Según nuestra
querida e insustituible Wiki, “El Día del Padre (o Día de los Padres) es una
celebración dedicada a los padres de familia. Se honra con ello la paternidad y
la influencia del hombre en la vida de sus hijos. En España, Portugal y otros
países de tradición católica se festeja el 19 de marzo, día de San José (santo patrono de los carpinteros). Según la
Biblia, José, el padre de Jesús, era carpintero. En muchos otros países se
celebra el tercer domingo de junio”.
En Cuba se
celebra el tercer domingo de junio, junto con muchos otros países y, aunque ha
ido ganando terreno con los años, no tiene aún la misma connotación que el día
de las madres para muchas personas. Esto tienen que ver casi siempre con el
hecho de que en las familias donde los padres se separan, los hijos quedan al
cuidado de las madres y comparten con ellas prácticamente todo el tiempo, amén
de la cultura machista latinoamericana de que la mayoría (o todas) las labores
domésticas corren por cuenta de las madres.
Por mi
experiencia personal con el padre de mis hijos y otros padres amigos, creo que
en Cuba los padres se han ganado un lugar especial en la sociedad como
formadores y educadores de los pequeños seres que han contribuido a traer a
este mundo. Aún sin romper las barreras de una absoluta igualdad en las labores
del hogar y con los hijos, es cierto que los padres de nuestras generaciones
han sido más dedicados y comparten la mayoría de los quehaceres y obligaciones
de la educación de sus hijos.
Desde los otrora
lejanos e inciertos tiempos en los cuales supuestamente existió el matriarcado,
según la antropología, la sociología y los estudios feministas, la sociedad se
debate en un orden en el cual son los varones
quienes tienen la supremacía del control y el poder (¿o son uno los dos?).
Antiguamente el
término paternidad solía referirse a ambos progenitores, pero en la actualidad
se refiere únicamente al progenitor masculino. Lo real y verdadero es que los
hijos, para crecer con el amor, la comprensión y los modelos de conducta que
imitarán, necesitan tanto del padre como de la madre.
Ningunas palabras
son más hermosas para hablar de un padre que las dedicadas por José Martí al
suyo, cuando le escribe a su hermana Amelia:
Tú no sabes,
Amelia mía, toda la veneración y respeto tiernísimo que merece nuestro padre.
Allí donde lo ves, lleno de vejeces y caprichos, es un hombre de una virtud
extraordinaria. Ahora que vivo, ahora sé todo el valor de su energía y todos
los raros y excelsos méritos de su naturaleza pura y franca.
Piensa en lo que
te digo. No se paren en detalles, hechos para ojos pequeños. Ese anciano es una
magnífica figura. Endúlcenle la vida. Sonrían de sus vejeces. Él nunca ha sido
viejo para amar.
Recuerdo entonces
hoy a mi padre, quien se marchó joven (hace en este 2015 treinta años) y
agradezco sus enseñanzas de humanidad y lealtad que me sirvieron para no
equivocar el rumbo, su amor al trabajo, su pasión por la lectura y la justicia
social, su amor por mi pequeña hija que apenas conoció… su admiración por mí,
que me hizo ser mejor ser humano. Agradezco también que su temprana muerte me
abrió los ojos a la tolerancia y a comprender la fugacidad de la vida. Como
dijo José Martí hablando de los tres héroes, puede que nuestros padres no sean
perfectos, pero debemos fijarnos en su luz, no en sus manchas, porque “¿qué no
le perdonará un hijo a su padre?”
Así que celebremos en este día a los padres que, junto a nuestras madres,
son hacedores de la vida y multiplicadores del milagro del ser. Porque la
humanidad les debe también su existir y el batallar incansable por el futuro.
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