Llegó a mis manos por primera vez al concluir su
edición. Leí el arte final, que no resulta igual a tenerlo en su corpus
definitivo. Aún así la lectura me sumió en un estado de duermevela,
como el letargo que sucede al sueño y nos hace preguntar en silencio si todavía
soñamos o lo que ocurre pasa en verdad. Cuando se lee El gran Meaulnes jamás podremos estar seguros de si es
una aventura onírica o un pretexto para hacer irrumpir en nuestras vidas la
existencia de otra dimensión: surrealista y a la vez, profundamente humana.
Esta obra trata esencialmente de amor, pero no solo
del amor que descubre un joven y lo marcará para siempre, sino de la amistad
que convierte a sus protagonistas en dos seres que han unido sus destinos y
hace de cada suceso un hecho que influirá inevitablemente en la vida del otro.
El narrador es un adolescente, trasladado a un
bucólico pueblito francés, cuyos días transcurren asediado por la monotonía del
invierno campestre y las horas escolares. La llegada de Meaulnes cambiará la
vida del pueblo, pero sobre todo, la de François. Deslumbrado por la seguridad
y fortaleza (no solo física) que irradia el recién llegado, se entrega al
afecto por su amigo, olvidándose de sí para vivir en el tiempo de Meaulnes. Una
historia que podría parecer al principio similar a muchas otras (un joven que llega
a hospedarse en casa del maestro para asistir a su escuela y conoce al hijo de
aquel, más o menos de su edad, convirtiéndose en el líder del grupo de
escolares que lo hacen su ídolo) rompe con el hilo previsible de la trama y crea
atmósferas y personajes que vulneran la tradición realista-naturalista de la
novela francesa de esa época.
Casi por accidente, Meaulnes se ve envuelto en una
extraña aventura y nada volverá a ser como antes. La imposibilidad de encontrar
el camino a la casa donde se encuentra la joven amada, el ambiente de misterio
que la rodea y sus propias emociones, nacidas del amor y las contradicciones
entre la vida que ha llevado hasta el momento y el vislumbre de una existencia
diferente, cambian el curso de la novela: la irrealidad se mezcla con el
ambiente objetivo y nos hace cómplices del ensueño. El eje central de la
historia, esa extraña aventura, signa el curso de los acontecimientos: los
hechos anteriores son el preámbulo de ella y todo el desarrollo ulterior
gira en torno a los personajes y los sentimientos desencadenados por el raro
suceso. Esta circunstancia evidencia el ánimo del autor de promover la ruptura
con los cánones establecidos, intención que se gestaba ya entre los
escritores contemporáneos de Fournier y que desembocaría luego en el
movimiento surgido en los últimos años de la Primera Guerra Mundial: el
surrealismo. Sin lugar a dudas, esta novela es precursora: sus ambientes, el
comportamiento de los personajes y trama son, decididamente, surrealistas.
El amor hace cambiar a Meaulnes, pero la grandeza
del personaje está en su lealtad al verdadero amor, propio o ajeno. Aspira a un
amor puro, único, que no puede verse empañado por sombra alguna, pasada o
presente. Por eso renuncia con horror a Valentine cuando el pasado retorna,
despiadado, y remueve los recuerdos de aquella aventura que lo ha perseguido
sin dejar de acosarlo.
La prosa de Fournier es clara, con abundantes
descripciones que nos permiten entrar en el ambiente de mano de Francois,
dejando siempre abierta la posibilidad de hacer conjeturas, imaginar lo que
está detrás de las palabras y las sensaciones; adivinar, en fin, los
sentimientos inconfesados.
Alain Fournier es el seudónimo de Henri-Alban
Fournier, escritor francés nacido el 3 de octubre de 1886 en La
Chapelle-d´Angillon. Al conocer algunos datos de la vida del autor comprobamos
las coincidencias con su novela. Hijo y pupilo de un profesor, su infancia
transcurrió en el campo de Sologne hasta ingresar en el Voltaire Lycee de
París. Durante sus estudios preparatorios para la universidad conoce a Jacques
Rivière, gran amigo suyo, quien se convirtió en su cuñado al casarse con
Isabelle, hermana a quien dedicó El
gran Meaulnes. Su primer amor fue Ivonne de Quiévrecourt y a ella dijo, al
conocerla, esa frase que Meaulnes dice a Ivonne de Galais: “¡Qué bella es
usted!”. En 1910 comienza a trabajar como periodista para el diario de París.
Allí se enamora de Jeanne Bruneau, de quien toma rasgos para conformar el
carácter de su Valentine. Trabaja en el libro entre 1910 y 1912 y lo publica en
1913, en el número de julio-octubre de la revista Nouvelle, de París.
Fiel a su propia conciencia, como Meaulnes, ingresó
voluntario en el ejército francés en agosto de 19l4. Un mes después
desapareció, mientras realizaba un reportaje. Se cree que murió en el frente,
el 22 de septiembre. Dejó un libro inconcluso:
Colombe Blanchet.
El gran Meaulnes fue su única novela, y ella le bastó para ganar la
posteridad literaria e influir notablemente en la obra de otros escritores que
le sucedieron.
M.G.G.
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