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Cuando crezca y tenga tantos años como cuando cuento
dos veces todos los dedos de las manos, voy a ser actriz. Al lado de mi casa
vive una. Tiene el pelo del color de las sogas y es gorda, gorda. Es la gorda
más gorda que conozco. Se llama Coralia, pero le dicen Cora. Debe estar gorda
porque come mucho. Yo soy flaquita. Mi mamá le dice a todo el mundo que soy muy
mona para comer. Eso me hizo tratar de saber qué comen los muy monos y, como
que yo sepa, los monos están en el zoológico le dije a mi mamá que quería ir al
zoológico. Sin decirle por qué, claro. Pero, mamá al final, me preguntó: “¿por
qué de pronto se te ocurre ir al zoológico?” Le contesté, “¿y por qué no voy a
ir al zoológico?”
Siempre que le enredo sus preguntas
hace igual: da muchas explicaciones para convencerme de lo que quiere. Empezó
por decirme todo lo que pudiera haberme hecho pensar en el dichoso zoológico.
Aquí les escribo todo las cosas por las que, según ella, yo pude haber querido
la visita.
1.- Te pusieron una tarea en la
escuela.
2.- Quieres ver al elefante.
3.- No has visto nunca un huevo de
avestruz.
4.- Piensas que el patico feo es uno
de los cisnes que viven en el zoológico.
5.- Vas a llevarle un perro caliente
a la leona que parió la semana pasada…
Aquí, por fin, pude interrumpirla.
“¿Una leona parió la semana pasada? ¿Qué parió?” Y ella responde: “Dos
leoncitos”. Aquí le hago una mueca. Eso no es ninguna noticia y mucho menos lo
que me hace querer ir al zoológico. Si todavía la leona hubiera parido dos
gatos, entonces… pero volviendo a mi mamá, ¡qué manía de querer saberlo todo! Y
no se le ocurre ni hablar de los monos. Por eso cojo dos plátanos (que me
gustan a mí y a los monos) y los escondo en la mochila el sábado, cuando vamos
a la visita tan preguntada.
Veo al elefante echando agua por la
trompa, a los flamencos rosados nadando, al avestruz sin huevos y a los leones
recién nacidos. Pero cuando llego a la jaula de los monos me pego bien a la
reja para ver qué comen. Por el piso de la jaula hay pedazos de naranja,
cáscaras de plátano y trozos de frutabomba. Regada la comida por todas partes,
con moscas, mientras ellos saltan agarrándose con sus brazos largos como
mangueras de los barrotes.
“¡Mira tú!”, me digo. Ahora sí mi
mamá se equivocó. La comida la como en un plato, nunca echo pedazos arriba de
la mesa, ni siquiera migas de pan. Además, se pasan el tiempo chillando y dando
gritos que, en su idioma, algo querrán decir.
Vamos de regreso y mamá pregunta si
me gustó el zoológico. No me gusta, porque los animales están todos presos y no
pueden andar como ellos quisieran, me imagino. Pero lo peor es cuando viene tía
Ele a almorzar, al otro sábado y mi mamá repite: “Talía es muy mona para comer”.
Me levanto de mi silla y le hablo con cara muy seria. “Yo soy muy niña para
comer: no ensucio el mantel, ni mi ropa, ni chillo como los monos”. Me voy
brava para el cuarto y le digo desde allá: “Ah,
y que yo sepa, esta casa no es una jaula, ¿o sí?”
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