Escondida
casi, detrás de una loma, está la casa del fabricante de libros. No es una sola sino muchas casas. Construidas como los bohíos campesinos, de tabla y guano,
dispuestos unos al lado de los otros como un panal de abejas.
Sale a
recibirlos un hombre que es y no es. Parece flaco mas de cerca no lo es, parece
viejo por el pelo blanco y su andar un poco lento pero al salir al encuentro de
los visitantes una sonrisa anima su cara y los ojos le bailan.“Casi parece un
muchacho”, se sorprende la niña.
—Buenas
tardes, amigos —son sus primeras palabras al tiempo que extiende sus dos manos.
El
deshollinador habla de la niña y su búsqueda.
—Hemos
venido porque tú debes tener muchos cuentos
—Tengo
y no tengo —les aclara él—. Vamos a ver el taller.
Entran
a lo que el llama taller y ven máquinas antiguas al lado de modernos equipos de
computación. Les muestra las cajas donde guarda juegos de letras grandes,
chiquitas, adornadas unas y rectas como una vara otras. La niña nunca había
estado en un lugar como este: tiene anaqueles con muchas hojas y pedazos de
cartulina. Coge una que tiene un pez dorado con alas.
ENCUENTRO
EN EL MAR, dice en letras azules.
—¿Quién
lo escribió? —pregunta ella.
—No recuerdo. Empecé a hacerlo pero esas letras quería
hacerlas del color que tiene el mar un día de sol y calma, pero no lo
conseguí. Entonces lo dejé un tiempo así
para cuando pueda lograr la mezcla exacta de la tinta.
¡Qué
lástima!, piensa la niña, mientras revisa un grupo de hojas escritas. “Era un
niño solo en medio de la noche. Había
salido en busca de la última lechuza de ese bosque y ahora…”.
No
puede continuar leyendo porque el resto de las palabras no se entiende.
—¿Qué
le pasó a este libro?
—Verás, al principio las letras salían bien
pero la maquina tuvo un problema y no tenia tiempo para arreglarla. Después,
cuando volví a leer la historia pensé: ¿ a quién puede importarle un niño que
busca la última lechuza?
Recorren
toda la colmena y en todas partes, igual. Hay principios y ningún final. Cada historia es un pedazo. Como un enorme rompecabezas donde una pieza
era diferente a la otra, y a la otra, y a la otra.
El
deshollinador se siente apenado.
—No
debí traerte aquí —le dice bajito.
La niña
mira al fabricante.
—¿Nunca
ha podido terminar un libro?
—A
veces casi he terminado alguno pero, cuando falta poco para verlo completo, veo
que han quedado algunas letras feas, o se ha desteñido un color y entonces, lo
dejo. Ahora he hecho experimentos y pronto haré tintas de colores desconocidos,
que puedan cambiar según lo desee quien lea el libro.
Puede
ser bueno que quiera alcanzar lo más hermoso, le dice la niña al deshollinador,
pero mientras no logre esas tintas ¿cuáles serán los cuentos que podremos leer?
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