Hablar de la
obra de José Manuel Espino Ortega es adentrarse en un mundo onírico y
fantástico pues, hasta las más terrestres criaturas alcanzan un aura de ensueño
nada más ser tocadas por su palabra. Y es que este colombino de nacimiento y
vocación nació para escribir poesía, para marcar un antes y un después en la
literatura cubana que se le dedica a los “locos bajitos”.
Su creación poética
tiene un sello inconfundible. Primero, porque ha retomado las formas
tradicionales estróficas de la poesía española, pero siempre renovada en su
forma y lenguaje, logrando una cadencia que no responde solo a la rima del
final del verso, pues también la armoniza con un ritmo interno que alcanza con
las repeticiones o encabalgamientos que tan magistralmente hace.
Ni qué decir
que resulta muy propio de su poesía armar con los versos las figuras del tema.
Ya habían aparecido en Laberinto, (que
le abrió el camino de los premios La Edad de Oro que suman nada más y nada
menos que ¡9! en su haber) sus Sombreros,
sus Lunas, la Lluvia y Gotas… recurso que ha sostenido en la obra posterior. Y
es que creo, a pesar de llegar a este libro de 1995 con dos premios Ismaelillo y
un David, este es el que teje las alas de la poesía que hará volar sobre las
páginas y nuestros ojos, ávidos de maravillas, desde entonces y por muchos años
más.
Ya en él
aparece la recurrencia-homenaje a los poetas que será una constante en su obra
(Lorca, Charlot, su propio coterráneo Aramís Quintero, Dora Alonso…); los temas
del circo, la magia, la mar y la naturaleza; la intertextualidad con clásicos
como Peter Pan y Wendy, Alí Babá y los cuarenta ladrones, El principito… Y a partir de ese laberinto de la ternura nos
internamos en ese bosque inabarcable de su poesía que es, además, un juego
interminable entre el autor y sus lectores.
A pesar de
conocer su Magia Blanca, El próximo circo y adentrarme en su Laberinto, no fui absolutamente seducida
hasta conocer El libro de Nunca Jamás.
Creo que este es su libro fetiche, su talismán contra las tormentas de la vida
y la expresión más fiel de su vida y de su obra.
Quien conozca a
Espino sabe que es el habitante per se
de la isla de Nunca Jamás: jamás y nunca será un adulto hecho y deshecho. Desde
que abrió los ojos a la poesía, Peter Pan cosió a él su sombra y así será hasta
el fin de los tiempos. Aunque se vaya un tiempo con Alí Babá, encienda las
candilejas junto a Chico para
reverenciar al cine mudo y su Charlot o pinte el teatro de Verde que te quiero verde, mientras narra sus Cuentos de gallos de día y de noche o abandone su bosque encantado
para ir al circo a decir Pasen, señores,
pasen… su corazón anda revoloteando, con las alas de Campanilla, por la
isla siempre encontrada de su infancia.
“Sin dudas, es
un hallazgo inquietante”, anuncia el autor en su cuaderno de bitácora sobre el
libro capturado en la red y el mapa de Nunca-Jamás, así que solo podemos darle
la razón cuando empezamos a leer. Y entonces incluyo ese breve poema que canta
Wendy y, por muchas razones, es mi elegido del libro:
Copla
A veces pido un dedal,
para que me den un beso.
Coso la sombra al travieso
niño que no tiene igual.
Y doy un viaje total
a su isla sin regreso.
Para que me den un beso,
a veces pido un dedal.
La literatura,
decía Camila Henríquez Ureña en su Invitación a la lectura, solo es verdadera
cuando logra conmover, de manera que si leemos un texto y no conmueve puede ser
cualquier cosa excepto literatura. Entonces estamos ante una real LITERATURA,
así en mayúsculas porque jamás la obra de José Manuel Espino nos dejará
indiferentes. Esa ingenuidad que rezuman sus versos, la travesura del lenguaje,
su desenfado para contar cuentos y hasta escribir su novela inédita en el más
actual espíritu tecnológico, su fantasía y siempre sorprendente imaginación
cautivan a quienes lo leemos.
Si me pidieran
que con una sola palabra definiera su obra en cuanto a la forma diría Maestría. Si debo calificar el alma de
su creación, para niños, adultos y en cualquiera de los géneros (teatro,
cuento, novela o poesía) digo Ternura.
Porque además de escribir con soltura de escritor avezado en cualquiera de los géneros
literarios, el rasgo que lo define, su esencia, es la poesía. Están escritos
con poesía, desde la poesía y con una vocación poética increíble.
Esto solo no
podrá entenderlo quien no lo conozca. Quien haya visto su espacio iluminado,
por segundos al menos, por la sonrisa niña de este poeta, haya apreciado su
bondad, absoluto desinterés por sobresalir, esa innata modestia y sencillez con
las que se alegra (y se sonroja) por un halago, sabrá de qué hablo.
Excelente trabajador, compañero de todos, hijo amante y devoto… sensible a la poesía y a las historias. Cariñoso, amable, risueño y como dijera yo de Peruso: amigo de sus amigos, y en esa categoría de amigos entran los tomeguines y las palomas, los cocuyos de luces verdes, las gaviotas, los poetas, los deshollinadores de nubes, los niños perdidos y los encontrados, las hadas, los piratas, los cuenteros, las madres todas y cualquier ser que, cuando respire, sueñe.
Es un
incansable promotor cultural de los valores de sus coterráneos matanceros, no
sé sabe cuántos talentos han florecido en los talleres literarios a los que ha
dedicado tanto tiempo; febril activista de las editoriales Aldabón, Matanzas y
Vigía; colaborador siempre, amigo y admirador primero de la obra hermosa de
cualquier autor. Organizador de eventos, actividades, colaborador de
publicaciones… un ser multifacético e imprescindible. Mucho animó y dejó para
la posteridad en esa excelente columna de El
cañonazo de la feria del libro en la Cabaña los sucesos del pabellón
infantil, bajo el nombre mágico de Nunca
Jamás. Allí reseñó obras, entrevistó autores, opinó y deslumbró,
demostrando que el periodismo se puede hermanar con la poesía.
En su cuaderno
de bitácora apunta un 31 de agosto que no puede asegurar que esa isla de
Nunca-Jamás no sea un sueño de marinero romántico. Anota que ha crecido, que no
podrá ser como Wendy, el capitán Garfio o el propio Peter Pan, pero esta es una
de las trampas de su juego en la que no podremos caer, so pena de que nos
perdamos, aunque tengamos a mano el mapa, las coordenadas de la isla y hasta la
brújula. Y como allí también dice que alguna vez se atrevería a dar la orden de
buscar esa isla, que tendría el viento a favor y le sería permitido escribir
con el alborozo de quien todavía no está demasiado lejano del niño, sabemos que
sí, se ha atrevido y sigue atreviéndose porque tenemos el viento a favor. Y
ahora ese viento lo ha llevado lejos, muy lejos… hasta un asteroide al que han
llamado B612 pero, lo más notable, es que hay allí un principito y una rosa
que, según la experiencia de cierto zorro, lo tiene absolutamente domesticado.
Agradezcamos al
Poeta que se haya atrevido, al viento de la creación, que ha hinchado las velas
de su bajel vikingo para llevarlo hasta la isla de Nunca-Jamás y entonces, con
la eterna complicidad de los niños perdidos hagámosle un regalo que es el mayor
tesoro y el que tiene una riqueza distinta al decir del otro Poeta, genio y figura
del andaluz, ese que “tiene la música de las palabras, no despierta la envidia
de los avariciosos y, sobre todo, se puede compartir, pero nadie te lo puede
quitar”: un poema.
Y como en el
momento en que se haga este homenaje no estaré presente, le envío un dedal con
cada palabra:
Mensaje a Peter Pan
Tu sombra Peter Pan,
con la aguja de sueños
que los niños me dan,
he cosido al recuerdo
con hilo y un dedal.
Inventa un talismán
mientras fabricas versos
y Garfio, el capitán,
sale a robar los cuentos
y se encuentra un dedal.
Te digo, Peter Pan
que si por tu regreso
algún tesoro dan
no voy a darte un beso:
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