Antonio de la Caridad Maceo Grajales, conocido por su epíteto de El Titán
de Bronce, nació el 14 de junio de 1845 en la otrora calle Providencia No. 16, hoy Calle Los Maceos No. 207, Santiago de Cuba; hijo de Marcos Maceo y
Mariana Grajales. En su partida de bautismo, registrada en la iglesia Santo
Tomás Apóstol, en el libro de pardos no. 17, folio 126, número 212 y en el Acta
firmada por Dominga Maceo Grajales (hermana suya) en 1926, donde confirma el
nacimiento de su hermano en esa casa de la antigua calle Providencia No. 16.
Fue uno de los héroes indiscutibles del Ejército Libertador de Cuba, al
cual se incorporó desde la fecha fundacional en que Carlos Manuel de Céspedes
le dio la libertad a sus esclavos, alcanzando el grado de Lugarteniente General
del Ejército Libertador. Un día como hoy, cayó en San Pedro de Punta Brava: el 7
de diciembre del 1896. Con él murió, además, Panchito Gómez Toro, su asistente
personal e hijo de Máximo Gómez.
Antonio Maceo fue uno
de los líderes cubanos que rechazó la firma del Pacto del Zanjón, el cual puso fin
a la Guerra de los Diez años. Él y algunos otros mambises se reunieron con
Arsenio Martínez Campos en Mangos de Baraguá, el 15 de marzo de 1878 para
discutir los términos de la paz, pero Maceo protestó estos términos porque no
cumplían con ninguno de los objetivos de los independentistas: la abolición de
la esclavitud y la independencia de Cuba. El único beneficio era la
amnistía para los que habían luchado y la manumisión para los negros que habían
peleado en el Ejército Libertador. Maceo no reconoció este tratado y no se
acogió a la amnistía. Este encuentro, considerado una de las páginas más dignas
de la historia de Cuba, se conoce como La Protesta de Baraguá.
Participó
en alrededor de 600 acciones combativas, de ellas unos 200 combates y batallas
importantes. Estuvo en las tres guerras libradas en el siglo XIX por los cubanos: la Guerra de los Diez Años, la Guerra Chiquita y la Guerra de Independencia.
Entre sus
grandes proezas estuvo la Invasión a Occidente (22 de octubre de 1895 al 22
de enero de 1896), que llevó la guerra desde el oriente del país a Mantua,
Pinar del Río, en la parte occidental.
Luego del fracaso de
la Guerra Chiquita en 1880, el general Antonio Maceo aceptó los consejos del
general Máximo Gómez, quien residía en Honduras desde el 5 de febrero de 1879,
para viajar a ese país. Por esas razones, procedente de Jamaica arribó a esa nación
centroamericana el 20 de julio de 1881, como también lo hicieron después otros
patriotas.
Allí se desempeñó como
general de división en el Estado Mayor General del Ejército de Honduras, y
asumió la Comandancia Militar de Tegucigalpa. También fue Juez Suplente del
Tribunal Supremo de Guerra en ese país y lo nombraron Comandante de los Puertos
de Puerto Cortés y Omoa con residencia en el primero, en julio de 1882.
Desde la ciudad de San
Pedro Sula, en Honduras, escribe el 13 de junio de 1884 una carta al patriota
cubano José Dolores Poyo, quien era entonces director del periódico
independentista El Yara, de Cayo Hueso, en los Estados Unidos de Norteamérica:
San Pedro, junio 13 de
1884.
Sr. Director de El
Yara
Cayo Hueso.
Distinguido
compatriota:
Conseguido el objeto
de mis pretensiones políticas, de que me doy enhorabuena, puedo decir con
franqueza que estamos de plácemes. No hay uno solo de nuestros antiguos
compañeros de armas que no piense en los días de gloria que darán a la Patria,
desenvainando su espada con el Vencedor de las Guásimas y Naranjo.
Acá en mi retiro, y
cuando preparaba unir mis pequeños esfuerzos a los de Uds., llega a mi la noticia de la nueva trama que pretenden pegarnos los españoles fingiendo arreglos
importantes para los cubanos, en que aparece la intervención de extrañas
naciones. ¿Habrá ilusos como los del Zanjón que les crean? No es posible, aquel
golpe enseñó a los ignorantes y no creo que de buena fe se entreguen a sus
enemigos. El ejemplo más vehemente que tienen los crédulos es el procedimiento
infame que sufren en las prisiones españolas, los que acreditaron sus promesas,
quedándose en el país. Cuba será libre cuando la espada redentora arroje al mar
sus contrarios. La dominación española fue mengua y baldón para el mundo que la
sufrió; pero para nosotros es vergüenza que nos deshonra. Pero quien intente
apropiarse de Cuba recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no
perece en la lucha. Cuba tiene muchos hijos que han renunciado a
la familia y al bienestar, por conservar el honor y la Patria. Con ella
pereceremos antes que ser dominados nuevamente; queremos independencia y
libertad.
Conviene no apurar la
protección americana, antes bien tenerla de nuestra parte.
Me parece que con
alguna discreción se conservaría neutral en nuestros asuntos, si no indiferente
como hasta ahora, pues creo verla salvando las apariencias españolas. Las
naciones tienen entre sí principios internacionales que respetar, y que les
obligan a ser indiferentes contra su propia voluntad; pero hay algo más entre
ellos.
Con la esperanza de
verles se ofrece a V. su affmo. Amigo.
J. A. Maceo
Lanzó al mundo desde un San Pedro su credo político y anegada en sangre dejó la tierra de ese
otro San Pedro donde pudieron abatirlo los enemigos.
Ese Antonio de la Caridad (cuya segundo nombre
honraba a la patrona de Cuba) impresionaba con sus
seis pies de estatura. Manuel Piedra Martel, coronel y cronista mambí, lo
describió diciendo que su figura era arrogante y apuesta, muy alto (unos seis
pies) y daba «la sensación del equilibrio, de la agilidad y la fuerza […] Los
ojos grandes, en forma de almendra, eran oscuros y sumamente expresivos… Su frente,
ancha y despejada […].
»Tenía una forma de hablar muy pausada para disimular
su tendencia a la tartamudez. Su voz era grave y sonora. Su palabra era sedosa,
al decir del apóstol.
»Rechazaba las
bebidas alcohólicas, las malas palabras y el humo del tabaco. Era pulcro y
elegante en el vestir, correcto y respetuoso, aun con el enemigo. Dicen que era
sincero hasta donde se lo permitía el buen gusto de no herir a los demás. Jamás
se daba por vencido. Su optimismo lo hizo declarar: “El triunfo de nuestra causa
lo siento en mi propio ser, inveterado en la sangre, si desconfiara, moriría en
el acto mismo que abrigara esas dudas.
Escribió en
esos días de 1886 a su amigo Benito Machado: “Yo me siento cada vez
más animado y dispuesto a resistir contra la naturaleza y los hombres que se
opongan a la realización de nuestros fines políticos. Venceré”». He tomado la
descripción de los sucesos de ese día que aparecen en Ecured:
Comienza el
combate
Teniente Coronel Juan Delgado |
A las dos de la tarde, el comandante Rodolfo Bergés, del regimiento de Juan
Delgado, fue llamado por Maceo, quien le comunicó su ascenso a teniente
coronel. Luego, el recién ascendido buscó a Panchito Gómez Toro para darle
la noticia y le peló una naranja, pues al hijo del Generalísimo una herida
le imposibilitaba hacerlo. Consultó el reloj, eran las tres menos cinco, y
cuando lo guardaba en un bolsillo, escuchó varias descargas en dirección hacia
donde estaba su regimiento.
Maceo, quien estaba relativamente cerca de allí conversando con sus
oficiales, también oyó los disparos. «Fuego en San Pedro», gritó
Baldomero Acosta. Juan Delgado, que estaba en el grupo que departía con el
Titán, salió en busca de su regimiento para incorporarse al combate. El resto
se quedó junto al lugarteniente general para brindarle protección en caso de
que el enemigo forzara la defensa cubana.
Si bien para la avanzada cubana fue sorpresiva la llegada de la guerrilla
española, para esta fue también una sorpresa encontrarse con tantos mambises.
El fuego graneado del regimiento de Santiago de las Vegas, evitó que los
peninsulares siguieran avanzando. Los tiradores de Maceo y los mambises del
Goicuría acudieron a reforzar las líneas cubanas. La guerrilla ibérica
retrocedió y se atrincheró en una cerca de piedras.
El general Antonio, al frente de una pequeña tropa, avanzó hasta la cerca
de piedras que enmarcaba el aledaño potrero Bobadilla. Dentro de esta finca,
una alambrada le impedía cargar contra las posiciones españolas. "Piquen
la cerca", exclamó. Varios jinetes se desmontaron y con sus machetes
comenzaron a cortarla. «Esto va bien», le oyeron decir. Una bala le
penetró por el maxilar derecho, se lo fracturó en tres pedazos, y le seccionó
la carótida.
El desconcierto
Sus ayudantes trataron de sacar del lugar el cadáver de Maceo. Gravemente
heridos, agotados todos los recursos, al no contar con más ayuda tuvieron que
desistir. Cuando abandonaba el potrero, uno de ellos vio venir a Panchito Gómez
Toro, brazo izquierdo en cabestrillo:
«Le advertí del peligro que corría sin que él, desarmado
y herido, pudiera remediar nada; contestándome que moriría al lado del
General».
En el campamento mambí reinaban la confusión y el caos. Años después,
Dionisio Arencibia relataría en la Revista Bohemia de diciembre de 1946:
«Un grupo de mambises que acababa de replegarse de la
avanzada de La Matilde llega al pabellón de Maceo, indagando sobre la noticia
de su muerte, cambia informaciones sobre la situación que se les crea con la
retirada de los generales sin disponer nada para el rescate del caudillo,
calculando probabilidades en tiempo y distancia para realizar la acometida».
Por sus mentes pasó, al decir de Dionisio Arencibia:
«La imagen de la deshonra, del deshonor militar, toda la
vergüenza de consentir que el general Maceo caiga en poder del enemigo, que
cual trofeo de triunfo inigualable lo exhibiría como fiera, deshonrándolo y
deshonrándonos con sus profanaciones y burlas».
Como movido por un resorte, el coronel Juan Delgado, vibrante de ira, dijo:
«No, yo no permito
la deshonra del Ejército Libertador; no podemos permitir que las fuerzas de La
Habana sean culpables de la mayor de las deshonras que pueda sufrir un ejército
valiente como el nuestro. Si el cuerpo del general Maceo cae en poder del
enemigo, mereceremos el anatema de cobardes de nuestros compañeros, de todos
los cubanos y aun de nuestros propios enemigos. Antes que permitirlo y que el
General en Jefe sepa que estando yo en este combate el cadáver del general fue
capturado por los españoles, prefiero caer en poder del enemigo».
Y levantando en alto su machete, gritó:
«El que sea cubano, el que sea
patriota, el que tenga vergüenza, que me siga».
Los 19 hombres, desafiando las balas, sin conocer el terreno donde iban a
operar ni el tamaño de las fuerzas que deberían enfrentar, en una carga
antológica, marcharon machete en alto al rescate de su general.
Maceo y Panchito Gómez Toro |
La carga de los 19
Junto a Juan Delgado, marchaban los
coroneles Ricardo Sartorio y Alberto Rodríguez Acosta. Once subordinados de
Juan Delgado siguieron a su jefe; tres subalternos de Sartorio y dos de
Rodríguez Acosta completaban la comitiva.
«Todos íbamos a vender caras nuestras
vidas», confesaría años después el oficial mambí José Miguel Hernández.
Después de traspasar la tranquera de una cerca y el palmar aledaño, se
fraccionaron en grupos de tres o cuatro para evadir mejor el fuego y dar la
sensación de que eran una fuerza superior en número.
Se internaron en el potrero Bobadilla.
A un grupo de españoles que saqueaban cadáveres, los hicieron retroceder hasta
una cerca de piedra, desde donde un destacamento de caballería les protegió la
retirada. José Miguel Hernández se adelantó con el objetivo de cargar pero se
le espantó el caballo. «Aquí están», gritó.
Sus compañeros se le reunieron apresuradamente. Hasta ese momento, solo
buscaban el cuerpo del general Antonio. Allí, junto al Titán, encontraron el
cadáver del capitán Francisco Gómez Toro.
El Cacahual
Mausoleo del Cacahual |
Atravesados en dos cabalgaduras, los cadáveres fueron retirados del potrero
y transportados a la finca Lombillo, ya anocheciendo.
Años después relató Manuel Piedra Marte:
«Bajo un cobertizo formado por algunos horcones y una
parte de la techumbre de una caseta
en ruinas, en las cercanías de un tanque, yacía el cadáver de Maceo y, junto a
este, tendido en igual posición, el de Panchito Gómez. Visto a la amarillenta y
vacilante luz de aquel nunca tan triste crepúsculo otoñal, el héroe parecía
dormido... El tiempo no había dado aún a su robusto y bien modelado cuerpo la
rigidez característica de la muerte, ni alterado las líneas suaves de su
rostro».
Pasadas las nueve de la noche, en medio de un grave e
imponente mutismo, se emprendió de nuevo la marcha con los dos cadáveres. Con
su suspicacia guerrillera, Juan Delgado los llevó a campo traviesa y por el
terraplén de Verracos, desembocaron al camino de Bejucal al
Rincón. Ya había convencido a los generales Miró, Pedro Díaz y Sánchez Figueras
de marchar hacia una finca llamada Cacahual, donde residía su tía materna,
Candelaria, esposa de Pedro Pérez, a quien entregó los restos mortales del Lugarteniente General y de su capitán
ayudante.
Juan Delgado no permitió a los generales presenciar el enterramiento y se
marchó con sus acompañantes del lugar. Pérez y sus cuatro hijos, al quedar
solos, escogieron un paraje escondido y solitario y allí cavaron profundamente. Colocaron en
la fosa primeramente a Maceo; luego, con su cuello apoyado en el brazo derecho
del Titán, a Panchito. Después de rellenar la tumba, borrar todo tipo de
huellas y marcar exactamente la posición del lugar, hicieron el solemne
juramento de morir antes que revelar el secreto. El mundo desconoció durante un
tiempo dónde se hallaban los restos de los dos patriotas, hasta la Exhumación de los restos de Antonio Maceo y Panchito Gómez Toro, en septiembre de 1899.
En el preciso lugar del enterramiento, se levantó un mausoleo a su memoria.
Y en una lápida en homenaje a los 19 mambises que protagonizaron la hazaña de
San Pedro, puede leerse la arenga de Juan Delgado:
El que sea cubano y tenga valor, que me siga.
Hoy
7 de diciembre, aniversario 119 de su caída en combate, decimos como el
Generalísimo: «La patria llora la pérdida de uno de sus más esforzados
defensores; Cuba, al más glorioso de sus hijos y el ejército, al primero de
sus generales».
Gloria eterna a quien vive en el alma de la Patria.
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