(tomado de aquileana.wordpress.com) |
Esa
noche, Raúl le silba desde abajo a Peruso. Varias veces. El apartamento está
oscuro y en silencio. Se decide a subir la escalera llena de sombras y toca a la
puerta. Abren una rendija y se oye una voz tenebrosa: “¿Qué quieres?” Menos mal
que Raulín no puede ver bien, así no distingue el bulto con claridad.
—Peru,
—así le dicen los amigos a Peruso— vamos a la esquina del Correo a echar un
juego.
La
misma voz le contesta: “Entra”.
Cuando
Peruso enciende la luz, a Raúl le da un escalofrío. En medio de la sala hay una
figura envuelta en un trapo blanco y donde debe estar la cabeza hay un pico
grandísimo.
—No
te asustes —le pide Peruso—, es que me caí jugando pelota y se me hizo un
chichón en la frente.
Se
quita el trapo y Raúl se asombra más, si es que eso fuera posible. Peruso tiene
en la frente un pico como del tamaño de un pepino. Tiene que aguantar la risa.
—Ahora
pareces un unicornio, con el cuerno. Podemos anunciar el regreso del unicornio.
¿Quién lo iba a decir, eh? Peruso, el unicornio.
—Eres
muy chistoso. Como si a mí no me molestara. Ojalá y fueras tú quien lo
tuvieras.
Nada
más decir esto, la frente de Raúl se estira y crece en forma de cuerno mientras
que la de Peruso vuelve a estar despejada.
—
¡Esto no es una gracia, Peruso! Quitámelo rápido.
Pero
Peruso no sabe cómo quitárselo. Van corriendo a ver al médico del otro edificio
y tampoco sabe qué hacer. Cuando lo oyen llamar a una ambulancia, salen corriendo.
Se
encuentran al resto del grupo y la sorpresa es general. Lazarito empieza a
reírse y Raúl, recordando lo que había dicho Peruso, dice:
—
¡Ojalá y fueras tú quien lo tuviera!
Pero
al parecer no son palabras mágicas, pues nada pasa. Entonces Peruso se da
cuenta que el pepino-chichón sólo responde a sus órdenes. Repite las mismas
palabras y allá va eso. Se levanta el chichón en la frente de Lazarito.
—
¡Magia! —gritan todos.
Peruso
tiene que ir deseándoselo a todos. Se cansan del juego y surge otro problema.
¿Quién se quedará como dueño del chichón? Enseguida aparece una idea. Sí, ya
saben a quien le regalarán el cuerno, pepino o chichón, como quieran decirle. A
quien ha quitado los bancos para que no se sienten a hacer cuentos frente a su
casa, después quitó el farol para dejar la acera oscura, le molesta el palomar
de Alejandro, en fin, se merece de sobra el chichón.
Empiezan
a llamarlo a grandes gritos.
—
¡Rigo!
Por
la reja asoma su cabeza de fiera.
—
¿Qué escándalo es ese? ¡Váyanse a dormir, mataperros!
Peruso
aprovecha y pronuncia las palabras mágicas.
—
¡Ojalá que lo tuvieras en tu frente!
Leonel,
actual unicornio, siente que la frente se le deshincha y vuelve a tenerla lisa,
pero el cuerno no le salió a Rigo.
—
¡Váyanse de aquí! —ruge la fiera humana.
Se
van callados y Raulín dice en voz alta lo que piensan todos:
—Ni
la magia de un unicornio le entra a ese hombre.
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