Es legítimo parafrasear el título de la obra de Zola para abordar la vida y
azares de una temática literaria que el transcurso de los años y la ardiente
defensa de sus seguidores han elevado a la categoría de género, de tal suerte,
que al citar cualquiera de las novelas clasificadas dentro de él nos referimos
al género de aventuras.
Su génesis se sitúa en la aparición del folletín, allá
por el siglo xix, en la
llamada también novela por entregas y con el objetivo de crear una literatura
popular para los más pobres, quienes habían sido alfabetizados y solo tenían
acceso a los periódicos fundamentalmente, de modo que se incluían estos textos
como capítulos breves en la franja de abajo o en cuadernillos o folletos.
Usaban el recurso de terminar en un pasaje de suspenso, que atrapara al lector
y lo hiciera buscar el próximo número para seguir leyendo. Con el tiempo muchas
de ellas se publicaron en forma de libros y han llegado hasta nuestros días.
Luego surgirían revistas especializadas en la publicación de estas novelas por
entregas.
Acudiendo a ese inestimable recurso que es Wikipedia, cito:
”Si bien los periódicos La Presse y Siècle son
los primeros que hacen estas publicaciones, la idea viene de más lejos. Cuando
durante el Consulado y el Primer Imperio los periódicos eran muy reducidos en
razón de la censura, comienzan a publicar un suplemento literario. Finalmente,
surgen revistas especializadas en la literatura por entregas, como la Revue
des deux mondes y Revue de Paris, en las que publicaron
autores tan prestigiosos como Balzac.
La Presse publicó
entre 1837 y 1847 las novelas de Balzac a razón de una por año, así como obras
de Eugenio Sue. El Siècle publicó las de Alejandro Dumas,
entre las que por su popularidad se destacan Los tres mosqueteros.
Y Le Journal des Débats hizo lo propio con Los
misterios de París, de Eugène Sue. El judío errante, del mismo
autor fue publicada por el Constitutionnel, y El Mensajero también
publicó en Rusia numerosos e importantes folletines.
Uno de los iniciadores del subgénero es Eugène
Sue (1804–1857), con las novelas Los misterios de París o El
judío errante, así como Ponson du Terrail o Paul Féval (Enrique
de Lagardere). Pero es Alejandro Dumas (1802–1870) quien representa el
máximo esplendor del folletín, con Los tres mosqueteros, El
Vizconde de Bragelonne o El conde de Montecristo, entre
otras muchas obras muy reimpresas y justamente celebradas, no siempre debidas a
su pluma, sino a la de sus colaboradores. Otros autores más famosos recurrieron
a este género, como Víctor Hugo, que publicó de esta forma su novela Los
miserables; Honoré Balzac, todo un profesional del folletín, quien
publicó de esta manera su Comedia humana; y Gustave Flaubert,
su Madame Bovary en La revue de Paris desde
octubre de 1856.
En el Reino Unido, destacan Robert Louis
Stevenson, publicando en 17 entregas en el periódico Young Folks su
novela Flecha negra (The Black Arrow), luego reunidas
en volumen en 1888; igualmente, Charles Dickens y William Wilkie
Collins publicaron de esta forma muchas de sus novelas.
El folletín, llamado en italiano romanzo
d'appendice, fue la forma en que Emilio Salgari publicó sus novelas
sobre el príncipe malayo Sandokán o Carlo Collodi Le
avventure di Pinocchio.
En Rusia fueron folletines Crimen y castigo (Преступление и наказание) y Los
hermanos Karamázov (Брать Карамазовы), publicados en El
Mensajero por Fedor
Dostoievski; lo mismo cabe decir de Guerra
y paz (Война и мир), siempre en El
Mensajero, por León Tolstoy.
En España, Benito Pérez Galdós…” y otros
importantes autores”.
Exceptuando las obras excepcionales que se
publicaron como folletines y que acabo de citar pero que no entran en el
denominado “género de aventuras”, muchos consideran a esas novelas como novelas
menores, pero lo cierto es que las obras, más allá de su valor literario, han
trascendido el tiempo y siguen siendo leídas por lectores adolescentes, jóvenes
y otros no tan jóvenes. Cabe preguntarse entonces, ¿cuál misterio encierra la
estructura lineal sobre la cual fueron y son escritas esas obras, el atractivo
de sus personajes y el interés que despiertan esos argumentos, la mayoría
pertenecientes a sociedades o ambientes ajenos al lector? A esta interrogante
múltiple puede responderse con infinidad de respuestas y todavía faltarían
algunas por enunciar.
Si recorremos las historias narradas nos
damos cuenta de que el argumento, en esencia, responde a la representación de
una situación determinada en la cual, como efecto de un acto de injusticia o
maldad, un personaje o un grupo de ellos se ve obligado a realizar actos
heroicos para vencer al mal, objetivo que se logra inevitablemente con el
desenlace. Esto quiere decir que tratan, más que cualquier otra obra literaria
de la lucha entre el bien y el mal (o la justicia contra la injusticia), eterno
leit motiv del ser humano durante su
existencia.
No debemos olvidar que en el siglo xix nace y florece el Romanticismo, no
solo como un movimiento literario sino también como una actitud ante la vida y
abarcó las otras manifestaciones del arte. En líneas generales, corresponden al
Romanticismo la mayoría de las características de la novela de aventuras de tal
modo que, aún en nuestro siglo, las obras actuales mantienen la línea
argumental y otras condicionantes románticas: el héroe invencible, la lucha y el
triunfo del bien sobre el mal, exotismo en lugares y ambientes, obstáculos para
que se realice el amor de los protagonistas, el ideal patriótico, la religiosidad
o misticismo, además del inevitable misterio. El sufrimiento como un elemento
purificador del o de los protagonistas deviene un instrumento casi divino para
merecer al final el alcance de sus nobles objetivos.
Soy una apasionada de la novela de
aventuras, de ese folletín tan llevado y traído por tantos “críticos”
literarios e intelectuales de alto vuelo y ocupados solo con temas
trascendentales y filosóficos.
Soy fiel cómplice de Los tres mosqueteros, El corsario negro y Sandokan; me convierto en Scaramouche
y doy un Viaje al centro de la Tierra o recorro Veinte mil leguas de viaje submarino para conocer a Las hijas de
los faraones. Comparto los ciervos ilegalmente cazados en los bosques de
Sherwood por Robin Hood con La flecha
Negra, El prisionero de Zenda, El hombre de la máscara de hierro o Ivanhoe, según sea el caso. Y por si
acaso jamás olvido dejar, indeleble, La
marca del Zorro. Es suficiente para habitar en La isla misteriosa de la fantasía y la imaginación que me acompaña,
cual La Isla del Tesoro, cuyo secreto
guardamos arropado en el mapa del corazón.
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