No se
puede hablar del Maestro en pasado. Decir José Martí es decir Cuba. Es ver ondear
la bandera de la estrella solitaria, evocar el escudo nacional, escuchar
nuestro himno, pero más aún: ver los penachos de las palmas, una carga al
machete, el lamento del esclavo y presenciar el desfile increíble de su
vibrante poesía… porque Martí, como acostumbramos decirle, es todo eso y las
frases que nos acompañan cada vez que nos referimos a cualquier asunto, ya sea
terrenal o divino: ¡de tal manera está dentro de cada cubano! Vale decir que no
solo siempre en tono serio sino incluso a veces en tono de broma, pero aun así,
sabiéndolo genial, respetándolo en su verdadera esencia de patriota,
intelectual fecundo y visionario incuestionable de nuestra realidad pasada y
futura.
Descubrirlo
en la ternura y genialidad literaria y periodística de la revista que dedicó a
los niños, La Edad de Oro, en el
amante ardiente y apasionado que nos devela su poesía de amor, profundo y desgarrador
en sus Versos libres, la humildad en
su lirismo de los Versos sencillos, ternísimo
y paternal en su Ismaelillo, turbulento
y enérgico en sus discursos y en los lúcidos ensayos, hondo y reflexivo en su
extenso epistolario… no hay tema, faceta de la vida, sentimiento o estado de
ánimo que hayan sido excluidos de su pluma.
Si a lo
expresado sumamos el hecho de su azarosa
vida, el dolor del presidio, su quehacer revolucionario intenso aunando
voluntades para la guerra de independencia, la fundación del Partido
Revolucionario Cubano, las precariedades que sufrió en el exilio y su prematura
muerte a los 42 años, sabemos que es una de las personalidades (por no
singularizar como quisiera) más importante de Cuba y destacada en Latinoamérica
y el resto del mundo.
Precursor
del modernismo en la literatura, romántico en esencia pero con una obra cuyas
características lo alejan de moldes puramente académicos, nos ha legado una
impresionante obra, referente obligado de las letras hispanoamericanas,
invaluable tanto en su forma como en el contenido.
El 28
de enero es una de las fechas más importantes de nuestra historia. La humilde
casa de la calle de Paula, a la cual hemos acudido la mayoría de los cubanos
desde edades tempranas, su fresco patio, no explican cómo pudo nacer de Doña
Leonor y Don Mariano ese excepcional ser humano que es, en sí mismo, patria y
cubanía.
No
podemos pedir que se le imite. No podemos pensar que seremos como él pues no es
humano alcanzar su genialidad como pensador e intelectual, atemperado a su
tiempo y trascendiéndolo al mismo tiempo: demasiado alto, con el yugo bajo sus
pies y la estrella que ilumina y mata en su frente… solo podemos intentar
acercarnos, como discípulos ávidos de su magisterio y procurar ser tan honestos
como él para la humanidad y anteponer el bien común al propio, alejando los intereses
mezquinos y banalidades del diario vivir.
Difícil
tarea seleccionar un poema o un fragmento en este día. Me cuesta mucho elegir,
pero al fin, muchas son las veces que me refiero a él y seguiré escribiendo,
citando o recordándolo. Lo hago todo el tiempo. Me decido por un poema que es
entrañable para mí. Siempre me ha conmovido de manera especial su fuerza
telúrica.
Dos
patrias
Dos
patrias tengo yo: Cuba y la noche.
¿O son una
las dos? No bien retira
su
majestad el sol, con largos velos
y un
clavel en la mano, silenciosa
Cuba cual
viuda triste me aparece.
¡Yo sé
cuál es ese clavel sangriento
que en la
mano le tiembla! Está vacío
mi pecho,
destrozado está y vacío
en donde
estaba el corazón. Ya es hora
de empezar
a morir. La noche es buena
para decir
adiós. La luz estorba
y la
palabra humana. El universo
habla
mejor que el hombre.
Cual
bandera
que invita
a batallar, la llama roja
de la vela
flamea. Las ventanas
abro, ya
estrecho en mí. Muda, rompiendo
las hojas
del clavel, como una nube
que
enturbia el cielo, Cuba, viuda, pasa...
Casa natal de José Martí en La Habana |
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