«Cuando se construyó la
fortaleza, su primer comandante trajo a su esposa con él, y al poco tiempo les
nació una hija a la que llamaron Leonor, como su madre. La muchacha creció
entre los soldados de la fortaleza y su entretenimiento era dar algunos paseos
por la costa y la lectura de libros que le prestaba el capellán de la
fortaleza.
»No es de extrañar que, siendo
una joven romántica, se enamorara algún día. Y, estando rodeada por soldados,
se enamoró de un alférez recién llegado de España. Sabía que su padre no
aprobaría ese amor y lo mantuvieron a escondidas, encontrándose a medianoche
cuando él estaba de guardia en la torre.
»Los enamorados no se
enteraron de que había llegado al comandante una información sobre un ataque
sorpresa por un buque pirata, comandado nada más y nada menos que por el
temible Olonés, y dio la orden de reforzar la guardia, situando soldados de más
experiencia la noche en que la pareja de enamorados se encontraría. El alférez
se ocultó, esperando a la muchacha y confiado en que podría advertirla, sobre
todo porque había dibujado su retrato y quería dárselo esa noche.
»Cuando se encontraron, él le
explicó que debía irse. Se besaron y, en el momento que iba a entregarle el
dibujo, un soldado sintió las voces y creyó que los piratas habían logrado
entrar escalando los muros. La oscuridad era total, pues era noche de luna
nueva, y atacó con su espada el bulto que vio medio oculto en la torre. La
joven lanzó un gemido de dolor al sentirse atravesada por la espada y el
alférez gritó pidiendo ayuda. Hubo gritos humanos y otros alaridos que parecían
de fiera salvaje.
»Al llegar el comandante y
otros soldados, vieron cómo el alférez abrazaba a la joven, que tenia el traje
azul lleno de sangre. El soldado que la había atacado estaba arrodillado a su
lado, como si estuviera atontado, y el maullido del gato de la muchacha, echado
a sus pies, parecía el llanto de una persona. El alférez se volvió loco después
de esa noche».
Dianamari y Ana Carla están
embobadas con la historia de Marilope.
—¿Quieres decir —pregunta
Peruso—, que esa muchacha de la historia puede ser la del dibujo?
—Creo que sí, que la dama de la
pintura es ella: Leonor —responde Marilope.
—No es posible —dice Raulín—.
La leyenda dice que Gonzalo, el alférez, se vuelve loco después de encontrarse
al fantasma de la dama azul y no por la muerte de la dama, como cuentas tú.
—Puedo decirles que Gonzalo,
el alférez, era hermano del tatarabuelo de mi abuela. Esta historia se ha
contado de generación a generación en mi familia. No creo que sea falsa. Sé que
la madre de Gonzalo vino a vivir aquí después de la muerte del desdichado con
sus otros hijos.
Dianamari está pasmada.
—¡Claro que sí! Y el gato
fantasma es el de ella pero, ¿por qué querría que encontráramos el dibujo
precisamente nosotros?
Osvaldo, que casi no ha
hablado en toda la noche, opina:
—Debe ser que quiere rescatar
el dibujo, y que esté en una galería, o un museo. Como Pedro el grande trabaja
en eso…
—Son casi las doce de la noche
—lo interrumpe Peruso—. Es mejor que nos vayamos de aquí. Los misterios nunca
se descubren del todo. Una parte de ellos queda oculta. Ojalá y con hallar el
dibujo le demos fin a la persecución del gato.
Piensan que, posiblemente,
Osvaldo tenga razón y que el gato quiera que el retrato de la dama sea exhibido
en una galería, o en un museo. Dianamari oye que el pergamino suena y le dice a
Peruso:
—Dámelo, es muy antiguo y hay
que llevarlo con mucho cuidado.
Él no se opone.
—¡Ah! —dice Peruso y se
vuelve, cuando ya está en la puerta—: y nada de ruidos.
Se escurren como sombras hasta
llegar a la plaza y miran a lo alto. La luna llena reluce e ilumina los muros
de la fortaleza con un resplandor de plata. Dianamari advierte:
—Peruso, no enciendas la
linterna hasta que lleguemos a la escalera. Acuérdate que hay vigilantes en
algún lugar y pueden descubrirnos.
—Pues claro, Dianamari. No la
voy a encender —responde él, molesto.
—¡Pero si la tienes encendida!
—exclama ella y todos miran un haz de luz junto al muro, justo frente a ellos.
Quedan paralizados cuando él
les muestra la linterna apagada. Entonces creen ver una sombra tenue debajo de
la luz, como una mujer con un traje de seda, les parece oír suspiros y luego,
un llanto apagado.
—Pero, ¿qué es eso? —pregunta
Peruso al ver un extraño pájaro que aletea furioso, moviéndose en círculos
sobre la plaza, mientras la luz se mueve de un lado a otro. Dianamari piensa en
que van a ser descubiertos por los guardias, pero la fortaleza parece desierta.
Si hay alguien, no está cerca de ellos, ni despierto.
Como si le respondieran a
Peruso, la luz llega hasta ellos y los envuelve, mientras una suave brisa les
alborota el pelo. Dianamari siente que le arrebatan de la mano el dibujo y lo
ve flotar en el aire por toda la plaza, junto a una sombra, y desaparecer en la
noche.
Ahora queda todo en el más
absoluto silencio y Ana Carla habla en voz baja:
—Esto es lo más extraño que he
visto en mi vida. ¿Qué ha sido esa luz, y la ráfaga de aire?
Dianamari, que está
ensimismada, piensa en voz alta:
—Si creemos en la leyenda, yo
diría que hoy hemos visto al fantasma de la dama azul.
El Guille dice:
—No sé que será. Pero ese
papel no se fue solo: alguien ha venido a llevárselo.
Peruso también lo cree:
—Esto confirma lo que nos
contó Marilope. Ya sabemos de quién era el retrato.
Ana Carla suspira:
—Claro, el alférez no pudo
entregárselo aquella noche. Quizás su madre lo guardó, y ella ha estado viniendo
a tratar de recuperarlo. Por eso debe haber surgido la leyenda, y con el
tiempo, las personas han cambiado la historia. Solo su gato sabía dónde estaba
oculto.
Raulín agrega más:
—Se sabe de quien era el
retrato y también quien fue el dibujante. El alférez de la leyenda de la dama
azul se llamaba Gonzalo. Debe haber pasado como dice Ana Carla.
El Guille, más práctico,
piensa en lo que les espera.
—¿Saben? Ahora sin el dibujo
nadie nos va a creer la historia. Lo que nos espera cuando lleguemos a la casa
no es de juego.
Marilope susurra:
—Mis abuelos sí lo creerán.
Dianamari le dice a Peruso:
—Ya sabes por qué el gato nos
trajo hasta aquí. Había que devolverle el retrato a su dueña. Quizás ha estado
buscando todos estos años a la persona capaz de encontrarlo. Y no me preguntes
por qué tú, porque lo sabes.
Es cierto que nada pueden
probar. Tienen una fecha, la leyenda de la dama y el cofre. Muchas cosas habrán
visto estos muros; cosas que nadie imagina y de las cuales no han quedado
testigos.
Peruso siente un roce en su
pierna y un escalofrío lo recorre. No puede evitar la exclamación:
—Pero, ¿qué es esto?...
Todos miran y ven al gato,
echado en el muro y con el dichoso tabaco en la boca. Peruso da un paso hacia
él y es lo único que puede hacer antes de que todos vean cómo desaparece en sus
narices.
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