Los alumnos llegan a la escuela corriendo,
porque se les hace tarde. Susana, la hermana de Peruso ya va a segundo grado,
pero siempre anda detrás de la pandilla. Ahora mismo se esconde detrás de un
tanque para ver a los muchachos. Ellos, sabiendo que es tarde y apuntan los
nombres de los indisciplinados en una lista, dan un rodeo por el patio y entran
por el hueco de la cerca, en vez de saltar. Uno levanta el alambre mientras los
demás se agachan para pasar. El Guille es el último y Peruso aguanta la cerca en
el mismo momento en que llega Susana.
—Peru —le dice a su hermano—, aguántame la cerca para entrar.
Peruso se enfurece porque no quiere que Susana ande atrás de la
pandilla.
—¡Vete de aquí, mocosa! Anda, ve por la puerta.
Lazarito se asombra de la actitud de Peruso.
—Oye, deja que entre por aquí —le dice al amigo.
—De eso nada. Anda como una marimacha atrás de nosotros. Que vaya por la
puerta de entrada, como todos.
Susana ruega primero, patalea después y tiene que irse, porque ya los
muchachos corren hacia las aulas. Sabe que la van a regañar por llegar tarde.
Casi no se oye su voz cuando la propia directora le pregunta su nombre para
anotarlo en la lista de los demorones. Piensa que ahora tendrá que explicarle a
su mamá por qué llegó tarde hoy a la escuela y piensa en Peruso y lo malo que
fue al no ayudarla a entrar por la cerca. Se le ocurre una idea y dice a la
directora:
—Apuntan mi nombre, pero hay alumnos que llegan tarde, entran por la
cerca, y los maestros ni se enteran ni los castigan.
La directora levanta los espejuelos con un dedo, la mira de arriba
abajo, frunciendo la nariz de gancho y la amenaza.
—Si un alumno sabe de una indisciplina y no la dice, es el doble de
malo. A ver, ¿quiénes son esos que entraron por la cerca?
De pronto, a Susana le tiemblan las piernas. Sabe que hace mal al decir
que la pandilla entra por la cerca.
—Estoy esperando —nariz de gancho mira el nombre escrito en el papel—,
Susana. De todas maneras, tendré que mandar a buscar a tus padres y no te irás
hoy hasta que vengan a buscarte.
Susana empieza a llorar. Ahora se arrepiente, pero se acuerda de Peruso
llamándola mocosa. Se limpia la cara con la mano y le dice a la
directora:
—Le voy a enseñar quiénes son.
Van juntas por el pasillo de la escuela y todos miran a Susana, pero ni
se imaginan por qué va con la directora.
Cuando llegan a la puerta del aula de sexto grado, Susana señala a
Peruso, al Guille, a Lazarito y a Osvaldo.
—Mírelos ahí, directora. Apunte primero a Pedro Jesús López. Esos son
los otros.
Susana sale corriendo mientras la directora anota todos los nombres.
Peruso no sabe qué decir. Está furioso y triste. ¡Su propia hermana!
A la salida no hablan de otra cosa.
—Esa mocosa es una traidora. ¡Mi propia hermana! —exclama Peruso, sin
podérselo explicar todavía.
El Guille se rasca la cabeza y como quien no quiere decir lo que dice,
con un hilo de voz, le pregunta:
—Peruso, cuando no dejaste que Susana entrara por la cerca, ¿era tu
propia hermana, o no?
El otro piensa y entiende que hay muchas maneras de no ayudar, o
traicionar. Eso es lo que quiere decir el Guille. Pero le da mucha rabia lo que
hizo su hermana. Por eso no reconoce su propio error.
—No es lo mismo, Guille. Ella no tiene por qué andar atrás de nosotros.
Pero eso de ir y hacer lo que hizo. ¡Es una soplona!
Se les ocurre hablar con Pancho Carrancho, el cochero del callejón.
Cuando tienen algún problema, él los aconseja.
Pancho Carrancho los oye, se toca los pocos pelos que todavía quedan en
su cabeza y les dice a los muchachos.
—Si hacemos un mal, nos viene otro peor. Así es la vida.
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