Siempre que
juego a las casitas con Maribí, con Aiara o con Camila, hago de mamá y ellas
son mis hijas. Si ha venido mi prima desde aquel lejano país, soy una mamá con
tres hijas. Cuando ella no está tengo tres menos uno, dos hijas (ahora estoy
practicando la suma y la resta en la escuela). Si nada más jugamos Camila y yo,
o Maribí y yo, soy la mamá de una sola hija. Pero siempre, siempre, soy mamá,
porque no me gusta jugar sola. A mí me gusta hacer de mamá porque las puedo
mandar a bañarse, y también a callar. Camila es la que protesta.
El otro día
hicimos una casita en el patio y le dije: “Niña, ve a bañarte, que voy a hacer
la comida.” Ahí mismo empezó a protestar, igualito que cuando mami me manda a
mí. Dijo que era muy temprano, después que el agua estaba fría, que si esto o
lo otro. Hice entonces lo mismo que me hace mi mamá.
La cogí por la
mano (yo tengo más fuerza que ella) y la obligué a entrar en la palangana
grande, con ropa y todo. Camila empezó a gritar y salió mami. “Talía, ¿qué le
estás haciendo a Camila?”, me preguntó.
Verdad que con
ropa puesta nunca me he bañado, pero estábamos en el patio y no en el baño.
Sacudí las manos mojadas y le dije a mami lo mismo que ella me dice: “Yo soy su
mamá, y así va a aprender a obedecer. Ella va a saber quién manda en esta
casa.”
Nunca pensé
que mi mamá pudiera abrir tanto los ojos, pero cuando me miró, sus ojos eran
como dos platos. Parece que por abrir tanto los ojos no pudo hablar, porque
dejó de regañarme y entró rápido a la casa. Claro, se llevó a Camila para
cambiarle la ropa, no fuera a ser que cogiera catarro.
Desde ese día
no ha vuelto a decir aquello en el baño y yo, por si acaso, no me niego a
bañarme. No sé, pero pienso que a lo mejor se le vuelven a poner los ojos como
platos si no la obedezco y a mí me gusta verla reír con esos ojos medio chinos
que se vuelven una rayita y parecen dos estrellas chiquitas que se encienden y
apagan como las luces de los cocuyos.
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