Hace 117 años que nació Federico García Lorca en Fuente Vaqueros, España.
Desde que amaneció y gracias a mi día libre de hoy, me dedico a leer diferentes
biografías, artículos y, por supuesto, su obra.
Se ha hablado tanto de Lorca, su pertenencia a la generación del 27, el
hecho de ser uno de los mejores dramaturgos españoles de su época, su historia
de amor no consumado físicamente con Dalí, que hay pocas cosas que pudieran
abordarse sin que hubieran sido tratadas. Entonces solo pienso hacer una
valoración arriesgada: en la “amistad” de ambos, evidentemente quien salió
favorecido fue Dalí. Aunque haya alcanzado fama no es igual su aporte y
trascendencia en la pintura a la de Lorca en la literatura y fue baja y
mezquina su forma de atacar al poeta andaluz por puro interés de limpiar
supuestamente su imagen.
El juego intelectual que lo llevara a criticar mordazmente el genial
Romancero gitano (y es el hecho que menos perdón puede obtener de mi parte) y
su insistencia porque escribiera poesía de vanguardia y no esa, según él
costumbrista y tradicional, es quizás el aspecto más sórdido de su nefasta
influencia. Lorca lo obedece, entendida esta obediencia como la aceptación de
renunciar a las formas estróficas tradicionales y en su ruptura, escribir versos
blancos en su libro Poeta en Nueva York.
Creo, que a pesar de ser el último publicado y al que perdono su existencia
únicamente por Son de negros en Cuba, donde, pese a que escribe con los cánones
vanguardistas, hay en ese poema una reminiscencia de sus romances andaluces en
el ritmo y en la rima, que mantiene asonante y distinta en ea y ao, pero que otorga una musicalidad que le falta a los otros poemas del libro.
Es que me bailan en la mente sus romances (igual me sucede con los sonetos
de Villena) y al ritmo de un cante jondo se me adentran los versos del poeta en
mi espíritu de luna, saltan, se confunden y viven, junto a su poesía de
excepción.
Esa muerte falaz y fatal que se lo llevó a destiempo y danza en la punta
del poema, renuncia, impotente, a guardarlo y deja que acuda con su traje de
luna gitana al festín de la palabra.
Preciosa y el aire.
A Dámaso Alonso
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene,
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y canta
su noche llena de peces.
En los picos de la sierra
los carabineros duermen
guardando las blancas torres
donde viven los ingleses.
Y los gitanos del agua
levantan por distraerse,
glorietas de caracolas
y ramas de pino verde.
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento que nunca duerme.
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira la niña tocando
una dulce gaita ausente.
Niña, deja que levante
tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.
Preciosa tira el pandero
y corre sin detenerse.
El viento-hombrón la persigue
con una espada caliente.
Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantan las flautas de umbría
y el liso gong de la nieve.
¡Preciosa, corre, Preciosa,
que te coge el viento verde!
¡Preciosa, corre, Preciosa!
¡Míralo por dónde viene!
Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes.
Preciosa, llena de miedo,
entra en la casa que tiene,
más arriba de los pinos,
el cónsul de los ingleses.
Asustados por los gritos
tres carabineros vienen,
sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.
El inglés da a la gitana
un vaso de tibia leche,
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.
Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento, furioso, muerde.
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