Hoy es el cumpleaños de Justo, un amigo muy especial y querido por mí. Cuando me puse a pensar cuánto tiempo hace que nos conocemos,
me di cuenta que nos conocemos desde hace 26 años. Fue en el año 1986. Fuimos compañeros
de trabajo, recién comenzaba a trabajar en la hermosa ciudad de Cienfuegos. Mi
hija tenía un año apenas, yo pensaba que era la diosa de la justicia, pues
había concluido mis estudios de Derecho.
Su oficina era contigua a la mía y nos enzarzábamos en
largas conversaciones filosóficas, en las que yo representaba a la razón y él
se divertía haciendo de cualquier tema serio, una broma. Hablábamos de todos
los temas humanos y divinos, me alertaba y a veces me aconsejaba, porque como
dije en un poema, yo “tenía la arrogancia de los pájaros en vuelo”. Creía que
siempre tenía la razón. Y era inflexible, conmigo y con los demás.
Fue una época maravillosa de mi vida. Me hice de
amigos incondicionales que aún conservo, que me ayudaron con mis hijos y fueron
mi familia porque la real estaba lejos. Vivían pendientes de sus caídas, sus
enfermedades, me ayudaron cuando el embarazo de mi hijo muchas veces me impedía
cocinar a causa de las náuseas.
La noche en que mi hijo Alejandro nació, Justo se pasó
la madrugada con el feliz papá en el hospital y al dia siguiente fue a casa
para celebrar. Era raro el domingo que no se pasaba largas horas en mi casa.
Más tarde, trabajando yo en el Centro del Libro fue
para allá, a ser el subdirector económico y era mi mayor tranquilidad saberlo
al tanto de los números y el dinero: honrado a carta cabal y mi incondicional
amigo. Un buen día se jubiló y sentí que me quedaba huérfana, hasta que regresé
a La Habana.
No obstante, en provincias diferentes nos hemos
mantenido al tanto uno del otro y cuando llegué aquí a santo Domingo, todos los
días chateábamos y me escribía dando ánimos y llamando a la casa para saber de
los chicos y decirme, costumbre que conserva aún, salvo cuando Internet o el
correo nos juega una mala pasada.
Para mí significa mucho más que un amigo. Ha sentido
mis hijos como suyos, ya conoce a mi nieto y nos enviamos las fotos nuevas y
los comentarios. Querría poder tener una larga conversación con él, como en los
viejos tiempos. Para mis hijos es otro padre, o abuelo, simplemente familiar y querido.
Hombre de cultura amplia, voraz lector y conocedor de
los temas de actualidad, es mi referente y mi consultor obligado para muchas
decisiones que he tomado. Me reconforta y consuela. Le debo un poema a esa
hermosa amistad tanto tiempo mantenida.
La amistad es una flor extraña, que nace y se alimenta
de pequeños detalles, como un rayo de sol o el brillo de una estrella. Un amigo
entrañable es ese que sabemos que estará ahí, a pesar de todo y de todos, que
nos comprenderá sin juzgarnos y nos aconsejará sin aleccionarnos. Un amigo es
una parte de nuestra vida, el recuerdo constante en el lado más cálido del
corazón: ese que nos resguarda de las tormentas.
Por eso quise recordarlo con palabras, porque nunca ha perdido su
corazón de niño ni la ternura de los corazones grandes. Y siempre va conmigo,
aunque a veces no se lo diga y le escriba como despedida, algo formal, un abrazo.
Hoy quiero enviarle 24 abrazos que crucen el mar, de
isla a isla, en la luz de una estrella fugaz que cumple mis deseos y decirle bajito,
felicidades y solo deseo que en cualquiera de los mundos que nos encontremos,
siga teniéndolo como amigo… con su alma noble y su decir jocoso, que es también
la manera que encontró de enmascarar la enorme ternura que lo invade y comparte
con todos cada día. Solo puedo dar las gracias a la vida por haberlo encontrado en mi camino y permitir que se haya quedado por siempre junto a mí y los míos.
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