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La mamá de Peruso los llama, muy agitada, y les
pide que suban a la casa. Los muchachos entran,
y ella les enseña una carta que tiene en la mano. Abre el sobre y
desdobla el papel que está adentro. No
es una hoja blanca, es un pedazo de papel de hacer cartuchos que antes había en
las bodegas. Por detrás se puede ver en letras grandes:
Por favor, quien se encuentre
este mensaje, envíelo por correo
a la dirección… ( y aquí estaba
escrita la dirección de Peruso).
Luis Enrique, nervioso, le pregunta a ella:
—¿Es letra de Peruso?
Ella dice que sí y le pide a Ana Carla que lea.
Esto es lo que dice el mensaje:
«Hola a todos, yo estoy bien, pero no puedo
escribir mucho, porque este papel me lo he encontrado. Estoy atrapado en el
tiempo y no sé cómo salir de aquí, pero no se preocupen. Encontraré la manera.
Estoy bien y me pasan cosas raras. Quiero contarles algo que he visto y me ha
dejado bobo. Ya ustedes saben mi teoría sobre las ideas locas. Las ideas locas,
como las ideas normales, viven dentro de la cabeza pero (siempre hay un pero en
todo), allí tienen su espacio bien definido, para deslindar el territorio de
las locuras. Mientras las ideas locas viven tranquilas,
si eso es posible, las cosas pueden ir más o menos bien, pero cuando ellas
forman alboroto, cruzan la frontera e invaden el territorio de las ideas
cuerdas, se forma el acabose. En este lugar las ideas locas pueden verse. Pero
ni lo piensen, no las puedo describir. Aquí les va la historia de Maritza, la
idea loca que se ocupa de hacer cuentos.
»Resulta que un campesino sale con su burro para
ir a sembrar, regresa un momento a la casa, porque había olvidado su sombrero,
y se le olvida amarrar el burro. Cuando regresa no encuentra el burro ni el
saco con las semillas de melón. Inquieto, sale a buscarlo. Después de recorrer
casi diez kilómetros, pierde las esperanzas de encontrarlo.
»Al siguiente día lleva la vaca a unos pastizales
y tropieza con un melonar grandísimo. Recoge dos melones y los lleva para la
casa. ¡Hum…! Están riquísimos. Después recogerá más. Pero donde estaba el
melonar hay ahora un potrero más limpio que la calva de un calvo digno. Asegura
la vaca y se llega a casa de un vecino. En el camino se dio tremendo susto:
allí estaba el melonar, entre la guardarraya y el río. “Este melonar está
embrujado o es cosa de aparecidos”, piensa él.
»Se levanta el domingo, abre la ventana del cuarto
y cuando mira para el patio, ve el melonar cubriéndolo todo. Sale y lo recorre
de punta a cabo. Escucha un sonido familiar: un rebuzno, y ve a su burro,
metido entre los bejucos, cubierto de las orejas al rabo. ¡Qué barbaridad,
caray! Pero el burro se espanta y sale trotando, llevando detrás (como una cola
enorme), todo el melonar.
»Eso fue que nacieron las semillas de melón en el
lomo del burro y anda con el melonar a cuestas.
»Ya ven las cosas que encuentro, un beso para mamá
y un saludo para la pandilla .
Peruso».
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