La vida siempre nos señala en su camino días alegres y días tristes.
Así, en nuestro calendario íntimo y universal los hechos van delineando un
color para cada uno, según sea el caso. El 26 de septiembre es un triste día
para mí y tiene el gris oscuro que tiñe el mar cuando presagia tormenta. Solo
que no se trata de presagios, sino de sucesos que me han hecho ver de pronto
una línea oscura en el horizonte.
Como cuentera que soy, no
puedo dejar de contar historias. Y empezaré por recordar un encuentro de
talleres literarios de La Habana, en el muy lejano año de 1985, en el cual
coincidimos como participantes Albertico Yáñez y yo. Recuerdo que el cuento mío
era El caballo del monte y el suyo La increíble historia de Yoyo Sánchez (título
que cito de memoria, así que quizá no sea exacto). Por azares de la vida (y el
jurado) resultó premiado el mío, pero ya en aquel entonces era él un reconocido
y laureado escritor y yo una simple desconocida. No volví a encontrarme con
Albertico hasta el año 2001, cuando empecé a trabajar en la editorial Gente
Nueva.
Quien lo conoció, sabe de
sobra cómo era. Insuperable amigo, leal, irreverente, tierno y disparatado:
siempre auténticamente él, sin artificios, asumiéndose, diciendo lo que pensaba
y profundamente humano.
La primera vez que el stand
de la editorial ganó el premio de Mejor Stand en la feria del libro fue aquel
en que fue diseñado y montado bajo su dirección (caprichosa, creativa y
desbordada), creado a su imagen y semejanza, tal como los hombres idearon a sus
dioses.
Luego nos deslumbró con la
exposición que concibió para narrar la historia de la imprenta, desde Gutenberg
hasta nuestros días. Revolucionó nuestra colección de minilibros con aquel
escrito especialmente para honrar a los hacedores de sueños de Gente Nueva, el
cual ilustró también.
En el 2004, Gretel y yo
inventamos un boletín en la editorial al que le pusimos por nombre La kasa de las ideas lokas, nombre con
el que bautizamos después el espacio donde celebramos la famosa Merienda de locos (Encuentro teórico
sobre literatura infantil y juvenil, en el pabellón infantil de la feria del
libro de La Habana).
El boletín se iniciaba con
un recuadro en el que se incluía una frase de las ideas locas, pues a la sazón
había escrito yo mi libro de Peruso donde aparecían estos personajes, y que yo “ideaba”
para cada número del boletín, aunque a veces lo escribió Gretel Ávila, con
muchísimo talento, ya que era ella en realidad, el alma de esa publicación.
Claro, lo hacíamos en estrecha e irrenunciable complicidad.
A la frase de las ideas
locas seguía la sección Una merienda de locos, en la cual ella incluía un
homenaje a alguna figura de la literatura, ilustración o diseño de libros para
niños y jóvenes en Cuba.
Ahora hoy, para recordar a
ese amigo entrañable y genial escritor que es Albertico, reproduzco el
contenido de esa primera página del Boletín de la editorial Gente Nueva, No. 2,
mayo 2004:
Justo en medio de la mesa de la liebre Marceña y el
Sombrerero apareció un autor habanero de edad incierta.
De él se cuenta que ha escrito numerosos textos para
niños y jóvenes y que desde 1979 inició una desbocada carrera de premios: el “13
de marzo”, por Cuentan que Penélope. En
1980 y 1984 mención UNEAC; en 1989 el 3er premio en “Colihue de cuentos para
chicos”, de Argentina por Arrugas y
en 1994 el Pinos no tan Nuevos por Este libro horroroso y sin remedio.
Nadie se explica cómo ha tenido tiempo para
graduarse de Artes Plásticas en la Escuela Nacional de Arte de San Alejandro y licenciarse en Artes y Letras en la
Universidad de La Habana.
Por Gente Nueva ha publicado La frenética historia del bolotruco y la cacerola
encantada y Poco libro para tanta barrabasada.
Su nombre: Alberto tico Yáñez
Entonces termino mi
escrito, en que recuerdo con tanto amor también a mi padre, que se fue de esta
dimensión física un día como hoy y fue quien me enseñó lo que vale la bondad y
poner la inteligencia al servicio de las causas más nobles, y trato de honrarlo
con cada acto de mi vida, con esta reflexión que inicia ese segundo número del
boletín, con letras azules, como los sueños y nuestros más hermosos recuerdos:
Si eres letra, trata
de ser palabra; si palabra, esfuérzate para construir una frase. De la frase,
conviértete en libro y, del libro, salta a la vida. En la vida cuida las
frases, escribe las palabras y deja a las letras correr por la memoria o la
desmemoria porque, al fin, ¿qué se recuerda o cuánto se olvida?