Si un día dulcemente
de pronto me perdiera tal vez quede mi rastro en las estrellas. (JM)
Conocí a Albertico Yáñez en el Encuentro Debate Nacional de
Talleres Literarios del año 83. Ese día anunciaban distinciones especiales para
las diez mejores obras premiadas a lo largo de aquellos encuentros y, por
supuesto, él estuvo con su Cuentan que Penélope. Salió casi
corriendo por la alfombra del salón de actos del Hotel Nacional, tropezó, soltó
una carcajada de las suyas y todos sentimos la vitalidad que transpiraba, su
alegría y aquella hilarante virtud del disparate evocada por
el poeta y que fue, junto a la imaginación desbordada, señales inconfundibles
de su personalidad creadora. Luego coincidimos varias veces, y a pesar de ser
casi de la misma edad, solo un poco mayor (revelación que jamás me perdonaría)
lo reverenciaba con el respeto que inspira solo el talento. Tuve que llegar a
la editorial Gente Nueva para conocerlo más y aprender a quererlo, como se ama
algo tierno y tormentoso, pero indispensable siempre.
Si algo marca su vida es
la genialidad y la entrega que ponía en todo cuanto hacía: él fue el diseñador
del afiche azul con el cofre de libros que identificó al Pabellón Infantil en
la feria del 2000 y ese nombre, Tesoro de Papel, es su idea, aunque nunca lo
dijo, y también es suya la letra de la canción escrita como un himno a la
fantasía eterna. Nunca pregonó ningún reconocimiento, aunque le brillaban más
aún aquellos ojos luminosos cuando hablaba del Premio de la Crítica, su gran
satisfacción.
Estuvo con nosotros,
sentado en el piso de la editorial, discutiendo los desvaríos de Una merienda
de locos, que celebramos rodeados de una hermosa exposición sobre la historia
del libro, escrita y dibujada por él. Se apasionaba, gritaba, nos apretaba de una
manera que no faltó alguien a quien le dejara marcas o huesos medio dislocados,
pero de pronto se ponía serio: había encontrado dentro de su portentosa
imaginación, la idea que faltaba. Nos diseñó el stand de Gente Nueva para la
feria del 2003 y festejamos el premio al mejor Stand Cubano con entusiasmo de
chiquillos. En mi última feria en la editorial, en el 2007, me pidió que lo
recogiera en su casa el mismo día de la inauguración, porque los otros
diseñadores no habían podido terminar, y se armó de tijeras, pinceles y
cartulina para al final ambientarnos sobria, pero dignamente el stand. Después
se fue de gira, a presentar en Pinar del Río su Dienteleche La perdida
por la ganada o el cambio del niño por la vaca y reapareció en marzo.
Todo en él era grandilocuente,
universal, tremendo. Nunca estuvo en el equilibrio de la balanza, sino por
encima de ella.
Jaranero, soez a veces,
pero con gracia criolla, era el alma de cualquier lugar donde estuviera. Siempre se llamó a sí mismo estrella y tenía toda la razón.
Amante eterno de la
belleza le rendía culto en cualquier manifestación de la cultura: el cine, la
plástica, el teatro y era un melómano increíble. Juntos escuchábamos una y otra
vez esa música de siempre de Gardel, Los Cinco Latinos, Alberto Cortés, Lola
Flores y tantos más. Coleccionaba fotos y afiches de Marilyn Monroe y su
dirección de correo electrónico era otra manera de rendirle homenaje.
Nos puso la editorial de
cabeza cuando le pedimos que nos entregara una historia breve y se apareció
con Poco libro para tanta barrabasada, que es el único minilibro
publicado con más de cien páginas en esa colección. Después de infinitas
sesiones en casa de Janet, donde esperaban el amanecer con un revoltijo de
hojas y tazas de café, repitiendo las ilustraciones que María Elena le
devolvía, cambiábamos la fecha de entrega del libro, porque de pronto las
últimas planas tenían un error y reescribía fragmentos y se perdía en el
diccionario buscando la palabra apropiada porque, como grande que es, siempre
estaba inconforme.
Quien lo conozca sabe
que de pronto se esfumaba, como en un acto de magia, y sus amigos nos
llamábamos para averiguar por dónde andaba, qué estaba haciendo, y de
pronto aparecía y estaba una semana completa yendo todos los días a la
editorial, compartiendo el almuerzo y las lecturas, opinando siempre con una
claridad y profundidad que desconcertaba a los menos entendidos y que otros
aplaudíamos.
Nunca escribió
directamente en la computadora: solo la usaba para recibir y enviar mensajes a
las amistades que tenía en todo el mundo. Recién ahora me entero que había
traído una de Río de Janeiro, no obstante, seguía yendo a la sala de navegación
del Centro Loynaz.
Estuvo en mi oficina a
finales de agosto y hablamos de su viaje a Brasil. Coincidimos Coyra, él y yo y
fue una fortuna. Le enseñé las fotos del último cumpleaños que le celebramos en
Gente Nueva y yo prometí que las imprimiría.
El 7 de septiembre
estuvo a felicitar a mi hija por su cumpleaños y habíamos salido, pero luego
hablamos por teléfono. Se había empapado bajo la lluvia y mami le hizo un café
fuerte para que entrara en calor. No imaginé que el día en el cual me
anunciaron por la extensión de la pizarra “Aquí está Alberto, de la UNEAC”, iba
a ser la última vez que lo vería vivo. Tenía que ser suya esa manera de
anunciarse, tan ambigua, porque pienso que si él se sabía talentoso y
brillante, no lo demostraba, aunque alardeara para mantenerse en ese estado
permanente e indefinido de niño que aparenta ir de broma siempre, pero guarda un
corazón grande que es refugio y consuelo ante la tristeza o el dolor ajeno. Vivió
para ser la alegría de otros y ocultaba su propia soledad detrás de una
sonrisa.
Ayer estuvimos hablando
Janet y yo de la novela que escribía y que ella transcribió. Reímos cuando me
contó que él la había llamado y le confesó que todavía le faltaban algunos
capítulos, incluir a Napoleón y los hititas… algo tan suyo eso de enredar las
historias, invertir textos en las páginas o pegar en su puerta un recorte de
periódico y salir corriendo, pero desandar el mundo y regresar a su tierra,
donde le esperaba su hermana, los amigos y sus perros.
Ya no me anunciarás más
tu llegada, ni escucharé los disparatados mensajes en la contestadora, pero si
veo un bolotruco ante mi puerta, escucho una carcajada sin dueño en medio de la
noche o pienso en ti, sabré que estás a mi lado y al lado de todos los que en
este momento de tristeza en la amada isla que compartimos, sufren sus pérdidas
y necesitan de tu espíritu alegre y joven para continuar el viaje interminable
hacia la vida.
(Mirtha González)
Publicado en La Jiribilla en septiembre de 2008)
Las fotos pertenecen a su cumple del año 2006, en diciembre. En el 2007 estuvo fuera de Cuba, en Brasil. Este día lo celebramos en la editorial Gente Nueva con un grupo de escritores y los trabajadores de allí.
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Blog con textos para niños y jóvenes, reseñas sobre obras literarias y artísticas, la vida y el pensamiento.
viernes, 23 de septiembre de 2016
ALBERTO YÁÑEZ: UN VIAJE HACIA LA VIDA (O MUCHA VIDA PARA POCA BARRABASADA)
Los cuentos se cuentan en la noche, porque en la noche vive lo sagrado, y quien sabe contar cuenta sabiendo que el nombre es la cosa que el nombre nombra. Eduardo Galeano
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