Hace muchos años, siendo apenas
adolescente y deslumbrada por la poesía y la vida consecuente con unos férreos
principios humanistas, escribí un poema a Villena. Tantos años después me
parece tan insignificante, cursi e inundado de lugares comunes que he
renunciado a publicarlo. Sin falta le dedicaré un poema, llegará como él, como
su poesía… quedamente.
Ahora quiero leerlo y recordar como a
veces la muerte hace trampas y se convierte en el pretexto que la vida utiliza
para hacer eternos a los grandes, a ese gigante que siempre estuvo tras la
frente y en la frente de ese poeta honesto y apasionado que amó tan hondamente
la vida que la entregó en cada acto y en cada palabra.
Tus párpados siguen abiertos a la vida,
Rubén, y desfilas por la tierra cubriéndote los huesos con tu traje de huelgas.
Si ayer tu voz iluminó las naves del convento vendido, confirmándole a Erasmo
que el trece es mala suerte (se recogió en Protesta), aún hoy se alzan las
notas del mágico monosílabo sonoro para dar-la-luz-del-ser-que-eres.
Despunta el verso en párpados abiertos,
cae herido el reposo y se abren tus pupilas a la gloria, para dormir despiertas
el sueño de la vida.
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