Desde muy niña, como casi todos los niños cubanos, me
acerqué a la obra de José Martí; estudié su vida, aprendí de memoria sus poemas
y fragmentos de sus cartas para decirlos en los actos patrióticos, despertó en
mí una veneración mística que solo ha crecido con los años. Siempre ha sido
Martí en Cuba, digan lo que digan, la figura de la historia patria más admirada
y honrada por todos, los gobernantes, el pueblo, independientemente de su
credo político. Por eso pienso que, si en vida fue quien unió a los cubanos
para la guerra por su independencia, en muerte ha convocado a la unidad y a
reconocer, por encima de cualquier diferencia, los valores verdaderos del
hombre, del patriota, del cubano genuino.
Su discurso honrado y vibrante toca las fibras más
sensibles de nuestro ser y su vida de sacrificio, consagrada a la causa de la
libertad, es el ejemplo más puro y noble que tenemos los cubanos.
En su infinita generosidad y virtud, perdonó en otros
hombres que pelearon por la libertad los defectos, porque solo los
desagradecidos distinguen las manchas del sol antes que su brillo, como dijera
en Tres héroes:
«Un escultor es admirable, porque saca una figura de la
piedra bruta: pero esos hombres que hacen pueblos son como más que hombres.
Quisieron algunas veces lo que no debían querer; pero ¿que no le perdonará un
hijo su padre? El corazón se llena de ternura al pensar en esos gigantescos
fundadores. Esos son héroes; los que pelean para hacer a los pueblos libres, o
los que padecen en pobreza y desgracia por defender una gran verdad».
Pero él jamás flaqueó; perdonó en otros lo que él jamás
se hubiera perdonado, y con esa ternura de padre escribió para los niños como
nadie lo hizo antes ni lo ha hecho después en nuestra lengua; hizo discursos
encendidos para llamar al combate y denunciar las injusticias: no hubo un
hecho, un pensamiento o un suceso importante, de la política, la historia o la
cultura, al que él no le dedicara su precioso tiempo para dejarnos su opinión,
su crónica, su incomparable testimonio. Escribió versos, fue precursor del
Modernismo y un delicado y diferente romántico de nuestras dolorosas tierras
del Sur, creó una obra de teatro, una novela, brillantes traducciones y
adaptaciones literarias, dejó una invaluable correspondencia, fue periodista y
ensayista… brilló en todo, cada palabra tiene el sello inconfundible de su
oratoria y su exquisita prosa o verso.
¿Cómo puede alguien, en 42 años, fundar una obra social y
literaria de esa envergadura? Solo José Martí. Y mientras más lo conocemos y
leemos, más nos asombra su saber enciclopédico, su atinado olfato y
sensibilidad artística, su conocimiento del ser humano y del alma.
Ciento veinte años han transcurrido desde aquel 19 de
mayo en que cayó abatido en Dos Ríos, cuando había tanto por hacer en América.
Y todavía hay mucho por hacer, Maestro de todos los cubanos: el más noble,
íntegro y puro de nosotros. El adelantado de su época, el más humilde, el que
padeció los grillos del presidio a los diecisiete años.
Basta leer ese resumen de su autopsia para saber cuánto
padecía en silencio, ataviado con su modesto traje negro que vestía, honrando
el duelo de saber a Cuba esclava.
Pero no está el apóstol en Dos Ríos, pues su palabra se
levanta, cada día. En sus discursos, en sus cartas, en sus poemas, en La
Edad de Oro: en todas está su huella, su filosofía y credo personal.
Leamos si no, su presentación de Versos libres:
«Estos son mis versos. Son como son. A nadie los pedí
prestados. Mientras no pude encerrar íntegras mis visiones en una forma
adecuada a ellas, dejé volar mis visiones: ¡oh, cuánto áureo amigo que ya nunca
ha vuelto! Pero la poesía tiene su honradez, y yo he querido siempre ser
honrado. Recortar versos, también sé, pero no quiero. Así como cada hombre trae
su fisonomía, cada inspiración trae su lenguaje. Amo las sonoridades difíciles,
el verso escultorico, vibrante como la porcelana, volador como un ave, ardiente
y arrollador como una lengua de lava. El verso ha de ser como una espada
reluciente, que deja a los espectadores la memoria de un guerrero que va camino
al cielo, y al envainarla en el Sol, se rompe en alas.
Tajos
son estos de mis propias entrañas —mis guerreros—. Ninguno me ha salido
recalentado, artificioso, recompuesto, de la mente; sino como las lágrimas
salen de los ojos y la sangre sale a borbotones de la herida.
No zurcí de este y aquel, sino sajé en mí mismo. Van escritos, no en tinta de academia, sino en mi propia sangre. Lo que aquí doy a ver lo he visto antes (yo lo he visto, yo), y he visto mucho más, que huyó sin darme tiempo a que copiara sus rasgos. De la extrañeza, singularidad, prisa, amontonamiento, arrebato de mis visiones, yo mismo tuve la culpa, que las he hecho surgir ante mí como las copio. De la copia yo soy el responsable. Hallé quebrados los vestidos, y otros no y usé de estos colores. Ya sé que no son usados. Amo las sonoridades difíciles y la sinceridad, aunque pueda parecer brutal.
Todo lo que han de decir, ya lo sé, y me lo tengo contestado. He querido ser leal, y si pequé, no me avergüenzo de haber pecado».
No zurcí de este y aquel, sino sajé en mí mismo. Van escritos, no en tinta de academia, sino en mi propia sangre. Lo que aquí doy a ver lo he visto antes (yo lo he visto, yo), y he visto mucho más, que huyó sin darme tiempo a que copiara sus rasgos. De la extrañeza, singularidad, prisa, amontonamiento, arrebato de mis visiones, yo mismo tuve la culpa, que las he hecho surgir ante mí como las copio. De la copia yo soy el responsable. Hallé quebrados los vestidos, y otros no y usé de estos colores. Ya sé que no son usados. Amo las sonoridades difíciles y la sinceridad, aunque pueda parecer brutal.
Todo lo que han de decir, ya lo sé, y me lo tengo contestado. He querido ser leal, y si pequé, no me avergüenzo de haber pecado».
Sus poemas de amor, inigualables, sus críticas de arte y
literatura, sus reseñas y artículos. Cabe decir de su obra lo que dijera él de
las culturas precolombinas en Las ruinas indias: «Todo lo suyo es
interesante, atrevido, nuevo».
Y dejemos que hable él, y su discurso no por escuchado o
leído menos importante o vigente, citando una parte de esta declaración de
principios que es Con todos y para el bien de todos.
Cubanos:
Para Cuba que sufre, la primera palabra. De altar se ha
de tomar a Cuba, para ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal, para
levantarnos sobre ella. Y ahora, después de evocado su amadísimo nombre,
derramaré la ternura de mi alma sobre estas manos generosas que ¡no a deshora por
cierto! acuden a dármele fuerzas para la agonía de la edificación; ahora,
puestos los ojos más arriba de nuestras cabezas y el corazón entero sacado de
mí mismo, no daré gracias egoístas a los que creen ver en mí las virtudes que
de mí y de cada cubano desean; ni al cordial Carbonell, ni al bravo Rivero,
daré gracias por la hospitalidad magnífica de sus palabras, y el fuego de su
cariño generoso; sino que todas las gracias de mi alma les daré, y en ellos a
cuantos tienen aquí las manos puestas a la faena de fundar, por este pueblo de
amor que han levantado cara a cara del dueño codicioso que nos acecha y nos
divide; por este pueblo de virtud, en donde se prueba la fuerza libre de
nuestra patria trabajadora; por este pueblo culto, con la mesa de pensar al lado
de la de ganar el pan, y truenos de Mirabeau junto a artes de Roland, que es
respuesta de sobra a los desdeñosos de este mundo; por este templo orlado de
héroes, y alzado sobre corazones. Yo abrazo a todos los que saben amar. Yo
traigo la estrella, y traigo la paloma, en mi corazón.
No nos reúne aquí, de puro esfuerzo y como a
regañadientes, el respeto periódico a una idea de que no se puede abjurar sin
deshonor; ni la respuesta siempre pronta, y a veces demasiado pronta, de los
corazones patrios a un solicitante de fama, o a un alocado de poder, o a un
héroe que no corona el ansia inoportuna de morir con el heroísmo superior de
reprimirla, o a un menesteroso que bajo la capa de la patria anda sacando la
mano limosnera. Ni el que viene se afeará jamás con la lisonja, ni es este
noble pueblo que lo reciba pueblo de gente servil y llevadiza. Se me hincha el
pecho de orgullo, y amo aún más a mi patria desde ahora, y creo aún más desde
ahora en su porvenir ordenado y sereno, en el porvenir, redimido del peligro
grave de seguir a ciegas, en nombre de la libertad, a los que se valen del
anhelo de ella para desviarla en beneficio propio; creo aún más en la república
de ojos abiertos, ni insensata ni tímida, ni togada ni descuellada, ni
sobreculta ni inculta, desde que veo, por los avisos sagrados del corazón,
juntos en esta noche de fuerza y pensamiento, juntos para ahora y para después,
juntos para mientras impere el patriotismo, a los cubanos que ponen su opinión
franca y libre por sobre todas las cosas,-y a un cubano que se las respeta.
Porque si en las cosas de mi patria me fuera dado
preferir un bien a todos los demás, un bien fundamental que de todos los del
país fuera base y principio, y sin el que los demás bienes serían falaces e
inseguros, ese sería el bien que yo prefiriera: yo quiero que la ley primera de
nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.
En la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier
mejilla de hombre: envilece a los pueblos desde la cuna el hábito de recurrir a
camarillas personales, fomentadas por un interés notorio o encubierto, para la
defensa de las libertades: sáquese a lucir, y a incendiar las almas, y a vibrar
como el rayo, a la verdad, y síganla, libres, los hombres honrados. Levántese
por sobre todas las cosas esta tierna consideración, este viril tributo de cada
cubano a otro. Ni misterios, ni calumnias, ni tesón en desacreditar, ni largas
y astutas preparaciones para el día funesto de la ambición. O la república
tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de
trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí y el
respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás; la
pasión, en fin, por el decoro del hombre,-o la república no vale una lágrima de
nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos. Para verdades
trabajamos, y no para sueños. Para libertar a los cubanos trabajamos, y no para
acorralarlos. ¡Para ajustar en la paz y en la equidad los intereses y derechos
de los habitantes leales de Cuba trabajamos, y no para erigir, a la boca del
continente, de la república, la mayordomía espantada de Veintimilla, o la
hacienda sangrienta de Rosas, o el Paraguay lúgubre de Francia! ¡Mejor caer
bajo los excesos del carácter imperfecto de nuestros compatriotas, que valerse
del crédito adquirido con las armas de la guerra o las de la palabra que
rebajarles el carácter! Este es mi único título a estos cariños, que han venido
a tiempo a robustecer mis manos incansables en el servicio de la verdadera
libertad. ¡Muérdanmelas los mismos a quienes anhelase yo levantar más, y ¡no
miento! amaré la mordida, porque me viene de la furia de mi propia tierra, y
porque por ella veré bravo y rebelde a un corazón cubano! ¡Unámonos, ante todo
en esta fe; juntemos las manos, en prenda de esa decisión, donde todos las
vean, y donde no se olvida sin castigo; cerrémosle el paso a la república que
no venga preparada por medios dignos del decoro del hombre, para el bien y la prosperidad
de todos los cubanos!
¡De todos los cubanos! ¡Yo no sé qué misterio de ternura
tiene esta dulcísima palabra, ni qué sabor tan puro sobre el de la palabra
misma de hombre, que es ya tan bella, que si se la pronuncia como se debe,
parece que es el aire como nimbo de oro, y es trono o cumbre de monte la
naturaleza! ¡Se dice cubano, y una dulzura como de suave hermandad se esparce
por nuestras entrañas, y se abre sola la caja de nuestros ahorros, y nos
apretamos para hacer un puesto más en la mesa, y echa las alas el corazón
enamorado para amparar al que nació en la misma tierra que nosotros, aunque el
pecado lo trastorne, o la ignorancia lo extravíe, o la ira lo enfurezca, o lo
ensangriente el crimen! ¡Como que unos brazos divinos que no vemos, nos aprietan
a todos sobre un pecho en que todavía corre la sangre y se oye todavía sollozar
el corazón! ¡Créese allá en nuestra patria, para darnos luego trabajo de
piedad, créese, donde el dueño corrompido pudre cuanto mira, un alma cubana
nueva, erizada y hostil, un alma hosca, distinta de aquella alma casera y
magnánima de nuestros padres e hija natural de la miseria que ve triunfar al
vicio impune, y de la cultura inútil, que sólo halla empleo en la contemplación
sorda de sí misma! ¡Acá, donde vigilamos por los ausentes, donde reponemos la
casa que allá se nos cae encima, donde creamos lo que ha de reemplazar a lo que
allí se nos destruye, acá no hay palabra que se asemeje más a la luz del
amanecer, ni consuelo que se entre con más dicha por nuestro corazón, que esta
palabra inefable y ardiente de cubano! (…)
¡Ahora, a formar filas! ¡Con esperar, allá en lo hondo
del alma, no se fundan pueblos! Delante de mí vuelvo a ver los pabellones,
dando órdenes; y me parece que el mar que de allá viene, cargado de esperanza y
de dolor, rompe la valla de la tierra ajena en que vivimos, y revienta contra
esas puertas sus olas alborotadas... ¡Allá está, sofocada en los brazos que nos
la estrujan y corrompen! ¡Allá está, herida en la frente, herida en el corazón,
presidiendo, atada a la silla de tortura, el banquete donde las bocamangas de
galón de oro ponen el vino del veneno en los labios de los hijos que se han
olvidado de sus padres! ¡Y el padre murió cara a cara al alférez, y el hijo va,
de brazo con el alférez, a pudrirse a la orgía! ¡Basta de meras palabras! De
las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la
que ningún hombre vive feliz, ni el bueno ni el malo. Allí está, de allí nos
llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a
nuestros ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón!
¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones,
alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el
desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla para la república
verdadera; lo que por nuestra pasión, por el derecho y por nuestro hábito del
trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darles tumba a los héroes cuyo
espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún
día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la
bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: ¡Con todos, y para el bien de
todos!
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