Abre los ojos despacio. Por los cristales asoma la claridad de la
mañana. Se acuerda del anuncio de la tormenta de árboles y salta de la cama,
extrañada ante tanta tranquilidad. Las tormentas se anuncian con vientos y
remolinos, rayos, truenos, lluvia... dentro de la casa se siente como si mil
perros furiosos gruñeran junto a las ventanas. Esta tormenta es diferente,
porque no hay ruidos.
¿Habrá tormentas mudas? Se asoma un poco temerosa.
Afuera parece que el mundo se ha vuelto verde,
porque hay árboles en todos los lugares. Crecen en los jardines, en las aceras,
a lo largo de las calles, en techos y balcones. Para no perder tiempo sale por
la ventana.
Los muchachos corren entre los troncos jugando a
la gallina ciega. Nadie tiene prisa. Mujeres y hombres regresan del mercado con
sus bolsas de viandas y conversan tranquilamente a la sombra de cualquier rama.
Hojaverde, el guardabosque, dice a quien quiera
escucharlo (que son muchos) la época de floración de la majagua y el mango, que
la corteza del eucalipto sirve para curar la gripe y una tisana de guayaba
quita el salpullido a los niños.
En eso llega Cálculo Pérez, con su portafolio y
una bandada de ayudantes. Calculadora en mano empezó a sacar cuentas y las
dictaba a su secretaria. Doscientos, trescientos, cuarenta mil metros cúbicos
de cedro, cincuenta mil de caoba y, ¿cuántos decíamos de ácana? Eso, veinte
mil. Ahora las frutas. Pueden hacerse cien toneladas de pulpa de mamey,
ochocientas de guayaba, ¿ o eran de naranja? ¡Pero si son millones de pesos!
Esto exclamó Cálculo Pérez y ríe con su sonrisa de números enteros.
La niña piensa que ese deseo de poseer cosas y
calcular las ventajas y el dinero debe ser una enfermedad contra la cual no
existen vacunas.
Se dan cuenta entonces que cada vez, al dictar una
cifra Cálculo Pérez a su secretaria, los árboles condenados se van secando.
Pronto no queda un solo árbol verde y las hojas
secas vuelan al infinito, mientras los troncos y ramas se deshacen y dispersan
en forma de polvo.
Los niños vuelven aburridos a sus casas y las
personas mayores corren a las oficinas. Otra vez las calles se inundan con los
ruidos. Cálculo Pérez se va furioso. Ha invertido tres horas, quince minutos y
cinco segundos de su tiempo en algo inútil.
La niña mira alrededor. Quedan los pocos árboles
de siempre. Escondido en un alero se ha salvado de la tormenta un almácigo
pequeño. Ojalá no llegue otra vez Cálculo Pérez. Es una tormenta demasiado
peligrosa.
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