El amor es un misterio. No lo digo solamente yo;
también lo confiesa Helena cuando descubre este sentimiento que la sorprende y
confunde. Ese primer amor que sentimos en la vida nos convierte el mundo en un
lugar tan hermoso que nos asombra: nada volverá a parecernos lo que antes era.
Nos puede alegrar o entristecer a la vez y sentir la felicidad sin razón
aparente. Con el tiempo vemos que son infinitas las posibilidades de
enamorarnos, pero esa primera vez es mágica y nunca la olvidaremos. Ese amor
convierte al ser amado en nuestro héroe o heroína más increíble, porque también
ocurre que lo acompaña una ilimitada admiración por cualidades que se nos
antojan sobrenaturales. También es curioso que los hombres y las mujeres somos
iguales ante el amor, como ante la muerte, quizás porque cuando amamos la vida se
nos muestra en una dimensión desconocida.
No es casual el epígrafe de Poe que aparece al
principio de esta novela. Recuerdo que hice leer a mi profesora de Inglés El cuervo (tenía un acento hermoso), porque no existe para
mí un mejor ejemplo de la musicalidad de un poema. De cuando en cuando leo la
explicación de su autor acerca de cómo concibió el poema y es un regalo para mi
espíritu. Soy una habitual y apasionada lectora de poesía y no miento al decir
que es mi poema favorito. Creo que su grandeza está justamente en la armonía
que logra entre el amor y la muerte. Pero también pienso que la vida nos va
descubriendo sentimientos tristes a cada paso y quizás sea la muerte el que nos
causa la más profunda tristeza, en la misma medida que el amor engendra nuestra
mayor felicidad. Analogía y paradoja van siempre de la mano, pero he querido
escribir sobre el amor y no faltan las pequeñas angustias que lo acompañan.
Las historias de amor, desde siempre, han
despertado en mí un estado de gracia indescriptible. No podría decir cuántas he
conocido gracias a las páginas de los libros e, inevitablemente, la vivo como
si fuera propia. Por eso me decidí a escribir esta, que empecé a escribir un
día, la abandoné por años y luego la terminé con una urgencia inesperada, como
si en ello me fuera la vida. He disfrutado mucho escribiéndola. Los buenos
recuerdos de esa etapa de mi vida como estudiante vuelven con frecuencia.
Conocí y quise a muchas personas, imborrables para mí, aunque los caminos
después fueron diferentes y a algunos no los he vuelto a ver. Atesoro con
cariño la amistad y el aprecio de muchos con quienes compartí aquellos momentos
y de otros que vinieron después, cuando ya no era una muchacha. No sé si he
merecido todo ese afecto, pero es de mis posesiones más preciadas y han estado
para alegrarme cuando ese otro amor no ha estado en mi vida.
Por
lo general las dedicatorias en los libros son breves y no permiten agradecer a
todos los que uno quisiera. Entonces decidí que ahora deseo hacerles saber que,
aun sin vernos, han formado y aun forman parte de mi vida.
En la novela hay personajes y situaciones reales
y de ficción que conviven en armonía. Thais, Magdeleine, Estela, Rebeca, Flor,
Juan Carlos, Gilberto, Maykel, Carlos, el diri, el yanqui, Ramón, Rosabal, Eduardo,
Esperanza y Milagros (las jimaguas), Maritza, los profe Esperanza, Raúl
Gorrity, Miguel y Luis. Hasta los que no aparecen expresamente, mientras
escribía, estuvieron muy cerca de mí como en la secundaria y en el
preuniversitario.
Otros como Guillermo, Maritza, María Elena y su
mamá Fina, Olguita, Nelio (de luminosa memoria), Ramón el Bicho, me
acompañaron en muy difíciles momentos. Mis amigos de la Biblioteca Pública de
Cienfuegos, del Centro de Patrimonio y del Libro fueron mi familia cuando la
tuve lejos. Por eso, si escribo sobre el amor los menciono porque también
fueron parte de ese mundo íntimo y particular.
Justo, José Díaz Roque, Maritza, Candelario,
Michel, Coyra, Ian, Mayito y la otra Maritza, ocupan un lugar muy especial.
Recuerdo sus cumpleaños, frases y voces que llegan a mí desde la distancia para
hacerme compañía. No puedo olvidar el cariño de Danilo, Lily, Iliana, Orestes,
Violeta, Chaly, Deysi, Juanita, Lucía, Nivia y Clara, Mariloly, David, Rafaela,
Mirtica, Anivia, Alejandro, Lester, Marcos, Ariel, Baby, Rosa María, Beatriz,
Grisel, Geysi, Ana Teresa, Sarría, Omar, Pedro, Rodolfo, Carlos Díaz, Martha de
la Cruz y Fidelito.
En época más reciente, tuve la suerte de
encontrar la amistad de seres únicos en la editorial Gente Nueva, otros
escritores y gente del mundo del libro. Ellos saben quiénes son. Mencionaré
solo a Janet, amiga y maestra, mi querido Espino (Erick el Rojo),
Jacqueline, María Elena, María del Carmen, Rosa, Mirta, Alga Marina, Celima,
Aracely, Lida y Gretel, porque no me lo perdonarían, pero son muchos más. Entre
ellos mis compañeros de viaje Zurbano y Pérez Chang.
Sin el amor de mi madre no tuviera hoy la
sensibilidad imprescindible para hilar mis narraciones dedicadas a esos «locos
bajitos» sin los cuales no podría vivir y mi padre me abrió los ojos a la
tolerancia. La ternura de mis tías Chacha, de dulce recuerdo, y Luisa fue un
alimento vital para mi espíritu. Tengo una familia numerosa, a la cual adoro,
con muchos hermanos, tíos, primos y sobrinos de la cual escribiré algún día y
de quienes podría decir como Dumas que somos «todos para uno y uno para todos».
No sé qué me hubiera hecho sin Tavito, Elvira, Carlos, Magaly y Valia (citados
por edad para que no haya celos).
Otras muchas personas, cuyos nombres a veces
recuerdo y otras no (con esta memoria que se ha deteriorado), vienen a mi mente
siempre con sus rostros amables, y ahora también acuden.
Creo que la vida me ha premiado al rodearme de
tanto cariño y darme dos hijos que son mis sueños de carne y hueso. Por eso
agradezco además a su padre, Alfredo, por tanto tiempo y amor compartido.
Eso tiene de bueno el amor: la infinitud.
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