Fernando Carr Parúas, Premio Nacional de Edición 2009 en Cuba |
La historia de
un chanchullo que dio origen a más de una voz
Hace un tiempo, mi
amiga Nieves Jiménez Taza, quien es funcionaria de la
Consejería de
Salud, Consumo y Bienestar Social del Gobierno de La
Rioja, en España, me envió un libro publicado —entonces
recientemente— por esa Consejería y el Instituto de Estudios Riojanos, titulado Saber bien: Cultura y prácticas
alimentarias en La
Rioja , cuyo autor lo es Arachu Castro San Juan. Quién me
iba a decir que un asunto recogido en él me serviría para mi trabajo en la
edición sobre ciertos títulos de la historia española reciente.
Cuando se trata en el
citado libro del período de la
Guerra Civil Española
(1936-1939) y durante la posguerra, conocido como el de “los famosos años del
hambre”, y se hace un análisis de los salarios y los precios de los productos
de las cartillas del racionamiento y el consumo, allí se expresa: “Los
productos perecederos no forman parte del racionamiento, probablemente por la
dificultad que hay en esa época de conservarlos o transportarlos a largas
distancias. La carne, el pescado, la leche y los huevos se reparten muy pocas
veces, y aunque están en venta libre con precios vigilados, hay que acudir al
estraperlo [...]”. Más adelante dice: “[...] el estraperlismo es una estrategia
consecuente a la implantación de cartillas [...]”.
La voz estraperlo y sus derivadas son de uso común en
España, en algunas regiones más que en otras, muy particularmente para
referirse a cuestiones relacionadas con la época citada. El término data de
1935 y su primer significado fue ‘práctica fraudulenta o ilegal’, para pasar a
‘comercio de artículos intervenidos por el Estado y sujetos a tasa’, y terminar
por ser también sinónimo de ‘contrabando’. El vocablo estraperlo se aplica además al artículo objeto de
comercio ilegal, y de forma familiar se usa con el significado de ‘chanchullo,
intriga’. La
Real Academia Española
ha dado carta blanca en su Diccionario no solamente al término estraperlo,
sino también a las voces estraperlista (‘persona que practica el
estraperlo’), y estraperlear (‘negociar con productos de
estraperlo’).
En 1935, en medio de la
Segunda República Española,
que tenía reglamentado el expedir permisos especiales para los juegos de azar,
tuvo lugar un escándalo que dio al traste con el Gobierno, pues, de cuestión
meramente judicial, pasó a convertirse en un problema político de España.
Sucedió que unos
“negociantes” judíos holandeses, o mejor dicho, neerlandeses —tenían más de farsantes que de otra
cosa—, querían poner en marcha en España un tipo de ruleta eléctrica para
apuestas que les daría pingües ganancias, pues, además de la precisión que
podría tener el artefacto para juegos, estaba bien preparado para hacer trucos,
pero a los “negociantes” no les llegaba la autorización para instalar la
mencionada ruleta, lo cual los tenía en estado de desesperación.
El aparato en
cuestión surgió entonces con la grafía straperlo, acrónimo formado por las
primeras letras de los apellidos de los citados “negociantes” judíos. Uno de
ellos era David Strauss,
quien había tenido igual negocio en el sur de Francia, y salió expulsado de los
Países Bajos —con el mismo aparato—, por burlar los requisitos gubernamentales
para juegos de azar. Del segundo socio no está claro su origen, pues unos dicen
que era italiano de apellido Perlo;
otros, que era centroeuropeo —quizás húngaro— apellidado Perle; una tercera versión
asegura que también era neerlandés, como el primero, y que su apellido era Perel. Hay quien expresa que estos
dos hombres eran los únicos en el negocio, y de ahí que, de Strauss y de Perlo,
había salido el nombre straperlo.
Sin embargo, existe
otra opinión al respecto, pues también se asegura que eran tres, todos judíos
neerlandeses: Strauss, Perel y la tercera persona era una “dama” de apellido
Lowmann, quien sería la mujer del primero. Según esta versión, ellos habían denominado
a su ruleta straperlo del acrónimo siguiente: stra, de Strauss; per, de Perel; y lo, de Lowmann. Esta versión es la que
parece más cercana a lo cierto. También se dice que su participación en el
negocio estaba íntimamente relacionada con el número de letras de los
respectivos apellidos que habían sido tomados para formar el acrónimo straperlo,
a saber: cuatro de Strauss,
tres de Perel y dos de Lowmann.
El caso fue, tal
expresé antes, que David Strauss estaba verdaderamente desesperado porque no le
llegaba el permiso gubernamental para poner en práctica el “negocito”, y
entonces se puso a buscar la amistad de personas allegadas a miembros del
Gobierno de Madrid, y así contactó con un sobrino del dirigente del Partido
Radical y ministro Alejandro Lerroux, quien era, realmente, el hombre fuerte
del Consejo de Gobierno, aunque no ocupara su Presidencia —sí la había ocupado
antes—. De igual manera, Strauss también trabó amistad con dirigentes de
provincias con la misma intención. De tal modo, así logró poner a funcionar sus
ruletas en algunas ciudades, como Sitges (en Cataluña), San Sebastián (en el
País Vasco) y Palma de Mallorca (en la mayor de las Islas Baleares), todas
ellas importantes centros de turismo; pero, finalmente, la policía intervino en
el caso y clausuró estos lugares de juego.
Mas,
el inefable Strauss llegó tan lejos como hasta el caso de quejarse ante el
Presidente de la
República, y el escándalo fue tan sonado que Alejandro Lerroux
—inocente de los negocios del sobrino— se vio precisado no solamente a
abandonar el Gobierno, sino también la jefatura de su partido, y este incidente
reforzaría las simpatías crecientes —ante los desmanes de todo tipo del
gobierno derechista republicano del período 1933-1936— por los partidos de
izquierdas, los cuales, unidos en el Frente Popular, ganarían las elecciones de
febrero de 1936.
De entonces acá, el nombre de aquella ruleta
fraudulenta, straperlo, ha pasado a tener otros
significados que le otorgó en su momento el lenguaje popular del pueblo
español, como los antes dichos, y entonces la
Real Academia Española
incluyó la voz en su Diccionario con la grafía estraperlo.
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