“A Cofiño, sin sombrilla, por
sus maravillosas viejitas”.
¡Qué barbaridad! Esos
muchachos tan fuertes y no dan el asiento a las dos viejitas que tratan de
cubrir su cuello con la bufanda, porque todavía se siente el rocío del
amanecer. Las acompaña otro señor, con un sombrero de pajilla y medio
encorvado, a quien casi no se le ve la cara.
Pero parece que esta es la
hora que prefieren los menos jóvenes para viajar, porque hay otros cuatro
ancianos apoyados en la baranda de popa, hablando en voz muy baja entre ellos.
De vez en cuando el viejito más bajo sacude el bastón, como si defendiera con
él sus palabras.
Todavía la luz del sol tiene
el rosado del amanecer al atracar la lancha. Bajan los pasajeros. Los más
jóvenes, ágiles, saltan al pequeño muelle y uno de ellos ayuda a las viejitas.
Nadie nota la sombra de un gato, oculto entre unos matorrales, que mira atento
a los que llegan. Tampoco ven cuando se desliza en dirección a la fortaleza.
Donjuán está en el patio
cuando oye tocar a la puerta. ¿Quién puede ser tan temprano? Se asombra más al
abrir la puerta y encontrarse con tres figuras extrañas.
—Buenos días —les escucha
decir con voces tan jóvenes que nada tienen que ver con su aspecto—, Donjuán,
le vamos a explicar enseguida.
Otros cuatro se suman al grupo
y Donjuán, sorprendido al oír su nombre en boca de desconocidos no sabe qué
hacer hasta que uno de los recién llegados se quita el sombrero de paja que
lleva y le guiña un ojo mientras aclara:
—Tratamos de que no nos
reconozcan. Cuando entremos, le explicamos.
El pintor no puede hablar,
pero se aparta y ellos entran, con demasiada agilidad para los años que fingen
tener. Donjuán entra después de ellos y cierra la puerta. En la sala ocurre la
transformación: las espaldas se enderezan, las viejitas quitan las bufandas de
sus cuellos y el pintor reconoce a los muchachos que lo visitaran el día antes.
—¿Qué ha pasado, muchachos?
—les pregunta, lleno de curiosidad.
Entonces Peruso le dice:
—La historia es un poco larga,
Donjuán. ¿Podemos sentarnos?
Preguntar y sentarse son la
misma cosa. Después empieza la historia del gato, con los comentarios y
aclaraciones de los demás.
Termina de contar Peruso y el
pintor solo atina a preguntar:
—Pero, hijos, ¿por qué han
venido vestidos así? Me asombré porque pensé: ¿qué harán tantos ancianos
juntos? ¡Y tan madrugadores!
—Para despistar al gato. Como
ve, no sabemos de qué forma siempre sabe dónde estamos y quisimos tomar alguna
precaución.
En ese momento es que notan a
Nena y Marilope, quienes están cerca de la puerta de la sala, muy calladas. Se
saludan y Nena sonríe comprensiva.
—No creo que por vestirse
diferente hayan logrado despistar al gato, muchachos. Como ustedes mismos han
visto, tiene poderes especiales.
—Es posible que no esté
despistado del todo, pero al menos lo confundimos un poco —dijo Peruso.
Donjuán le habla a Nena:
—¿Sabes tú por qué
desaparecería del cuadro? —pregunta.
—Pienso que la explicación es
la más sencilla: se borró. No me preguntes cómo. No sé si fue con la lengua o
con el rabo, pero lo hizo. Creo que mejor debemos preguntarnos por qué y no
cómo.
Las últimas palabras de Nena
son seguidas por un silencio largo como el rabo del gato. Luis Enrique es el
primero en romperlo:
—Pues a mí me parece que el
gato evita la publicidad. No querría que la gente lo viera en un lugar tan
visitado.
Algunos están de acuerdo,
incluyendo al pintor. Hasta la callada Marilope, quizás pensando en ella misma,
está de acuerdo.
—Parece que no le gusta estar
en público. Prefiere que nadie sepa que existe.
Solo Dianamari y Peruso dudan,
y es ella la que habla:
—Si así fuera, no hubiera
seguido a Peruso, ni lo hubiéramos encontrado cerca de la casa. Creo que es
todo lo contrario. El gato quiere llamar la atención.
Los otros se sorprenden y Nena
la mira sonriente:
—Me parece que has dado en el
clavo, muchacha. Creo lo mismo que tú.
—Si quisiera llamar la
atención lo viéramos tranquilamente por cualquier lado y, sin embargo, es
escurridizo —opina Osvaldo.
—Piensa en la mala fama que
tiene aquí, Osvaldo —dice Luis Enrique—. Tal vez si aparece hasta lo cazan a
pedradas.
—Eso es verdad —le da la razón Raulín—, y tendría que
cuidarse de los perros.
—El asunto es que quizás no
quiera llamar la atención de todos, sino de algunos —dice Ana Carla.
El Guille comprende de pronto:
—¿Crees que quiera llamar la
atención de nosotros?
Peruso, que no ha dicho una
palabra, habla por fin:
—Creo que trata de llamar mi
atención. ¡Claro! Una vez en el cuadro se hace notar más si desaparece que si
se queda ahí. Nosotros vinimos al Castillo aquel día, pero no tenía por qué
saber que regresaríamos. Por eso se aseguró de que lo hiciéramos,
desapareciendo. Debe saber que mi papá trabaja en la galería. A lo mejor
aquella mañana, mientras estábamos allí, él nos vio.
—Puede ser lo que dices, porque
yo hice la pintura, el cuadro estuvo aquí varios meses y nunca pasó nada raro
—explica Donjuán.
Todos ya están convencidos de
que el gato busca algo. Para Nena solo puede ser una cosa:
—Pienso que el gato quiere
darte un mensaje —dice a Peruso.
Osvaldo, que no quiere ser
irrespetuoso, cuchichea a Raulín:
—Tú verás que, si ellos siguen
con sus pensamientos, el gato va a ser un cartero.
No cuenta con que Dianamari
tiene un oído finísimo y le responde:
—¡Qué burro! Nada más
entiendes lo que te conviene. También creo que quiere decir algo, y quien más
lo ha visto es Peruso, por lo tanto es muy probable que deba ser él quien lo
reciba. Yo tampoco me imagino por qué. ¿Te acuerdas que ya te lo había dicho,
incluso antes de ver el cuadro, Peruso?
Nena, que está escuchando muy
atenta, le pregunta a Peruso:
—¿Sabes si algún antepasado
tuyo vivió o trabajó en el Castillo?
Peruso no demora mucho en
responder:
—Tendría que preguntarle a mi
mamá, pero no creo. ¿Piensa que pueda ser por algún familiar mío?
Ella dice que no con la
cabeza.
—No sé. Pudiera ser por
cualquier cosa. Te pregunté, porque ese gato existe en el Castillo desde
siempre. Aparece de vez en cuando, lo relacionan con los desastres y las
desgracias, lo cual puede ser cierto o no, pero es seguro que siempre se ha
visto en este lugar…
Dianamari la interrumpe y
adivina lo que quiere decir:
—…y cualquier mensaje tendrá
que ver con el Castillo.
Ahora es Donjuán quien piensa
en voz alta:
—O con la fortaleza. La
leyenda del gato existe desde que se construyó la fortaleza y cuando este
pueblo aún no era lo que es ahora.
Los muchachos están intrigados
y sus nuevos amigos también. Hay caras de preocupación en el ambiente, pero
Peruso está radiante. Se frota las manos antes de hablar:
—¡Mi madre! Siempre pensé que
este misterio era grande, pero es enorme en realidad. Nos va a costar mucho
averiguar de qué se trata.
Donjuán los mira a todos y
dice:
—Muchachos, creo que debemos
coger al toro por los cuernos, o mejor, al gato por la cola: vamos a hacer una
visita a la fortaleza.
Nena lo mira y le pregunta:
—¿Dijiste vamos?
—Claro, Nena. No voy a dejar a
los muchachos solos. Los acompañaré. ¿Vendrás con nosotros, Marilope?
Marilope se pone
súpercontenta.
—Sí, abuelo, vamos todos.
¿Vienes tú, abuela?
—Mejor vayan ustedes y voy
cocinando el almuerzo. Me imagino lo que demorarán en regresar, con tu abuelo
en el grupo —responde Nena.
Van a salir cuando Peruso les recuerda:
—Hay que quitarse estos
disfraces. Para encontrar al gato tenemos que ser otra vez la pandilla.
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