saltó un conejo
y allí sentado
se ha puesto viejo.
Dora
Alonso
En la Sierra del Escambray nació una loma curiosa que creció aventurera. Amiga de los árboles y el viento, desde pequeña aprendió el canto de los pájaros a la primavera. Todo el campo se acostumbró muy pronto a escuchar su conversación en las noches quietas del verano.
Pero dentro de ella bailaban piedras caminantes que la alentaban a recorrer mundo y un buen día dejó la campiña natal para emprender un viaje hasta el Oriente y visitar a sus hermanas en la Sierra Maestra. Llevaba en su mochila pinos y campañas silvestres que quisieron acompañarla.
Por el camino se les unió un conejo orejipintado, buen corredor y amigo de las bromas, quien se ofreció de explorador.
Habían recorrido unos cuantos kilómetros cuando decidieron sentarse a descansar. Orejipintado empezó a narrar historias de su vida con tanta gracia que las yerbas se retorcían de risa.
En ese momento aparecieron dos perros jíbaros enseñando sus dientes afilados. Llegaron hasta la loma y miraron a los viajeros como sólo miran los perros malos.
—¿Quién dio permiso para reírse?
Después empezaron a enseñar las patas para que admiraran su fortaleza y abrían la boca mostrando los colmillos. Por último, caminaron muy estirados alrededor de la loma.
Orejipintado no pudo más y tiró una trompetilla al aire.
¡Para qué fue aquello! Los jíbaros se enfurecieron y con los pelos del lomo erizados se arrojaron sobre el conejo, pero la loma reaccionó rápido y despeñó unas piedras que aturdieron momentáneamente a los perros. Eso les dio tiempo para ponerse de acuerdo.
El conejo cogió un gajo y desde una rama golpeó a los perros en el hocico, les sacó la lengua y echó a correr hacia la loma. Esta comenzó a moverse e hizo que los vanidosos resbalaran por la pendiente, cayendo desafortunadamente sobre unos espinos. Saltaron quejándose y seguro les dolía más el papel ridículo que hacían.
Volvieron a perseguir al conejo y éste, cansado ya, no vio un pedazo de vidrio y se lo clavó en la pata derecha. Todavía pudo ponerle una zancadilla a un perro y atraer al otro hacia un hueco, pero la herida sangraba y apenas podía sostenerse.
—Amiga loma, ya no puedo más. No tengo fuerzas para correr. Estoy perdiendo mucha sangre.
La loma trató de darle ánimo.
—Haz un esfuerzo. Necesitamos una tregua para curarte. Intentaremos cruzar el río y no podrán alcanzarnos. ¡Apúrate!
Ya los perros estaban muy cerca del conejo y cuando todo parecía perdido, la loma cogió a Orejipintado con su brazo de hierbas y ante el asombro de los jíbaros, las copas de los árboles que llevaba a sus espaldas formaron un globo inmenso para elevarla por los aires.
La loma salió volando, colgada de una sombrilla gigante de ramas y hojas que se detuvo sólo cuando llegó a la luna. Por las noches se puede ver la loma dibujada en la luna y todos los perros, jíbaros y callejeros, le ladran al conejo que se ríe de ellos y les tira trompetillas.
Pero dentro de ella bailaban piedras caminantes que la alentaban a recorrer mundo y un buen día dejó la campiña natal para emprender un viaje hasta el Oriente y visitar a sus hermanas en la Sierra Maestra. Llevaba en su mochila pinos y campañas silvestres que quisieron acompañarla.
Por el camino se les unió un conejo orejipintado, buen corredor y amigo de las bromas, quien se ofreció de explorador.
Habían recorrido unos cuantos kilómetros cuando decidieron sentarse a descansar. Orejipintado empezó a narrar historias de su vida con tanta gracia que las yerbas se retorcían de risa.
En ese momento aparecieron dos perros jíbaros enseñando sus dientes afilados. Llegaron hasta la loma y miraron a los viajeros como sólo miran los perros malos.
—¿Quién dio permiso para reírse?
Después empezaron a enseñar las patas para que admiraran su fortaleza y abrían la boca mostrando los colmillos. Por último, caminaron muy estirados alrededor de la loma.
Orejipintado no pudo más y tiró una trompetilla al aire.
¡Para qué fue aquello! Los jíbaros se enfurecieron y con los pelos del lomo erizados se arrojaron sobre el conejo, pero la loma reaccionó rápido y despeñó unas piedras que aturdieron momentáneamente a los perros. Eso les dio tiempo para ponerse de acuerdo.
El conejo cogió un gajo y desde una rama golpeó a los perros en el hocico, les sacó la lengua y echó a correr hacia la loma. Esta comenzó a moverse e hizo que los vanidosos resbalaran por la pendiente, cayendo desafortunadamente sobre unos espinos. Saltaron quejándose y seguro les dolía más el papel ridículo que hacían.
Volvieron a perseguir al conejo y éste, cansado ya, no vio un pedazo de vidrio y se lo clavó en la pata derecha. Todavía pudo ponerle una zancadilla a un perro y atraer al otro hacia un hueco, pero la herida sangraba y apenas podía sostenerse.
—Amiga loma, ya no puedo más. No tengo fuerzas para correr. Estoy perdiendo mucha sangre.
La loma trató de darle ánimo.
—Haz un esfuerzo. Necesitamos una tregua para curarte. Intentaremos cruzar el río y no podrán alcanzarnos. ¡Apúrate!
Ya los perros estaban muy cerca del conejo y cuando todo parecía perdido, la loma cogió a Orejipintado con su brazo de hierbas y ante el asombro de los jíbaros, las copas de los árboles que llevaba a sus espaldas formaron un globo inmenso para elevarla por los aires.
La loma salió volando, colgada de una sombrilla gigante de ramas y hojas que se detuvo sólo cuando llegó a la luna. Por las noches se puede ver la loma dibujada en la luna y todos los perros, jíbaros y callejeros, le ladran al conejo que se ríe de ellos y les tira trompetillas.
"
Por eso siempre
los
perros ladran
cuando
de noche,
la
luna pasa."
(banzai.metroblog.com) |
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