Entre las muchas alegrías que me ha dado Facebook,
encuentros sorprendentes, contactos insospechados y polémicas, está mi
redescubrimiento de Joaquín Sabines, sobre todo por dos amigos que lo publican
y citan a menudo. Por supuesto, ambos sensibles y como consecuencia lógica de
esa sensibilidad, poetas: Ian Rodríguez y Laura Gutiérrez.
El segundo apellido de Sabines lo compartimos también
Laura y yo: Gutiérrez. El heredado de mi madre y mi abuelo español que no
conocí, salvo en retratos.
Jaime Sabines Gutiérrez nació en Tuxtla el 25 de marzo de 1926 y murió
en Ciudad de México el 19 de marzo de 1999. Debió a su padre el amor por la
poesía y a él le dedicó un hermoso texto que tituló Algo sobre la muerte del mayor Sabines, y quizás su sencillez.
Abandonó los estudios de
Medicina antes de comprender que su camino en la vida era la Literatura.
Publicó su primer libro a los 18 años: el poemario Horal. Autor prolífico y con un talento excepcional, reconoció que
el estudio de la teoría literaria completó su formación como escritor,
reconociéndose discípulo de Lorca y de Neruda.
Aquí dejo el fragmento del poema dedicado a su padre, que
es extenso y por eso escogí su final, pero otro de amor, por ser el amor quien
me concita a este feliz redescubrimiento de un gran de la poesía
hispanoamericana y del mundo.
Algo
sobre la muerte del mayor Sabines (Fragmento)
V
Mi madre sola, en su vejez hundida,
sin dolor y sin lástima,
herida de tu muerte y de tu vida.
Esto dejaste. Su pasión enhiesta,
su celo firme, su labor sombría.
Árbol frutal a un paso de la leña,
su curvo sueño que te resucita.
Esto dejaste. Esto dejaste y no querías.
Pasó el viento. Quedaron de la casa
el pozo abierto y la raíz en ruinas.
Y es en vano llorar. Y si golpeas
las paredes de Dios, y si te arrancas
el pelo o la camisa,
nadie te oye jamás, nadie te mira.
No vuelve nadie, nada. No retorna
el polvo de oro de la vida.
Mi madre sola, en su vejez hundida,
sin dolor y sin lástima,
herida de tu muerte y de tu vida.
Esto dejaste. Su pasión enhiesta,
su celo firme, su labor sombría.
Árbol frutal a un paso de la leña,
su curvo sueño que te resucita.
Esto dejaste. Esto dejaste y no querías.
Pasó el viento. Quedaron de la casa
el pozo abierto y la raíz en ruinas.
Y es en vano llorar. Y si golpeas
las paredes de Dios, y si te arrancas
el pelo o la camisa,
nadie te oye jamás, nadie te mira.
No vuelve nadie, nada. No retorna
el polvo de oro de la vida.
Codiciada, prohibida…
Codiciada,
prohibida,
cercana estás, a un paso, hechicera.
Te ofreces con los ojos al que pasa,
al que te mira, madura, derramante,
al que pide tu cuerpo como una tumba.
Joven maligna, virgen,
encendida, cerrada,
te estoy viendo y amando,
tu sangre alborotada,
tu cabeza girando y ascendiendo,
tu cuerpo horizontal sobre las uvas y el humo.
Eres perfecta, deseada.
Te amo a ti y a tu madre cuando estáis juntas.
Ella es hermosa todavía y tiene
lo que tú no sabes.
No sé a quién prefiero
cuando te arregla el vestido
y te suelta para que busques el amor.
cercana estás, a un paso, hechicera.
Te ofreces con los ojos al que pasa,
al que te mira, madura, derramante,
al que pide tu cuerpo como una tumba.
Joven maligna, virgen,
encendida, cerrada,
te estoy viendo y amando,
tu sangre alborotada,
tu cabeza girando y ascendiendo,
tu cuerpo horizontal sobre las uvas y el humo.
Eres perfecta, deseada.
Te amo a ti y a tu madre cuando estáis juntas.
Ella es hermosa todavía y tiene
lo que tú no sabes.
No sé a quién prefiero
cuando te arregla el vestido
y te suelta para que busques el amor.
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