Hay un bosque de letras donde se
forman, como árboles amables y traviesos, las palabras que forman los cuentos
de siempre.
En ese bosque, en una pequeña
cabaña de colores, vive el Escritor. Es desgarbado, de rostro algo triste y
ojos luminosos, que dejan escapar rayitos de luz cuando piensa en los
personajes que merodean su bosque de palabras…
Así pudiera comenzar un cuento
sobre ese creador que inició una época literaria que, desde el Romanticismo, privilegió
la fantasía con personajes e historias de nuestra vida cotidiana y de la más
desbordada imaginación.
A veces me pregunto: ¿por qué lo
llaman el príncipe de los cuentos infantiles y no el rey? Porque el príncipe,
en el reino de la fantasía, es el personaje valiente, noble y sensible, que
combate el mal y ama apasionadamente; además, el príncipe es también una promesa,
símbolo del futuro, de lo que podemos conquistar. Es, entonces, la ilusión del
reino de los cuentos…
Y por eso, precisamente, es el
más justo epíteto para quien confesara:
Mi vida es un bello cuento ¡tan
rica y dichosa! Si de niño, cuando salí a recorrer el mundo solo y pobre, me
hubiese salido al paso un hada prodigiosa que me hubiera dicho: «escoge tu
camino y tu meta, que yo te protegeré y te guiaré conforme a las facultades de
tu entendimiento y conforme es razón que se haga en este mundo», no pudiera mi
suerte haber sido más feliz.
Eso dice Andersen en El
cuento de mi vida y el evento más feliz, sin dudas, es disfrutar la lectura
de su obra.
Donde nos encontremos en este instante, hagamos un rito de
celebración por el cumpleaños del más genial de los cuentistas: cerremos los
ojos, agarremos la oreja izquierda con la mano derecha y la derecha con la mano
izquierda; luego, demos tres pequeños saltos de canguro mientras damos a toda
voz tres GRACIAS enormes. Desde la página, haré un recuento de sus inolvidables
personajes, deseándoles una eterna e infinita salud en nuestros recuerdos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario