Hoy es 10 de octubre y es un
día sagrado en la historia patria. En un gesto increíblemente altruista y
valiente, en el año 1868, el hacendado criollo Carlos Manuel de Céspedes le dio
la libertad a sus esclavos y se alzó en armas, en el central La Demajagua, en
una de las zonas más prósperas y asentamiento de ricas familias de la época en
la siempre fidelísima isla de Cuba, epíteto que le diera la colonia al país
antillano. Invitó a sus esclavos a unirse a la lucha contra la metrópoli y muchos
lo siguieron a los campos de batalla.
Había nacido el 18 de abril de 1819 en Bayamo,
ciudad que protagonizaría durante la guerra de los diez años el memorable acto
de prenderle fuego al lugar para que no cayera en manos españolas. Su estirpe
era de los indomables. Fue Mayor General del Ejército Libertador y el primer
Presidente de la República en Armas.
De familia adinerada, su padre era bayamés y
su madre de Puerto Príncipe; estudió en dos conventos primero y, más tarde, se
educó en La Habana, en el Real y Conciliar Colegio de San Carlos y San Ambrosio.
Se licenció en Derecho y luego obtuvo su doctorado en la Universidad de
Barcelona.
Habiendo salido de España por participar en
una insurrección recorre Francia, Inglaterra, Suiza, Turquía, Grecia, Alemania
e Italia y al regresar a Cuba dominaba el inglés, el francés y el italiano. Ya
desde niño había aprendido griego y latín.
Esto explica su cultura vasta, su inclinación
por las letras y el que una vez en Bayamo, cuando abrió su bufete de abogados,
escribiera poesía y una obra de teatro. Junto a Francisco Castillo Moreno
compuso la música de La Bayamesa, cuya letra escribió José Fornaris y que
inicialmente fue una canción de amor y devino luego en canción patriótica.
Por sus actividades independentistas estuvo
preso tres veces y también fue desterrado. En su prisión escribe poemas y hace
traducciones. Era un hombre de letras, abogado y terrateniente quien, además,
practicaba la equitación, la esgrima y el ajedrez.
En 1867 compra el ingenio La Demajagua, en
Manzanillo. En Bayamo crean una logia masónica donde Francisco Vicente Aguilera
es nombrado Venerable Maestro, pero en realidad conspiraban en contra de España
y preparaban las acciones independentistas. Luego Céspedes funda otra logia, en
la cual es él Venerable Maestro con el mismo objetivo.
Habiendo organizado
el levantamiento para diciembre, tienen que adelantar la fecha pues el Capitán
General Valmaseda se entera de los planes independentistas y ordena la
detención del cubano. El 10 de octubre de 1868, en el ingenio La Demajagua, se alzó en armas, y al grito de ¡Viva Cuba Libre!, llamado Grito
de Yara, proclamó la independencia de Cuba y dio la libertad a sus esclavos.
Encabeza la insurrección al mando de 147 hombres y poco a poco va creciendo el
número de partidarios que lo siguen, llegando a tener cerca de 17,000 hombres.
El 18 de octubre, junto
con Aguilera y Marcano, toman la Ciudad de Bayamo, donde se interpretaría el 20
de octubre, el Himno Nacional, durante
la toma de Bayamo.
A Carlos Manuel
Céspedes se le asigna el título de Capitán General de la Cuba Libre en la
Iglesia parroquial y dirige un
emocionado discurso, declarando la libertad de todos los esclavos insurrectos.
Desde esa fecha, hasta su destitución como presidente y su
muerte en San Lorenzo, en 1874 son muchas las injusticias que debe vivir quien
ha sido nombrado, con toda justicia, el Padre de la Patria.
Lo que no se conoce es
que fue un poeta ante todo, íntegro, cabal, a quien su poesía lo hizo un ser
humano sensible y justo. El prócer de la independencia fue un lúcido
intelectual que pensó y soñó la independencia con alma de artista y temple de
guerrero.
He aquí algunos de sus
poemas.
Al Cauto
Naces, ¡oh, Cauto!, en empinadas lomas;
bello, desciendes por el valle ufano;
saltas y bulles, juguetón, lozano,
peinando lirios y regando aromas.
Luego, el arranque fervoroso domas,
y, hondo, lento, callado, por el llano
te vas a sumergir en el Océano;
tu nombre pierdes y sus aguas tomas.
Así es el hombre. Entre caricias nace;
risueño, el mundo al goce le convida;
todo es amor, y movimiento y vida.
Mas el tiempo sus ímpetus deshace,
Y, grave, serio, silencioso, umbrío,
baja y se esconde en el sepulcro frío.
Palma Soriano, 1852.
Mi deseo
Un techo pobre, escondido,
dadme al pie de la colina,
donde el viento en vano amague,
y que allí el suave zumbido
de una colmena vecina
por la mañana me halague.
Un cristalino arroyuelo,
de blancos lirios sembrado,
de una fuente pura brote,
y salte en quebrado suelo
y bajando apresurado
las duras rocas azote.
La ligera golondrina,
do las pajas de mi choza,
de la tierra forme nido
y cuando el sinsonte trina
al placer que la alboroza
lance su alegre chirrido.
El errante peregrino,
triste, desnudo y hambriento,
llame a mi puerta afanoso
y olvidado del camino
halle en mi mesa sustento,
halle en mi lecho reposo.
Una arenosa avenida
donde perfumadas flores
beban gotas de rocío,
parezca que me convida
del verano en los ardores
a un fresco bosque sombrío.
Y allí arrullándome el sueño,
en los brazos de Carmela,
goce puros regocijos,
mientras con rostro risueño,
porque el placer los desvela,
juegan en torno mis hijos.
Desde allí mi vista errante
mire un pardo campanario,
tras la colina frondosa
y el alma recuerde amante
que es el templo solitario
donde la llamé mi esposa.
Bayamo, 1852.
Amor callado
Más bella es la mañana,
un sol más puro el horizonte dora,
cuando ligera, ufana,
gentil y seductora,
al prado vas, lindísima cubana.
Tu rostro peregrino,
tu talle esbelto que la brisa ondea,
ese fuego divino
que vivo centellea
en tus ojos al rayo matutino:
Y ese pie que liviano
la verde yerba y margaritas huella,
y tu artística mano
la gracia que destella
todo tu ser, querube americano;
Esa aureola ardiente
que en torno te rodea esplendorosa
¡oh, estrella refulgente!
¡oh, purpurina rosa!
¡oh, azucena del trópico inocente!
Cual palma en la pradera,
flexible, airosa, tu cintura meces:
de nuestra edad primera
una ilusión pareces:
¿quién no ha de amarte, virgen
hechicera?
¿Quién al ver tu mirada,
quién al oír tu voz pudo ser yelo?
De todos adorada
Cruzar el triste suelo:
¡a todos seas como a mí sagrada!
Yo te amo delirante:
eres mi bien, mi dicha, mi tesoro:
vuelve a mí tu semblante:
las penas que devoro,
no aflijan más a tu infeliz amante.
Mas si mi amor fogoso
pudiera acaso envenenar tu suerte...
¡oh! pase silencioso,
y sufra yo la muerte,
y sea tu caro porvenir dichoso.
Pisa feliz la yerba
sin encontrar la sierpe allí escondida:
risueña te conserva:
la senda de la vida
floreo tan sólo para ti reserva.
Pero insensible y varia,
cuando el bullicio de la corte vuelva,
no olvides que en la selva
por ti eleva de amor una plegaria.
Bayamo, 1852
Los traidores
No es posible, ¡por Dios!, que sean
cubanos
los que arrastrando servidumbre impía,
van al baile, a la valla y a la orgía,
insultando el dolor de sus hermanos.
Tan horrible abyección, tales villanos,
tan negra afrenta y tanta bastardía
fruto no han sido de la patria mía;
tanta mengua no cabe en mis paisanos.
Esos que veis a la cadena uncidos,
lamiendo, ¡infames!, afrentoso yugo,
son traidores, sin patria, envilecidos,
que halagan por temor a su verdugo;
son aborto del Báratro profundo
para afrentar la humanidad y el mundo.
Campos de Cuba Libre, 1868.
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