MUJERES EN GRANDE, Santo Domingo, 16 de marzo de 2013 |
Siempre que vivimos una experiencia impresionante, Hermosa,
de esas que hacen vibrar cada una de las fibras de nuestra alma, es como si
lleváramos a flor de piel todos los sentimientos: los íntimos y secretos, los
que expresamos en el cotidiano vivir, los inconfesables y los esperanzadores.
Ayer, en el momento que compartimos en la sala Aida
Bonelly, del Teatro Nacional, en ese Mujeres en grande (otro eslabón de la
enérgica cadena de Grito de Mujer), el tiempo se detuvo y solo contó la poesía.
La poesía entendida como la expresión primigenia del sentimiento: en las
palabras, en la danza, en la música, en el merecido homenaje a quienes de forma
callada se dan a los demás con una sonrisa.
Cuando la magia señorea el ambiente, poco pueden decir
las palabras. Eso sucedió ayer en esa tarde-noche de inciertos límites
temporales en la que se midió el tiempo con latidos de amor.
La obra humana es grande cuando se construye con los
sueños y la justicia, por eso es grande la mujer, y la poesía, y el arte todo,
y por eso, el movimiento de Mujeres Poetas Internacional es grande.
Cuando ayer el poeta Eduardo Gautreau de Windt hablaba
del GRITO como un canto, decía lo que pensábamos quienes allí nos reunimos,
convocados por la paz y el amor. Un canto a la vida, al respeto, a la paz en su
extensión más amplia.
En las voces de ayer retumbaron las voces de las
mujeres de todos los tiempos, de todos los países… la niña Malala, las sufridas
y adoloridas, las gloriosas guerreras de la luz, las de antes, las de ahora y
las de siempre.
Quisiera construir un trofeo de mujer alada para alguien
a quien no se le entregó, porque es ella quien los concibió y fundó el
movimiento, lo anima, organiza y es ese el mejor poema que escribe: el darse a
los demás, clamar por las mujeres y sus derechos, desde el verso y la acción.
Por eso, para ti, Jael Uribe, mi mujer alada de
palabras. Con admiración y respeto por tu obra fundacional, por ser quien eres.
Porque atraes la luz y la llevas dentro, irradiándola a todos y a todas, en el
remolino de las multitudes y en la paz callada de las páginas de un libro.
¡Gracias! Y continuemos haciendo retumbar la Tierra
con este GRITO que iniciaste y no termina, mientras haya injusticias o dolores,
mientras la paz continúe volando como esa inquieta paloma blanca sin anidar,
para siempre, en el nido del corazón de este tiempo.
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