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La maga caminaba en
silencio, enredando en sus dedos el collar de conchas. Se volvió hacia
Alejandro para preguntarle:
¾¿Existe alguna cosa que te
atraiga tanto como para no darte cuenta de
lo que ocurre a tu alrededor y aislarte de todos los ruidos?
El muchacho se puso a pensar.
¾Un libro de aventuras.
¾No puede ser un libro porque iremos caminando. Debe
ser algo que vaya acompañándote y el camino es difícil. Es un monte demasiado
tupido.
¾Pudiera ser música. A mí me
gusta mucho, sólo que no sé cómo podría oírla mientras vayamos por el monte.
La maga sacó del bolso dos
caracoles y se los dio para ponérselos en los oídos.
¾Dime, ¿qué escuchas
Alejandro?
¾Una música que me recuerda
el mar. Me da la sensación de ir en un bote mecido por las olas, a la deriva.
Midina asintió.
¾Está bien. No puedes
quitártelos o de lo contrario oirás los pregones y rumores. Podrían apartarte del camino.
Debes saber que si preguntas cómo o exclamas
¡no me digas! , inmediatamente caerás en un laberinto del cual no podrás
salir, repitiendo lo último que escuchaste sin poder pensar o decir algo más. No perdamos tiempo;
debemos recuperar la sombra del burlón Caminante. En este lugar mi magia no
puede salvarte. A veces las palabras son
más poderosas y eso ocurre en este
sitio.
Alejandro tapó sus oídos con
los caracoles y Midina comenzó a andar rápido delante de él. De verdad era un
monte espeso, pero todos los arbustos se apartaban para dejarlo pasar. Seguro esto
era obra de Midina. Él veía como los rayos de sol resbalaban por las hojas
verdes para formar figuras de luz en la tierra y se preguntaba si en realidad
había ruido en ese lugar apaciblemente
verde.
La realidad era bien distinta. Miles de voces gritaban cosas diferentes.
“¡Comadre Juana, que venden tamarindos dulces y melones de Castilla,
nísperos, guayabas y calabaza amarilla!”
“¡De la gardenia a la rosa, del clavel al azahar; para adornar tu cabello,
un ramo de mariposas!”
“¡Maní, maní! ¡Cucuruchito de coco, coquito y ajonjolí!”
“¡Oyé, oyé! Aquí llegó el heladero con helado de anón, piña glacé,
naranjada, ¡oyé, oyé!”
Una abeja volaba cerca de él. Cuando Alejandro la vio, comenzó a mover
cómicamente la cabeza. No podía espantarla porque debía mantener agarrados los
caracoles y comprendía que ella no se iría. Quiso gritar, pero se contuvo. No iba a pedirle
ayuda a Midina por una abeja así de pequeña. Alejandro sopló un poco para mantenerla lejos de su cara. El insecto
insistió y se le posó en la nariz.
¾¡Ayyyy!
Con el grito de dolor ante la punzada caliente que le produjo el aguijón,
los caracoles salieron volando porque Alejandro se llevó las manos a la cara,
en un intento inútil por aliviarse.
“¡Oiga! Sí, usted, ¿ya conoció el camino de la güira, donde se escuchan las
mejores maracas del mundo?”
Oyó un estruendoso sonar de maracas, acompañado por voces que entonaban una
canción contagiosa: “... cómo se hacen las maracas, se coge la güira, se le
abre un huequito... ”
Entonces una voz le susurró al oído.
¾¿No quieres ver cómo se
hacen las maracas?
¾¿Cómo? ¾preguntó Alejandro.
Se sintió zarandeado,
agitado por el aire y luego cayó. Se levantó. Había un sendero con helechos
gigantes a los lados, apretados unos contra
los otros.
¾ “Estoy en el
laberinto” ¾pensó.
Nada más pudo pensar; sólo tenía en su mente una
pregunta que empezó a repetir. “¿Cómo se hacen las maracas? ¿Cómo se hacen las
maracas?
Entretanto, Midina pudo ver
a Alejandro desaparecer envuelto en una nube de hojarasca.
¾Debí imaginar que no
resultaría. Soy una tonta. He hecho caer a Alejandro en la trampa del
laberinto. ¿Cómo rescatarlo? Parece que la única salida es buscar a la
tejedora de sueños.
Tuvo que hacer un esfuerzo para ignorar los murmullos del monte.
“Ven aquí, maga, descubrirás un mundo subterráneo, todo paz.”
Llegó a la casa de la tejedora. En el portal estaba ella, meciéndose
en un columpio mientras movía sin cesar
dos pequeñas agujas que tejían algo invisible para los ojos.
¾Buenas tardes, señora
Tejedora.
La mujer sonrió al
responderle.
¾Siéntate a mi lado, Midina.
Sueño que quieres liberar a tu amigo del laberinto, pero eso depende sólo de
ti.
¾Mi magia no puede salvarlo.
¾No pienses ahora como maga.
Él necesita un sueño para salvarse. Ven, teje conmigo.
Midina empezó a columpiarse
y poco a poco sus ojos fueron cerrándose.
Ella estaba con Alejandro en el bosque de los helechos gigantes, tratando
de orientarse. En el sendero surgían curvas y más curvas. En algún momento
surgía un macizo de helechos y debían torcer a un lado, por algún recoveco,
para retornar de nuevo al sendero. En una de las vueltas Alejandro dio un paso
en falso y cayó en un hueco. No es que fuera distraído; el hueco lo habían
disimulado con hojas secas. Sintió un roce ligero, algo tibio. Descubrió la
sombra, pero bajo el embrujo del bosque ni se dio cuenta. Sólo repetía la frase
¨¿cómo se hacen las maracas?¨.
Surgió una espiral de humo y se formaron unas letras que se desvanecieron
al instante.
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¿En qué idioma estarían esas
palabras? Nadie había allí y sí había. Un soplo de aire le rozó el brazo. De
repente, se sintió la cabeza despejada. Curiosamente vio en su mente las
palabras con claridad, como si recibiera un mensaje. Comprendió que aquello no
era un lenguaje desconocido, sino al revés. Sí, al revés como los burlones. A
menudo en la escuela se pasaban notas donde escribían así para que nadie
pudiera entenderlas si las encontraban. ¡Los burlones! Esa era la sombra del
burlón Caminante. La habían ocultado en el
laberinto imaginando que allí no la buscarían o no podrían encontrarla.
Tanteó con sus manos y cuando sintió
algo resbaladizo lo sujetó con fuerza..
En sus oídos resonó la voz de Midina le pidió desde afuera que saltara, lo
más alto posible y él saltó. Arriba empezó a repetir de nuevo “ ¿Cómo se hacen
las maracas? “ y su mente quedó en blanco. Continuó aguantando la sombra por instinto. Siguió el
sendero con pasos de sonámbulo y al llegar a un
recodo se detuvo. Ajena a todo lo
que le rodeaba se empinaba en su tallo una margarita blanca.
Su mente se despejó como por encanto.
¾No te detengas, Alejandro.
Suelta la sombra.
Era la voz de Midina, pero esto podía ser una trampa. Quienes habían robado
la sombra del Caminante deseaban impedir su vuelta. No la soltaría. Pasaban
cosas raras en el monte del rumor.
La maga no supo qué hacer. Tenía que convencer a Alejandro de que era ella
quien se lo pedía y sin pensarlo mucho, arrancó el collar de su cuello y lo
lanzó al aire. Las conchas se agitaron.
“Una maga soñando que camina y una sombra que es memoria e impide volar.
Demasiado tarde para salir con ella.
Viene la confianza. Un saltamontes blanco y rosado en la oscuridad”
El collar cayó a los pies de Alejandro y las conchas se rompieron en
cientos de pedazos.
¾Sólo Midina renunciaría a
las profecías por salvarme. Es abandonar una parte de su poder.
Abrió las manos y la sombra creció haciéndose tan grande como el monte.
Alejandro, en medio de la oscuridad, sintió que salía volando. Al llegar a la
claridad estaba en el mismo lugar por donde entraron a la espesura. Miró a su
alrededor. Allí estaba la sombra y un
poco más lejos distinguió a Midina, tendida debajo de un árbol. Corrió
hasta ella y le apartó el pelo de la cara. Aquella maga burlona abrió sus ojos
verdemonte.
¾¡Saliste!
¾Salí y no entiendo cómo.
¿Dónde estabas tú que podía oírte sin verte? Claro, hablabas para dar órdenes. Recuerdo que la sombra
creció.
¾Confiaste en mí y yo, en mi
sueño, pude hacerte volar.
¾Ese es otro invento tuyo: un
sueño, el collar, tu voz acompañándome. ¿Qué
te pasa? ¾le preguntó a la maga que
trataba de levantarse y no podía.
¾Estoy cansada. Creo que no podré caminar, ni volar.
¾Te llevaré. Me parece que puedo hacerlo por una amiga.
Midina dejó escapar un suspiro. Ni la magia le impedía ser romántica.
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