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El viernes, desde siempre,
ha sido mi día de suerte. Solo hace unos pocos años descubrí que, por ser del
signo de Tauro, es mi día de la semana. Durante mi vida me han sucedido cosas
hermosas los viernes. Mis dos hijos nacieron ese día de la semana: una cuando
empezaba (unos minutos después de la una de la madrugada) y el otro de noche,
después de las 7. Siempre ha sido un día mágico y especial para mí. Está
dedicado a Venus, la diosa del amor y la belleza, nombre del planeta regente.
Muchas personas consideran
que la astrología es una tontería, porque se ha utilizado para manipular a las
personas y también como la forma de ganarse la vida para algunos llamados
“astrólogos”. No obstante, fue bueno estar alejada de la parafernalia de las
revistas del corazón y los vaticinios. Así, sin saberlo, prefiero las rosas y
las violetas. Los perfumes de violeta son mis preferidos, los inciensos y las
velas de olor de rosa. Me gustan los robles, los eucaliptos y los sauces
llorones… eso tiene que ver con mi lado celta.
Un abuelo español me ha
dado la creencia de que, en mis lejanos ancestros, hubo celtas. Adoro su
mitología, sus dioses y ritos paganos, su música y las leyendas que envuelven
en el misterio de las noches del tiempo a ese pueblo que habitó prácticamente
en toda Europa.
En Cuba se comenzó una
etapa de vida nueva que implicó la destrucción de tradiciones que se
consideraban banales y frívolas, o relacionadas con las creencias religiosas:
la fe en Dios, la nochebuena, las navidades, los días de reyes, la astrología,
las revistas del corazón, las novelas rosa (como las de Corín Tellado) y mucha
de la música de aquellos tiempos se demonizó, incluyendo la de los Beatles. No
obstante, de forma contradictoria, los nuevos paradigmas nos hicieron crecer
con valores y sentimientos como la solidaridad, el amor a la patria y a sus
símbolos emblemáticos, apegarnos y conservar nuestro patrimonio tangible e
intangible, la justicia, la piedad y (al menos a mi generación), la honestidad
y la lealtad. Los nuevos tiempos hicieron de nosotros criaturas sensibles ante
la belleza, el amor, el dolor ajeno que sentíamos en nuestra propia carne y
alma.
Ahora comprendo que esos
años nos prepararon para ser capaces de apreciar en su justo valor las
tradiciones, las creencias, nuestra fe en el ser humano y sus infinitas
posibilidades; nos formaron como seres humanos espiritualmente ricos, que es la
única riqueza verdadera, y a cultivar nuestra inteligencia y cultura, abiertos
al mundo y a las demás culturas.
Me he convencido de un
detalle: es indispensable alimentar nuestro espíritu con ritos pues el ser humano
los necesita para sentirse pleno, para que la llama de la ilusión se conserve
encendida… y entonces he comprendido que cuando en nuestro interior se enraízan
los más nobles sentimientos, salimos al mundo preparados para elegir qué es de
verdadero valor y se aviene mejor con nuestra alma.
Se trata entonces,
nuevamente, del mito de la serpiente y su cola: todo gira en ciclos y círculos;
nada empieza y termina definitivamente. Vamos por la vida tratando de encontrar
lo que nos define y nos hace ser quiénes somos, para retornar siempre al
principio una y otra vez.
Nadie sabe dónde terminan
las historias, pero tampoco dónde empezaron. Había una vez (Once upon a time)
no supone un tiempo preciso y definido: es solo un momento que fijamos como
inicio convencional de un suceso, una experiencia, una historia… es una de las
frases misteriosas y mágicas que nos hacen emprender una y otra vez el camino
de los días.
Pronto terminará un año y
empezará otro. Los hombres cuentan el tiempo por eras y por números, y esta es
una manera tradicional de orientarnos, de programar la vida y los azares. Todos
los pueblos y culturas han tenido su propia manera de iniciar y dar por
terminada una etapa, un ciclo.
Pero la serpiente nos trae
de vuelta a la estación del tiempo, en este viaje inesperado de la vida.
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