Le pedí a mamá que me trajera temprano a la escuela porque el matutino es especial. Además de ser el día del libro infantil también celebramos el día de los pioneros, porque será domingo y no tendremos clases.
Los maestros se van a disfrazar con los uniformes de nosotros para hacerse pasar por niños, ¿cómo se les ocurriría eso? Es muy cómico. Parecen niños vistos con uno de esos cristales de aumento.
¡Mira la profe Marlen! Ella es gorda y con esas trenzas se ve más gorda todavía. ¡Eh!, pero también hay una niña en el grupo. No, es la profe Deysi, la bibliotecaria. Ella sí parece una pionera, porque es flaquita como mi prima y siempre se está riendo.
Ahora vienen los niños disfrazados de personajes de cuento. A mí no me escogieron. La maestra se bajó un poco los espejuelos y dijo:
—Talía no, porque de pronto inventa algo y lo echa todo a perder.
¡Es una pesada! Lo que ella no dijo es que no le gustan los niños que digan lo que piensan. Cuando se lo dije a mami, suspiró:
—¡Ay, Talía!, esa es una enfermedad. Hay personas mayores, aunque no sean maestros, que prefieren a quienes les dicen solo las cosas que quieren oír.
Entonces, si es una enfermedad, existirá alguna vacuna, porque ahora hay vacunas para casi todas las enfermedades pero, según mi mamá, para esa no hay ninguna, bueno, que hayan descubierto. A lo mejor se encuentra un día el remedio.
Claro, haré lo que ella dice: convivir. Eso es lo mismo que hacemos si no estamos conformes con nuestro pelo, o con el color de los ojos. Nos acostumbramos. Pero a mí me cuesta mucho trabajo acostumbrarme a que no pueda actuar en un cuento, porque digo lo que pienso en el aula. Sobre todo porque me gusta mucho ser una actriz. Cuando estaba en segundo grado decía que iba a ser como Cora, la vecina de al lado, y todavía sigo pensando en estudiar para actriz, pero no seré como ella, porque no pienso estudiar para gorda. Aunque creo que a ser gorda la gente aprende sola, porque hay niños que han estudiado igual que yo, están en mi grado, y ya son gordos.
La maestra dice que cuando sea más obediente, podré actuar en el matutino. ¿Qué será para ella ser obediente? Cuando sepa convivir, como dice mami, o cuando me acostumbre a las personas que no oyen cuando no les conviene, como digo yo.
Ahora estamos solos en el aula, porque la maestra fue a llevar las fotos que se tomaron del matutino, y aprovecho para desquitarme. Voy hasta la pizarra, cojo una tiza y escribo la fecha.
—A ver, niños, copien en sus libretas lo que voy a dictarles.
Mis amigos me miran. Todos se asombran y algunos entienden y empiezan a reírse. El primero que habla es el gracioso de Héctor:
—¡Atención! La maestra Talía va a empezar la clase.
Muevo la cabeza, cojo los espejuelos de la maestra y busco en el libro de lectura una hoja cualquiera y empiezo a leer:
«—Por decreto de Talía, reina y señora de esta escuela, se dispone que de ahora en adelante no habrá que bajar la cabeza y hacerse el dormido cuando la maestra esté contando chismes a la auxiliar, ni vigilar en la puerta por si viene la directora para avisarle que tire el cigarro, ni hacerle gracias al monstruo pequeño que trae a veces, cuando no puede cuidarlo otra persona, para que no grite como si lo estuvieran matando. Tampoco habrá que…»
¿Por qué será que Heidi y Elisa me hacen señas tan asustadas? Miro a la puerta y allí está parada la maestra, ¡con una cara! Es una pena que no dibuje muy bien, porque así mismo debe ser la bruja de Blancanieves.
Enseguida me viene una idea a la cabeza. ¡Mi madre! Creo que ahora sí, ni siquiera cuando tenga tantos años como para andar con un bastón, me va a dejar actuar en el matutino.
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