¡Hay que cambiar el mundo!
Hoy me he levantado con tanta energía que no puedo
caminar tan despacio al lado de mi mamá, al ir para la escuela. Doy unos
brincos, viro y camino un rato con ella, y después vuelvo. También me desespera
que se nos haya pegado la vecina y no deje de hablar, haciéndole a mami miles
de cuentos y quejándose de todo: del precio de los plátanos en el mercado, de
los desastres naturales, de la leche que no consigue y de la mala educación de
los que ponen la música a todo volumen. Por desgracia, nos pasa por al lado un
muchacho en patines y casi la tumba. Esto hace que Ñica empiece a dar voces de:
—¡Muchacho mal educado! Ya no respetan a las personas
mayores.
Aprovecho para adelantarme unos brincos y cuando
regreso, oigo a mi mamá decir con voz muy seria:
—Creo, de verdad, que hay que cambiar este mundo.
Sus últimas palabras me hacen pensar pero, antes de
que pueda preguntarle algo, ya ella se despide porque hemos llegado a la
escuela y se oye el timbre anunciando la entrada.
¡Qué casualidad! Hoy en la clase la maestra está
enseñando dónde están los continentes. Igualita que esa esfera tengo una en la
casa. Me la regaló el año pasado mi tío, el día de mi cumpleaños. A cada rato,
cuando oigo el nombre de un país, voy a mirar dónde está. Mi abuela me explicó
por qué, si el mundo es redondo, no nos caemos de cabeza. Todavía no sé por qué
le pusieron fuerza de gravedad a lo que nos salva. Yo siempre he oído decir que
una persona está grave si está muy enferma. Pero los mayores son caprichosos:
hasta los científicos. ¡Ponen cada nombre a las cosas! Lo que sí está claro es
que si no fuera por la gravedad esa el mundo no existiría. ¡Ah! Pero a lo mejor
fuera interesante estar flotando de un lado para otro, como los cosmonautas
cuando viajan al espacio. Por lo único que no me gusta la idea es porque no
podríamos comer helado. ¡Figúrense! Al tratar de poner la bola en el barquillo
saldría volando como una pelota. Todo tiene un lado bueno y otro malo. Eso me
dice siempre mami, y creo que tiene razón.
Al volver a la casa voy enseguida al cuarto a ver la
bola del mundo. Parece un globo azul con colores. La verdad, uno lo mira y no
se ve tan mal como dicen Ñica y mamá. ¡Parece tan tranquilo! Le doy vueltas y
gira más y más rápido. ¿Cómo se hará para cambiarlo? Eso es algo que debo
pensar muy bien. A lo mejor, si cambiamos los países que están encima de esa
que le dicen la línea del Ecuador para arriba y los que están arriba los
ponemos abajo, el mundo mejora. Ya lo dice el señor que sale por televisión con
un ojo tapado: el norte explota al sur. Y no es como hacer explotar un globo,
no. Es que le quitan lo que tienen y ellos son más ricos.
Pensando en todo esto voy a hacer las tareas pero,
como es temprano, creo que me da tiempo para ver si puedo arreglar un poco este
mundo que anda patas arriba, según dice Ñica, pero no entiendo qué
quiere decir. El mundo que yo tengo tiene una sola pata, si le decimos pata a
ese tubo metálico que lo aguanta.
Primero reviso si el papel donde están dibujados los
países se puede desprender. No es fácil, pero voy a cortarlo con una cuchilla
por pedazos y luego los pego. Busco la línea del Ecuador. Aquí está. Primero
esos, los que están al norte. Hay que separarlos para que no se confundan. Hay
un pequeño problema: algunos continentes tienen un trozo arriba y otro abajo.
¿Será mejor separarlos?
Ya está. He hecho lo posible, pero quedó feo, y no
estoy conforme.
Parece que arreglar el mundo lleva tiempo y, a lo
mejor, un poco de ayuda no vendría mal. Abuela dice que dos cabezas piensan más
que una. Si sumas todas las ideas de cada cabeza es el doble. Mi opinión,
después del trabajo que he pasado, es que van a hacer falta muchas cabezas y
muchas ideas para poder cambiar el mundo y dejarlo mejor que ahora. Tan
entretenida estoy que el grito me asusta:
—¡Talía! ¿Qué has hecho?
Cuando el susto me deja hablar por fin, porque los
ojos de mi mamá quieren salirse, le explico:
—Mami, es que traté de cambiar el mundo, pero es una
cosa muy difícil. Si muchas personas no ponen todas sus cabezas a pensar, para
ocuparse del problema, no creo que se resuelva.
Miro los pedazos de países y continentes, algunos ya
despegándose, antes de volver a hablar. Habrá que empezar todo de nuevo, hacer
como cuando nace un bebé, cuidarlo mucho para que crezca sano y fuerte. Mami
tiene ahora su cara de asombro y se ha quedado muda.
—Y te digo mamá, arreglar el mundo hace falta pero,
después del trabajo que he pasado, ¡esta es una de las cosas más difíciles que
he visto en mi vida!
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