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Cansado como está se duerme enseguida y tiene un
sueño. En el sueño va caminando por las traviesas de un ferrocarril, mirando al
suelo siempre, porque faltan algunas vigas y debe saltar hasta la próxima.
Claro, eso hace el camino más animado pero si hubiera mirado al frente no
habría chocado. ¡No, qué va! No choca contra un tren, sino contra un libro que
va hablando solo, o mejor, gritando solo a grito pelado.
—¡Sinvergüenza! Seguro que él no querría estar
oyendo siempre a todo el mundo quejándose. Y, además, muchos ni me abren,
porque ya les han contado.
Cuando dice esto último es que choca con Peruso, o
mejor, Peruso choca con él. El lomo del libro, que no es muy duro se estremece
un poco.
—Discúlpeme —le pide Peruso—. Venía tratando de no
caerme y he chocado con usted.
El libro, mucho más pequeño que el muchacho, no le
da importancia al asunto.
—Total, chico, que mi mayor desgracia es haber
venido al mundo nada más a causar penas, lo que me tiene desesperado.
—No lo entiendo todavía, ¿cuál es el problema?
—pregunta el muchacho.
—El problema es que mi autor escribió historias donde ocurren muchas
tragedias: un padre que abandona al hijo, la madre no tiene tiempo para él
porque debe trabajar mucho; en otra se burlan del muchacho en la escuela porque
es gordo y todo lo hace mal, además de que los finales son muy tristes. Así,
muchos jóvenes me abren y cuando empiezan a leer me abandonan otra vez en el
estante, rápido, como si no quisieran contaminarse.
Peruso se rasca la cabeza de atrás hacia delante
(eso lo hace siempre que no tiene la respuesta a un problema de inmediato). Por
fin habla:
—Mira, de verdad lo que me cuentas es difícil. Te
diré algo: también en la vida pasan muchas cosas tristes. Todo lo que me has
dicho sucede en la realidad. No veo por qué no va estar en los libros. Los
escritores escriben sus libros según su vida o la que tienen alrededor.
—Sí, pero no todo en la vida son desgracias.
También pasan cosas alegres, hay quien tiene momentos tristes, pero otras veces
viven felices. Todo el tiempo no es malo.
—Estoy de acuerdo contigo. Pero él te escribió
así. Seguro estaba pasando por un mal momento.
—Claro, pero me desgració a mí la vida —contestó
el otro.
—Pero, dime algo —se le ocurrió preguntar a
Peruso—, ¿qué tú desearías?
El libro pensó un poco. Carraspeó y se aclaró la
garganta antes de hablar:
—Me gustaría ser un libro de esos que están llenos
de aventuras fantásticas, con personajes que tienen poderes mágicos; libros
donde ocurran hechos extraordinarios y tengan finales felices.
—Si los libros nada más hablaran de eso sería muy
aburrido. A mí me gusta leer esos que tú dices. ¿Conoces La historia interminable? —siguió hablando cuando el libro hizo un
gesto negativo—, pues ese libro tiene partes tristes, fantasía y final feliz.
Hay otros que no, como en la vida.
—Eso quisiera yo. Ser famoso: que todos me leyeran
y ser conocido en el mundo entero.
“¡Caramba!, este libro tiene delirio de grandeza.
Me va a ser difícil convencerlo”, pensó Peruso.
—Esa es una opinión interesante. Pero todos los
libros tienen quien los lea, y siempre son de utilidad para alguien. Puede que
hayas servido a alguien de consuelo, o hayas abierto los ojos de otro que
ignoraba el dolor del mundo… Creo que no debes lamentar tu suerte y ser más
optimista.
Aunque es un sueño, a Peruso le pica el sol del
mediodía y no ve la hora de terminar la discusión. Se le ocurre una idea.
—En mi escuela muchos alumnos leen, no solo en la
biblioteca, sino que llevan los libros a su casa para leer en su tiempo libre.
Una esperanza animó al libro.
—¿Dónde está tu escuela? —le preguntó a Peruso.
Cuando Peruso iba a responderle, se despertó.
¿Quién sabe?, pensó el muchacho. A lo mejor me lo encuentro algún día, si es que
existe de verdad.
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