusieron porque
serían muy fríos. El sol, que miraba desde arriba lo que pasaba, envió dos
pequeños rayos y al instante, se encendieron los ojos como chispas.
La alegría fue
tan grande que llegó hasta las copas de las yagrumas; los colibríes y las
torcazas salieron volando en círculo y formaron un carrusel alado que le hizo
un techo de plumas al monte y los otros animales pasearon, mientras el aire
soplaba la negra pelambre del caballo.
En lo
adelante, Negrito fue el compañero preferido de todos porque siempre estaba
alegre y tenía buen corazón. Un día salvó de una trampa a la jutía más pequeña
y otra vez liberó a Mariposa Blanca que había enredado sus alas en el yerbazal.
Ayudaba a las hormigas a cargar su comida y trabajaba en todo cuanto hiciera
falta. Terminaba su labor y se reunían en un claro del monte para divertirse.
El conejo saltaba a la grupa de Negrito y hacía cabriolas como los acróbatas
del circo. Al galopar, las plumas del lomo se levantaban igual a un abanico y sus
orejas aleteaban como si fuera a emprender vuelo. Eran felices. Fueron felices
hasta que el murciélago de la cueva vino a contarles que la oscuridad había
visto a Negrito y lo quería.
Primero se
pusieron furiosos. ¡Ella no podría quitarles a su amigo! Pero el murciélago
explicó que la oscuridad se lo llevaría únicamente si se lo regalaban. Ninguno
sabía qué hacer. Querían mucho a Negrito, pero pensaban en la tristeza de ella,
sin amigos y sin ver la luz del sol. Al monte lo alegraba el canto de los pájaros,
las flores y las travesuras de sus habitantes. Lagartija propuso hablar con
Negrito para saber qué pensaba. El caballo sintió pena por la oscuridad, pero
dudó en irse a vivir para la cueva. Se decidió un día en que el murciélago vino
a darle una nueva noticia: la oscuridad lloraba y en la cueva colgaban sus
lágrimas transparentes, y eran tantas, que habían crecido del suelo hacia
arriba también.
Además, siguió
contando el murciélago, esas lágrimas eran tan duras como la soledad y frías
como la vida sin amigos ni risas. Negrito les dijo a sus amigos que vendría a
cada rato para jugar. Salió trotando hacia la cueva. La oscuridad salió a su
encuentro y, en ese momento, comenzó a transformarse el caballo.
Las mariposas
de sus orejas salieron volando y los cascos caracoles se alejaron en cuatro
direcciones. Los ojos se convirtieron en dos cocuyos de faroles verdes y por
último, las plumas salieron volando lentamente y a su paso fueron extendiendo
la negrura de la noche. El viento traía los relinchos del caballo y un suave
aletear de plumas y alas de mariposas. Los habitantes del monte fueron a
dormir; era la primera vez que la luz del sol dejaba de alumbrarlos.
Durante muchas
horas, la noche cubrió árboles, atajos y caminos con su vestido. Por fin, el
sol se levantó y poco a poco fueron desapareciendo las sombras en la boca de la
cueva. Cuando la mañana había llegado a cada rincón, se vio salir a Negrito y
llegar trotando hasta el almácigo viejo. Enseguida corrió la voz de su llegada
y fueron reuniéndose los amigos para jugar.
Desde
entonces, la oscuridad es un caballito negro que cada día se va al monte a
jugar.
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