Naturaleza muerta sobre ocre. Amelia Peláez |
En el calendario universal
hay fechas que se destinan a conmemorar diferentes eventos sociales,
geográficos, culturales, en fin… humanos. Luego, cada país tiene sus propias
fechas simbólicas para festejar, recordar o rendir tributo. Por eso, los
trabajadores de cada esfera de la sociedad dedican un día cada doce meses a
enaltecer su actividad, aunque la realicen todos los días o, al menos, los días
hábiles.
Hay profesiones u ocupaciones
que no se desempeñan por unas horas ni están reducidas a una jornada de trabajo
específico. Puedo mencionar muchas. Los médicos, quienes en su casa son
solicitados para atender dolencias del cuerpo y del alma, los albañiles,
plomeros, electricistas, periodistas, informáticos, peluqueros… y así, una
lista interminable.
Entre quienes no descansan
están los trabajadores de la cultura, los verdaderos, no los que ocupan una
plaza en cualquier nómina de una institución cubana. Esos que, hasta en sus
momentos de descanso, piensan en cómo hacer algo diferente, crean nuevos
proyectos, escriben, componen música, ensayan un paso de danza o una
coreografía, arman un personaje, se ofrecen y van a los lugares más increíbles
a entregar su arte y su talento porque suben lomas, van a recónditos parajes,
cargan mochilas con libros a sus espaldas o suben en renqueantes camiones hasta
las apartadas zonas de silencio.
Por esos trabajadores, que
alimentan con ambrosía el espíritu humano, en Cuba se ha dedicado esta fecha a
rendirle homenaje. Más allá de las razones por las cuales se escogió este día y
no otro, lo esencial es rendir tributo a quienes, consciente o
inconscientemente, han dedicado su talento y trabajo a favor de una cultura que
constituye la esencia del pueblo cubano.
Saludemos entonces este día
con un himno vibrante, emanado de la admiración y el orgullo por quienes
crearon y crean las expresiones más hermosas del ingenio humano para la
recreación de los sentidos y el alimento del alma. Artistas y escritores,
intelectuales todos, además, las personas que desde las más humildes o cimeras
posiciones facilitan y sostienen con honrada valentía la creación y el
pensamiento que es raíz nutricia de la cultura, esa que con vocación humanista
constituye la base de nuestra ética ciudadana y nos hace ser iguales y diversos
en el universo cosmopolita que habitamos.
Y para aquilatar la
dimensión de su valor, nuestro apóstol sentenció: La madre del decoro, la savia de la libertad. el mantenimiento de la
República y el remedio de sus males es, sobre todo lo demás, la propagación de
la cultura.
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