domingo, 10 de junio de 2012

PERUSO: ¿NIÑO O FANTASMA?



(Tomado de sjsm.wordpress.com)


“El fantasma Veonové era chiquito, bromista y amigo de atravesar paredes como todos los fantasmas. Pero nada es perfecto: Veonové no quería ser fantasma.
Usando el don de la transformación fue convirtiéndose en diferentes seres.
Primero probó como payaso y no resultó. Acostumbrado a deambular por todos lados no le gusta quedarse quieto y en el circo debía ensayar su número una y otra vez. Otro problema era que no podía pintarse bien la cara porque los fantasmas no se ven en los espejos (como los vampiros), y cuando salía al escenario su cara era un revoltijo de colores.
Una noche de contemplación en la azotea le inspiró el deseo de ser perro, al escuchar los ladridos a la luna de esos merodeadores. Tuvo la suerte de caer en gracia a una chiquita que lo llevó para su casa. Ahí empezaron los problemas. La niña lo metió en una bañadera para enjabonarlo y salió disparado, con la lengua afuera. No se detuvo hasta que llegó a un matorral. ¡Qué atrevimiento! Uno de sus ochenta y tres orgullos era no haberse bañado jamás (los otros ochenta y dos deben imaginarlos ustedes).
Se quedó allí sentado, pensando. Eso de ser perro no resultaba bueno si iban a tratar de bañarlo a cada rato. Tal vez sería bueno ser niño. Podría bañar a los perros sin que lo obligaran a bañarse a él. (En eso estaba equivocado, como pudo comprobar después.)
Sin pensarlo mucho se convirtió en niño y fue cuando empezaron los problemas grandes. Es muy difícil ser niño en este mundo tan mal llevado por los adultos.”
─Para empezar, me llevaron a una escuela de niños desamparados, donde poco tiempo después fui adoptado por mis padres ─dice Peruso y cambia el hilo de la historia.
Leonel no entiende.
─Pero, quien se convirtió en niño, ¿fue el fantasma?
─Claro, chico, ¿no entendiste? ─pregunta Peruso.
─Sì, pero es que ahora tú hablas como si fueras el fantasma.
─No, como si fuera el fantasma no. Yo era el fantasma y ahora me convertí en niño.
Osvaldo y Luis Enrique dan un chiflido. Están en el patio de la escuela, pero se han sentado en el césped, haciendo un círculo alrededor del cuentacuentos.
─Afloja, Peruso─le dice Lázaro.
─ ¿No me creen? Pues sepan que estoy inconforme. Mis padres adoptivos son buenos, pero han cambiado un poco. Al principio me complacían en todo: me llevaban al zoológico, al acuario,…pero he tenido que aprender a lavarme los dientes, me obligan a bañarme, a acostarme a la hora en que yo, como fantasma, me iba para la calle, en fin, un desastre.
Leonel, desconfiado, le pregunta:
─Y si ya no quieres ser niño, ¿por qué no te conviertes de nuevo en fantasma?
Peruso suspira.
─Mis poderes se debilitaron. Ya ni siquiera puedo atravesar paredes. El otro día, como estaba solo en la casa lo intenté. ¿Se acuerdan lo que me pasó? ─se pasa la mano por la frente─. Me salió el chichón aquel, sí, con el que parecía un unicornio.
Están embobados, mirando a Peruso. El primero en hablar después de ese silencio es Raulín.
─ ¡Ah, no! Ahora resulta que también fuiste un fantasma. Esa sí que no, Peru.
Peruso se pone serio. Nunca espera que le repliquen sus historias, pero ocurre a veces. Entonces pregunta a sus amigos.
─ ¿No me creen, verdad? Está bien. Díganme una cosa: en todo el mundo, ¿quién es la persona que sabe mejor como nació alguien?
─Los médicos, seguro─contesta Leonel.
─Los que hacen el papel donde te ponen el nombre─dice Lázaro.
─La policía, que lo averigua todo─opina Osvaldo.
Peruso se echa a reír.
─ ¡Esto es increíble! Sigan viendo películas, entonces sí que les voy a hacer un cuento. ¿A ustedes no se les ocurre pensar que la madre de uno sabe mejor que nadie como nacimos?
Claro. Todos están de acuerdo. En ese momento tocan el timbre y deben regresar al aula, pero acuerdan ir a ver a la mamá de Peruso cuando salgan de la escuela.
Son casi las seis cuando llegan y ella está en el balcón regando las plantas.
─Mami, ─la llama Peruso─ ¿puedes venir a la sala para preguntarte algo?
─Claro, hijo, ya voy.
Entra con el cubo en la mano y, al ver tan serias las caras, lo deja en el suelo y se sienta con ellos.
─¿Les pasó algo? pregunta algo preocupada.
Niegan al mismo tiempo con la cabeza.
─Es que no creen como llegué yo aquí a la casa, de dónde vine. Les dije que tú les contarías toda la historia.
Ella se sienta y un brillo pícaro le alumbra los ojos por un instante.
─Pues, verán. Una tarde llegué del trabajo y encontré un huevo en el sofá.
─ ¿Un huevo? ─exclaman ellos en tono de pregunta, asombrados. A ella le parece que va por buen camino.
─Sí, un huevo blanco, redondo, grande como una calabaza. Primero pensé que lo había traído el papá de Peruso, pero lo llamé y no había estado en la casa. Entonces me lo llevé para el cuarto, lo puse en la cesta de la costura. Cada vez que me sentaba a coser conversaba con el huevo, le hacía cuentos, le cantaba…
Se interrumpe. Peruso le hace señas desesperadamente. Comprende que se equivocó de historia y debe probar con otra.
─Bueno, ustedes vinieron para saber cómo nació Peruso y no el cuento del huevo, porque no pensarán que de aquel huevo nació mi niño, ¿me equivoco?
El coro le responde ¡no, qué va, de ninguna manera!
─De acuerdo ─sigue la mamá─. Yo siempre tuve un muñeco de peluche carmelita que dormía conmigo, desde niña. Le ponía pañales, le daba la comida, como hacen los niños con sus muñecos. Un día en que lo dormía en el sillón…
El hijo tose un poco.
─Mamá, por favor, diles cómo llegué a la casa, estamos apurados.
En este momento la madre no recuerda otra de las tantas historias de Peruso para explicar su nacimiento. Decide hablar diciendo cosas y sin decir.
─ ¿Qué puedo contarles? Era y no era. Parecía un niño y no parecía. Quería llorar y no lloraba. Se veía y no se veía ─, al decir esto deja escapar un suspiro y Peruso aprovecha para hacer cierto su cuento.
─Ya lo ven: un fantasma. Yo era un fantasma. Gracias, mamá, nos vamos a jugar pelota.
La madre sonríe cuando Peruso le da un beso de despedida en silencio. Raúl está murmurando algo en el oído a Leonel. Peruso les habla, apurando el paso.
─No anden con secretos, que es mala educación.
Luis Enrique le pregunta:
─Peruso, ¿fue tu mamá quien te enseñó a inventar cuentos o tú le enseñaste a ella?
El amigo piensa antes de responderle.
─ ¿Quieres que te diga la verdad? Ni yo mismo sé, Luis Enrique, ni yo mismo.




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