Los seres humanos tenemos nuestros ritos, que pueden ser más o
menos peculiares o ritos comunes, como las celebraciones. Eso ocurre con las
fechas de fundación de las ciudades y los pueblos, los días que se destinan a
loar a las divinidades, el culto a los grandes personajes de la historia o del
saber o el arte y la literatura…
Los ritos son necesarios, le dice la zorra (o el zorro) al
Principito. Y entonces le da su definición de rito:
Es también algo demasiado
olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y
que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un
rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son
días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores
no bailaran un día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría
vacaciones.
Y entre esos días está el 29 de septiembre, día de San Miguel
Arcángel y, por extensión, de todos los arcángeles. Dentro de la Iglesia Católica
Romana hay una larga tradición de venerar a San Miguel Arcángel, desde los
orígenes del cristianismo hasta el día de hoy. Enseña que San Miguel tiene
cuatro funciones principales: líder del Ejército de Dios, ángel de la muerte,
juez que pesa las almas en una balanza perfectamente equilibrada y el guardián
de la Iglesia.
Miguel quiere
decir: ¿Quién como Dios?, para ilustrar que es quien se puede equiparar a Dios.
Es el guerrero espiritual que defiende a la humanidad en contra del mal.
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