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Cuando
me despierto esos días en que mi mamá no está en casa, todo parece más malo.
Solo se va antes de que me levante cuando tiene que hacer un trabajo muy lejos
y sale de madrugada. Ya anoche me había advertido:
—Hijo,
iré a Matanzas y saldremos muy temprano. Te dejaré preparado el desayuno sobre
la mesa.
Ya sé
que eso quiere decir que regresará muy tarde, de noche, porque esa Matanzas es
otra provincia. Yo me paso el día en la escuela y por la tarde me voy para casa
de Gloria, su amiga, a ver los muñe y comer con ella. Allí luego va a buscarme
mami o mi papá, si ella va a demorar mucho.
Salgo
al comedor y veo encima de la mesa una jarra tapada con un platico y unas
tostadas con mantequilla. Dice ella que soy vago para prepararme la comida y
está al tanto de que coma. Me ha dejado la merienda de la escuela preparada y
al lado veo un papel. Lo leo. Siempre escribe grande para que pueda entender
bien su letra.
Hijito de mi alma: Buenos días y espero que hayas
amanecido con fuerzas y muchos deseos de ir a la escuela. Hoy va a ser un lindo
día de verano. Mira bien cuando vayas a cruzar la calle. No te vayas solo para
la escuela, ve con Raulín, que papá también tenía que irse temprano. Que no se
te olvide la merienda. El uniforme está colgado en la silla azul. Desayuna con
calma. Todos los besos y un abrazo apretadito de mamá.
NOTA: ¡Tómate la noche!
Como
todavía es temprano y no hay mucha claridad, enciendo la luz para leer mejor.
Creo que me he equivocado. Mami no puede decir que me tome la noche. Uno mira
la noche, camina durante la noche, ve televisión o lee por la noche, duerme y
sueña en la noche. A veces (casi siempre) jugamos un rato por la noche, en los
bajos del edificio.
¿Cómo
uno puede beberse la noche como si fuera un jugo, agua o la propia leche? Vaya,
este es un misterio muy grande para mí. Será que para tomar la noche debe
esperarse a que salgan la luna y las estrellas? ¿Quién sabe? Lo que pasa es que
no tengo a quien preguntarle. Y se me hace tarde. Por si acaso, no me tomo la
leche: la guardo en el refrigerador y me como las tostadas, hago todo rápido, y
salgo para la escuela.
En el
camino le pregunto a Raulín:
—¿Alguna
vez te has tomado la noche?
Él me
mira muy extrañado. Me pregunta, para asegurarse de que me oyó bien:
—¿Qué
tú dices?
Le
repito la pregunta, más alto y más despacio:
—¿Alguna
vez te has tomado la noche?
Se
echa a reír, como si le hicieran cosquillas. Cuando la risa lo deja hablar, me
responde:
—Alejandro,
que yo sepa uno se toma las cosas que son líquidas: el refresco, el agua, la
leche… La noche es la oscuridad, no se puede poner en un vaso, ni en una
botella. Oye, mira que no soy bobo, no me estés cogiendo pa´l trajín.
Suspiro.
Se ha puesto medio bravo, así que le explico por qué le pregunté. Ahora trata
de resolver el misterio:
—Eso
fue que se equivocó tu mamá. O quiso decirte que por la noche se enterará si
tomaste la leche.
—Mi mamá
nunca se equivoca, y menos cuando me escribe —respondo yo, ofendido.
Por
suerte llegamos a la escuela y ya no hablamos más de la noche.
Ahora
estoy en casa de Gloria. Mi mamá llama por teléfono para decir que están cerca
de Cienfuegos, que la espere. Me asomo al balcón y veo que ya está oscuro. Hay
luna llena y se ven montones de estrellas. Ya comí, pero no se me quita de la
cabeza que la jarra de leche está en mi casa, y mami va a saber que no me la
tomé por la mañana, claro, puedo decirle que no entendí lo que me decía. Pero
eso no va a justificarme. Sobre todo porque ella siempre me dice con voz de
compinche que quienes mejor entienden a las madres son sus hijos. Hasta ahora,
no había pensado en eso. Y es un problema. ¿Mami pensará que no la entiendo? ¿Y
cómo puedo no entenderla yo, que soy su hijo?
Están
dando las noticias por la tele y Gloria está muy atenta, comentando con su
esposo un tornado que hubo en Cruces, así que me escurro silenciosamente, la
puerta está entreabierta y salgo. Bajo las escaleras sin hacer ruido. Ya abajo,
echo a correr hasta la casa. Llego con la lengua afuera, que trabajo me cuesta
sacar del cuello el cordón con la llave, abro la casa y voy directo al
refrigerador.
Miro
la jarra llena de leche donde la puse. La tomo y voy con ella hasta el balcón.
La apoyo por un rato en el muro mientras digo en voz alta unas palabras, que a
mí me parecen mágicas:
Noche de luna llena
ven hasta aquí
con las estrellas
y la noche entera.
Pienso
que debo esperar un poco para que haga efecto, así que cierro los ojos. Cuando
los abro, veo que algo reluce dentro de la leche, una luz que parpadea. No
espero más y me tomo la leche, poco a poco, para no romper el hechizo. Cuando
termino, miro que en el fondo algo brilla, debe ser polvo de estrellas. Tomo un
poco con el dedo y cuando lo pruebo me sabe igual que el azúcar.
Mmmmm,
no sabía que la noche es tan dulce. Será que para tomarse la noche uno debe
tener muchos deseos de darle gusto a su mamá, y saber cómo llamarla.
Cuando
miro al cielo veo la misma luna redonda y los montones de estrellas. Bueno,
parece que la noche no puede beberse de una vez, sino poquito a poco.
Saborearla despacio como a los dulces más ricos.
Por
eso, como mamá no ha llegado, voy hasta la mesa y le escribo con mi letra, que
se ve contenta en el papel:
Mami: me tomé la noche. ¡Estaba riquísima!
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