Las cosas tristes lo aprietan a uno por dentro. Parece que no se puede
respirar bien y falta el aire. Eso me pasó con Bim. Ya en la casa había perro,
o perra, porque Dina es hembra y a mi tía le nacieron unos cachorros que
parecían ositos. Tenía tantas ganas de tener uno que mami dejó que lo llevara a
la casa, aunque abuela no quería, ¡figúrense!, que si Bim era macho y después
se iba a llevar mal con Dina, pero como era tan gracioso, enseguida todos lo
quisieron. Tan chiquito así y caminaba como un perrazo de pelea, alzaba la
cabeza y rugía igual a un león. Claro, yo pienso que él se imaginaba grande y
fuerte, pero en vez de salirle un rugido, era como un ladrido ronco.
Jugaba conmigo y saltaba por arriba de una tabla que le ponía en la puerta,
igual que los perros del circo y me miraba con los ojos brillantes, orgulloso
como si hubiera saltado una montaña.
Había que vigilarlo para que no se comiera la comida de Dina, porque los
perros chiquitos no pueden comer hueso. Abuela le salcochaba boniato y
picadillo. Enseguida dejaba la cacharrita brillante, como si la hubiera
fregado. Por eso nos extrañó cuando dejó de comer. Fue un domingo. Mamá y yo
salimos a buscar un veterinario por el barrio. Lo llevé cargado, casi no tenía
fuerzas para caminar. En la calle vomitó una cosa oscura. Después supe que era
sangre y me entró miedo. Si uno se hace una herida sale sangre, pero Bim no
estaba herido, y es muy malo vomitar sangre. Mami no quería asustarme, pero vi
la cara que puso. Fuimos con mi papá a la clínica, pero estaba cerrada. Un
viejito nos dijo dónde vivía un veterinario y al llegar allá, el médico le puso
un suero a Bim. Él era tan valiente (o sería que se sentía muy mal), que ladró
poco, casi no protestó.
Esa noche lo envolvimos en una colchita. Al otro día seguía igual y mamá lo
llevó a la clínica a inyectarlo otra vez y lo tuvo en su trabajo hasta por la
tarde, pero se veía peor.
Por la noche oímos un grito de él, como de mucho dolor y fui a verlo.
Estaba muy quieto.
Por la mañana, al salir, no se había despertado. Ya no se volvió a
despertar. Mami se lo llevó y no me dijo adónde.
Me explicaron que la enfermedad era muy mala y él no estaba vacunado. Yo sé
que la vacuna costaba mucho dinero, pero hubiera dado cualquier cosa mía para
salvarlo. Mejor hubiera sido no llevarlo a la casa si no había dinero para
vacunarlo. No sé. Uno nunca piensa que las cosas malas pueden pasar.
Cuando me acuerdo de Bim me río de cómo caminaba y me pasaba la lengua por
las piernas y a veces, hasta me daba mordidas y me hincaba con sus colmillos
chiquitos que parecían agujas de inyectar. Pero yo sé que era jugando y lo
extraño. Me gustaría que estuviera de nuevo aquí, haciéndose el perro grande
con Dina. Cuento esto y de nuevo siento algo que me aprieta, veo un poco
borroso y hasta se moja el papel.
Si los papeles se mojan con agua uno se pone bravo, pero si se mojan con
lágrimas es porque uno está triste. Este papel no es bueno pero yo creo que
todo el mundo, de vez en cuando, tiene algún papel mojado.
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