miércoles, 26 de septiembre de 2012

ALBERTICO YÁÑEZ Y MI PADRE, UNIDOS EN EL RECUERDO



La vida siempre nos señala en su camino días alegres y días tristes. Así, en nuestro calendario íntimo y universal los hechos van delineando un color para cada uno, según sea el caso. El 26 de septiembre es un triste día para mí y tiene el gris oscuro que tiñe el mar cuando presagia tormenta. Solo que no se trata de presagios, sino de sucesos que me han hecho ver de pronto una línea oscura en el horizonte.
Como cuentera que soy, no puedo dejar de contar historias. Y empezaré por recordar un encuentro de talleres literarios de La Habana, en el muy lejano año de 1985, en el cual coincidimos como participantes Albertico Yáñez y yo. Recuerdo que el cuento mío era El caballo del monte y el suyo La increíble historia de Yoyo Sánchez (título que cito de memoria, así que quizá no sea exacto). Por azares de la vida (y el jurado) resultó premiado el mío, pero ya en aquel entonces era él un reconocido y laureado escritor y yo una simple desconocida. No volví a encontrarme con Albertico hasta el año 2001, cuando empecé a trabajar en la editorial Gente Nueva.
Quien lo conoció, sabe de sobra cómo era. Insuperable amigo, leal, irreverente, tierno y disparatado: siempre auténticamente él, sin artificios, asumiéndose, diciendo lo que pensaba y profundamente humano.
La primera vez que el stand de la editorial ganó el premio de Mejor Stand en la feria del libro fue aquel en que fue diseñado y montado bajo su dirección (caprichosa, creativa y desbordada), creado a su imagen y semejanza, tal como los hombres idearon a sus dioses.
Luego nos deslumbró con la exposición que concibió para narrar la historia de la imprenta, desde Gutenberg hasta nuestros días. Revolucionó nuestra colección de minilibros con aquel escrito especialmente para honrar a los hacedores de sueños de Gente Nueva, el cual ilustró también.
En el 2004, Gretel y yo inventamos un boletín en la editorial al que le pusimos por nombre La kasa de las ideas lokas, nombre con el que bautizamos después el espacio donde celebramos la famosa Merienda de locos (Encuentro teórico sobre literatura infantil y juvenil, en el pabellón infantil de la feria del libro de La Habana).
El boletín se iniciaba con un recuadro en el que se incluía una frase de las ideas locas, pues a la sazón había escrito yo mi libro de Peruso donde aparecían estos personajes, y que yo “ideaba” para cada número del boletín, aunque a veces lo escribió Gretel Ávila, con muchísimo talento, ya que era ella en realidad, el alma de esa publicación. Claro, lo hacíamos en estrecha e irrenunciable complicidad.
A la frase de las ideas locas seguía la sección Una merienda de locos, en la cual ella incluía un homenaje a alguna figura de la literatura, ilustración o diseño de libros para niños y jóvenes en Cuba.
Ahora hoy, para recordar a ese amigo entrañable y genial escritor que es Albertico, reproduzco el contenido de esa primera página del Boletín de la editorial Gente Nueva, No. 2, mayo 2004:

Justo en medio de la mesa de la liebre Marceña y el Sombrerero apareció un autor habanero de edad incierta.
De él se cuenta que ha escrito numerosos textos para niños y jóvenes y que desde 1979 inició una desbocada carrera de premios: el “13 de marzo”, por Cuentan que Penélope. En 1980 y 1984 mención UNEAC; en 1989 el 3er premio en “Colihue de cuentos para chicos”, de Argentina por Arrugas y en 1994 el Pinos no tan Nuevos por Este libro horroroso y sin remedio.
Nadie se explica cómo ha tenido tiempo para graduarse de Artes Plásticas en la Escuela Nacional de Arte de San Alejandro y licenciarse en Artes y Letras en la Universidad de La Habana.
Por Gente Nueva ha publicado La frenética historia del bolotruco y la cacerola encantada y Poco libro para tanta barrabasada.
Su nombre: Alberto tico Yáñez

Entonces termino mi escrito, en que recuerdo con tanto amor también a mi padre, que se fue de esta dimensión física un día como hoy y fue quien me enseñó lo que vale la bondad y poner la inteligencia al servicio de las causas más nobles, y trato de honrarlo con cada acto de mi vida, con esta reflexión que inicia ese segundo número del boletín, con letras azules, como los sueños y nuestros más hermosos recuerdos:

Si eres letra, trata de ser palabra; si palabra, esfuérzate para construir una frase. De la frase, conviértete en libro y, del libro, salta a la vida. En la vida cuida las frases, escribe las palabras y deja a las letras correr por la memoria o la desmemoria porque, al fin, ¿qué se recuerda o cuánto se olvida? 

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